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14 de septiembre del 2007

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Iberoamérica
Argentina

En la línea del progresismo


Óscar Terán
Club de Cultura Socialista / La Insignia*. Argentina, septiembre del 2007.

 

El notable triunfo encabezado por el socialismo en las elecciones santafecinas disparó en la memoria y las lecturas un vertiginoso recorrido por la tradición del partido fundado por Juan B. Justo.

Dos representaciones surgieron en torno a ese hecho. Una, proyectada hacia el pasado, donde una línea política continúa una tradición que se extiende hacia los más de cien años de existencia del Partido Socialista. Otra, las contenidas y cívicas ceremonias celebratorias de triunfo tan sustantivo, encarnados en la mesura democrática de los triunfantes candidatos santafecinos.

Toda tradición puede ser una heredad o una lápida, y es difícil no encontrar en la larga historia socialista un entrelazamiento de ambos factores. Nacido en 1896, el "viejo y glorioso" contó con una élite política de una calidad difícilmente superable. Inscripta en la línea del iluminismo progresista que colocaba en la plataforma partido-sindicato-cooperativa-parlamento la cuadriga de su accionar, ese partido identificó al socialismo con "el advenimiento de la ciencia a la política". Se planteó así como el primer partido moderno en esta parte del mundo, y se propuso como un emprendimiento programático y alejado de los liderazgos "irracionales".

Los otros, los liderazgos caudillistas o carismáticos (primero radicales, luego peronistas y siempre populistas), fueron asimismo colocados del lado de la denostada "política criolla", esto es, de un ejercicio del poder fundado en relaciones personalistas, facciosas y clientelares. Entonces, como en los programas educativos para los trabajadores que llevó adelante su Sociedad Luz, el socialismo pudo adscribir a la fórmula pedagógica que aún puede leerse en el frontispicio de alguna biblioteca popular del barrio de Saavedra: "El saber te hará libre".

Articulados estos emprendimientos con un eje en la justicia social y colocando en su centro los intereses del mundo del trabajo, para la militancia socialista resultaba imposible desconfiar de que los trabajadores no darían finalmente su apoyo al partido de Justo, en la medida en que sus propuestas coincidían con lo que creían la esencia misma del movimiento obrero. Se trató de un error material de gravosas consecuencias. Derrotados desde 1916 a partir de la instancia electoral de sufragio universal, pudieron siempre apelar a la explicación del engaño de las masas, ensordecidas por la propaganda de los sectores dominantes. Esta escisión fue de largas consecuencias y arrastró la presencia encontrada de dos criterios de legitimidad contrapuestos. Variadas fueron las voces de aquel sector que incluyeron aquella escisión dentro de una fractura más dramática y estructural: en la Argentina, se dijo, en realidad convivían dos culturas heterogéneas, que configuraban hasta tipos socioculturales ajenos entre sí. Desde el campo nacionalpopulista se denunció a su vez el privilegio acordado por el socialismo a la dimensión formal-institucional, y se contrapuso las abstracciones inoperantes con el realismo de las "efectividades conducentes". En las terminales de este proceso, el populismo acentuó el pragmatismo y la búsqueda de un poder de baja densidad doctrinaria.


La causa de los trabajadores

Hubo otra impugnación nacida tanto de una visión cuasi señorial cuanto de un extremismo que arremetió contra todo lo que identificaba como reformismo socialdemócrata, pequeño-burgués y timorato. Lo expresó rápidamente Lisandro de la Torre cuando ridiculizó a Justo como "un Lenin de la tarifa de avalúos". Basta, por lo demás, con releer las Memorias de un militante socialista, de Enrique Dickman, para percibir el grado de virulencia con que el anarquismo combatió a los socialistas por considerarlos traidores reformistas a la causa de los trabajadores.

"Hormiguitas prácticas" para De la Torre o "bostas de paloma" por su carácter inodoro para el general Perón, los jóvenes radicalizados de los años 60 solimos replicar esas apreciaciones en aras de una voluntad de intensidades y extremismos que un mal día, como recordó Portantiero evocando a Gramsci, formó parte de la caldera en que se fundieron sin residuo todos los metales del diablo de la sociedad argentina. Pero no es mi intención resolver sumariamente un proceso secular tanto más complejo ni, menos aún, conceder o negar amnistías historicistas. Y esto debido a que nuestras propias historias suelen ser por doquier impuras e imperfectas, y no existen trayectorias partidarias impolutas. Historias de trágicos desencuentros y sufrimientos dibu jaron esa dialéctica demasiado argentina entre la proclama de "a los enemigos ni justicia", del general Perón, y del "se acabó la leche de la clemencia", de Américo Ghioldi.

Pero he aquí que en medio de un panorama inficionado por la crisis política y de representatividad, donde la política misma amenaza convertirse en un ejercicio de puro poder con escasos principios y baja institucionalidad, en una sociedad corporativizada y con fuertes componentes de privatización de la vida y de reclusión de los individuos en la esfera privada de su egoísmo, el pasado domingo en Santa Fe el hilo de esos días se cortó. Cuando estábamos habituados al léxico soez que frasea los términos de la política con neologismos que hablan el lenguaje brutal del primereo, el apriete, el patoterismo, el acueste y el ejercicio cuasi cínico del poder, las pantallas de televisión mostraron a Hermes Binner enarbolando un retrato casero de Estévez Boero de ntro de un escenario de mesura y democracia republicana que sabía exhibir logros significativos en ese corazón de la pampa gringa.

Pudo entonces abrirse paso un rayo de esperanza progresista, restaurando al mismo tiempo la memoria de lo que supo ser una tradición civilizatoria. Pero aun en el peor de los casos, el notable triunfo encabezado por el socialismo santafecino ha sido por fin "un domingo en la vida" dentro de tantas dudosas jornadas argentinas.


Publicado originalmente en el diario La Nación, de Argentina.