Portada de La Insignia

13 de noviembre del 2007

enviar imprimir Navegación

 

 

Iberoamérica
Reflexiones peruanas

Un desborde de Abelardo Sánchez León


Wilfredo Ardito Vega
La Insignia. Perú, noviembre del 2007.

 

En medio de los aplausos, los danzantes de tijeras se retiran del escenario, mientras continúa la venta de tradicionales wawas, los panes en forma de bebé provenientes de Ayacucho, Pasco, Cuzco y otros lugares. Un grupo de bailarines de huaylas sube al estrado y, entretanto, no puedo evitar pensar que esta celebración habría sido impensable hace décadas en una plaza limeña, con mayor razón en la Plaza de Armas de Surco.

El mismo Día de Todos los Santos, el escritor Abelardo Sánchez León vivía una experiencia distinta que lo motivó a escribir Los hijos del desborde popular (*), un artículo impregnado de discutibles apreciaciones desde las primeras líneas, cuando Sánchez califica a sus contrincantes como "infiltrados". Al parecer, para acudir a determinados establecimientos no es importante sólo la capacidad económica, sino la pertenencia a una clase social tradicional.

Es posible que, efectivamente, el autor fuera insultado, pero he conocido varios conflictos donde una de las partes se siente agredida por la simple presencia de personas diferentes a él en un lugar (restaurante, supermercado, café, playa o iglesia) que consideraba "exclusivo". En ese contexto, un empujón involuntario, una sonrisa o una mirada se convierten en una falta de respeto inaceptable frente a la que se reacciona con altivez. El supuesto agresor siente que no cabe disculparse con un individuo lleno de arrogancia. Las dos partes se ofenden y en las dos afloran el orgullo, el honor y la dignidad herida. Se pasa a las palabras hirientes, a los insultos y a veces a la violencia física.

Lo sorprendente es que Sánchez parta de su penosa experiencia para generalizar una descalificación respecto a un amplio sector de la sociedad, que en su opinión constituye una amenaza para el Perú. Inclusive la palabra desborde alude a alguien que no está en su lugar, como si tuviera nostalgia de la sociedad estamental de hace unas décadas.

No es la primera persona que Sánchez León critica la "conducta envalentonada" de algunos peruanos cuyos padres quizás no molestaban mucho porque eran sumisos. Sin embargo, la peor carácterística que describe es la "ira que todo miembro del desborde lleva dentro" y que los lleva, incluso, a convertirse en sicarios. Me recuerda al propietario de un local que justificaba su conducta xenófoba diciendo: "Yo simplemente no los dejo entrar, pero si voy a una discoteca del Cono Norte seguro que me matan a mí y violan a mi enamorada". La semana pasada, un abogado me comentó en clase, con absoluta convicción: "En los conos se flagela y entierra vivos a los delincuentes". Cuando oigo estas frases, recuerdo los cierrapuertas de Huaraz, que según mi abuelita, se producían cada vez que surgía el rumor de que los indios se habían sublevado.

Resulta extraño que Sánchez considere que los "nuevos dueños del Perú" son los explotados choferes de combi y los vendedores de Gamarra, que concluyen cada noche una jornada laboral de 14 o 16 horas. Más extraño aún es considerar que la emigración no se debe a la pobreza, el neoliberalismo o la falta de oportunidades, sino a una necesidad de violar leyes a costa de los demás.

Lejos de condenar la xenofobia, se describe a los emigrantes peruanos como "los más odiosos del continente" y se justifica que "la cara peruana" (sic) sea detestada. Un documental muy criticado en el mismo Chile sirve de fundamento para aseverar que los chilenos no tienen por qué soportar gente que "no soportamos acá", a quienes llama "chauchilla".

El uso frecuente de la generalización no es tan desconcertante, porque otras personas comparten su percepción fatalista ante la ruptura de las barreras estamentales. Por eso han surgido "refugios étnicos" como las playas de Asia, donde se puede fingir que el resto del país no existe. Una amiga mía me confesó que su hijo le había pedido que lo retirara de la Universidad Católica... porque "había mucha gente de los conos".

El artículo de Sánchez coincide también con el que publicó Alan García hace unas semanas y en el que responsabilizaba del atraso del Perú al egoísmo de campesinos y nativos, calificados de "perros del hortelano". Habría que pensar mas bien en las consecuencias de los niveles de viveza, abuso, improvisación y egoísmo en las élites y su incapacidad para promover el desarrollo de la sociedad.

Curiosamente, yo percibo que -a pesar de las diferencias étnicas o regionales- los limeños nos parecemos cada vez más entre nosotros, en lo bueno y en lo malo, desde lo que comemos hasta donde compramos. En todos los sectores sociales se emplean expresiones como "tía" o "viejo", que desencadenó el altercado en el restaurante, aunque eso sí, "señorón", creo que nadie lo dice.

Quizás sería aconsejable que el próximo del Día de Todos los Santos, Abelardo Sánchez León se dé una vuelta por la fiesta del "Tanta Wawa" en la plaza de Surco. Acaso, en lugar de frustración, sienta esperanza. Y aunque en la fiesta también se vende bastante vino, no tendrá que armarse de una silla para defenderse.


(*) http://www.elcomercio.com.pe/edicionimpresa/Html/2007-11-07/los_hijos_del_desborde_popular.html

 

Portada | Mapa del sitio | La Insignia | Colaboraciones | Proyecto | Buscador | RSS | Correo | Enlaces