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22 de agosto del 2007

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Iberoamérica
México-EEUU

El santuario del inmigrante


Luis Peraza Parga
La Insignia. EEUU, agosto del 2007.

 

Vivir en EEUU de manera legal y sin miedo, al contrario que doce millones de hispanos sin documentos y con pavor a salir a la calle, donde pueden ser interrogados por cualquier policía y deportados en cuestión de horas, permite reflexionar sobre muchas cosas.

Sin duda, es una tierra prometida para los que tienen que abandonar su país. Las minorías asiáticas y latinoamericanas empiezan a ser mayorías y la xenofobia hacia los extranjeros no cualificados va en franco aumento. Los trabajos más duros son ejercidos por latinoamericanos; básicamente recogida de basuras, jardinería y empleos en restaurantes de comida rápida. Trabajan a destajo con el único objetivo de enviar dinero a sus familias; son las llamadas "remesas", que en muchos países se han transformado en la mayor fuente de recursos nacional. Se les ve y sobretodo se les oye los sábados y domingos por el infernal ruido de su maquinaria en los jardines de los wasp (anglosajones blancos y protestantes).

Este país, creado por inmigrantes de hace poco más de dos siglos, se colapsaría sin ellos pero lucha contra ellos. Los latinoamericanos siempre hablan de una ley migratoria que nunca llega y mientras tanto se refuerzan las normativas contra la inmigración. En los debates todavía partidistas de los candidatos presidenciales las cuestiones que importan son Irak, la ofensiva contra la denomidada guerra del terror y los créditos hipotecarios. De emigración, poquito.

Chicago y otras ciudades se han proclamado santuarios para inmigrantes ilegales y han adoptado ordenanzas que prohíben que la policía local interrogue a los residentes sobre su estatus durante actividades de rutina, tales como la identificación de automóviles y conductores. Algunas iglesias se han rebelado contra las órdenes de deportación de la justicia terrenal y ofrecen refugio a personas como Elvira Arellano, quien ha permanecido durante un año en un local metodista de Chicago para evitar que la expulsión del país la separara de su hijo, estadounidense, de ocho años. La iglesia no tiene muros altos e inexpugnables, carece del aura de santidad de las grandes catedrales; sólo es un viejo edificio de oficinas con un restaurante barato en sus bajos. Pero los policías de hielo (llamados así por la sigla de su nombre en inglés, ICE, Immigration and Customs Enforcement) no se atrevieron a entrar por temor a enfrentarse a un grupo numeroso de seguidores. La revista Times la eligió personaje del año.

Finalmente, bien o mal aconsejada, eso lo sabremos con el tiempo, Elvira Arellano se decidió a salir y fue arrestada y deportada a México automáticamente. Se me hace extraño. Una persona que se convierte en símbolo mediático no abandona una posición de privilegio en la que se mezcla la inmigración, el derecho a la reagrupación de las familias inmigrantes y el lazo con el territorio al tener un hijo estadounidense de nacimiento, para volver al punto de partida.

Barrunto que hubo negociación para quitar esa piedrita en el zapato de las relaciones entre Bush y Calderón. Dentro de poco la veremos paseándose del brazo de su hijo, sin temor alguno y con los papeles en regla, por las calles de Chicago. Si no, tiempo al tiempo.

 

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