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La insignia
9 de julio del 2005


¿Música para amansar al G-8?


Paola Álvarez
Agencia de Información Solidaria. España, julio del 2005.


A las movilizaciones de grupos antiglobalización que acompañan a las reuniones del G-8 les ha salido un nuevo competidor-compañero, Bob Geldolf y su capacidad de convocatoria. El artista británico ha sabido reinventar el concepto de festival benéfico y adaptarlo a los tiempos. Ya no se pide dinero, ahora se crea "conciencia", se pide justicia y se busca ejercer presión sobre los líderes mundiales. El pasado 2 de julio, diez conciertos en diez ciudades, más de 160 artistas, casi un millón de asistentes y cientos de millones de espectadores hicieron historia, sin duda, pero ¿historia de qué? ¿Historia de la música? ¿Historia social? El debate sigue sobre la mesa mientras los líderes del G-8 toman asiento y empiezan a decidir lo que les importa a ellos que pase aquí fuera.

Las reuniones del G-8 suelen pasar bastante desapercibidas para una buena parte de la sociedad. Este año, sin embargo, desde que el pasado 11 de junio los ministros de finanzas de lo siete países más ricos del mundo más Rusia decidieron firmar un acuerdo para la condonación de la deuda externa de los 18 países más pobres del mundo, muchas más cabezas se han girado hacia ellos y su reunión de julio. Este nuevo "Plan Marshall", impulsado por Gran Bretaña y Estados Unidos, ha sido recibido con una mezcla de ilusión y escepticismo desde los distintos sectores sociales y organizaciones no gubernamentales. ¿Es posible que se haya tomado conciencia de la necesidad de tomar en serio las soluciones para los países pobres?

Mientras el notición sale a la luz, Geldolf sigue preparando el evento del año. Cuesta 40 millones de euros movilizar a la gente por el fin de la pobreza, y tienen que pedírnoslo Bono, Madonna..., y hasta Bill Gates. Sin comentarios. Por supuesto que está bien que por un día todo el mundo del espectáculo se una para enviar un mensaje solidario y reivindicativo. Si nos convencen para beber Coca-Cola, calzarnos unas Nike o ver Independence Day, por qué no van a utilizar su influencia, por una vez sin cobrar, para concienciar a sus fans de los problemas del mundo.

Habrá que perdonar incluso las simplificaciones y frivolizaciones que insultan a la inteligencia. Los mensajes triunfalistas más propios de una competición deportiva que de un acto solidario: "Este es el año en que vamos a acabar con la pobreza", la recreación de la cruda realidad de que cada tres segundos muere un niño en África en la "brillante" idea de Will Smith de hacer chasquear los dedos al público con esa cadencia de tiempo o el acuerdo tácito de ser políticamente correctos. Tan tan políticamente correctos que en Londres hasta se agradece a Blair su altruismo con África. Curioso, un tipo que pone en crisis a Europa por no querer soltar ni un céntimo más va a ser ahora un ejemplo de solidaridad.

A pesar de todo, y para que no quede ninguna duda, insisto en que es una gran idea sacar la protesta de las manifestaciones y los grupos organizados que se desplazan a los lugares de las reuniones y acercarla a gente que tradicionalmente ni se entera de que se celebran ni saben muy bien lo que se discute en ellas. En mi opinión, sólo hay dos problemas: uno, que no está muy claro cuánta gente se queda de verdad con el mensaje y cuánta con el espectáculo; dos, que los líderes del G-8 saben que son mayoría los segundos y, por tanto, la presión ejercida es más que dudosa. Varios millones de personas en la calle, y aquella vez sin conciertos, no detuvieron la invasión de Irak.

Lo mejor del 2 de julio es que el mensaje final, haya calado o no, era bueno. No basta el 0,7% planeado para 2015, ni las condonaciones masivas. Es necesario un cambio mucho más radical. Precisamente un tipo de cambio que dudamos, y ojalá nos equivoquemos, salga de Escocia al final de esta semana. Los líderes del G-8, con Bush a la cabeza, son especialistas en acuerdos biensonantes con trampa. Por no hablar de que con tanto jaleo y tanto concierto está pasando desapercibido otro de los temas cruciales de esta reunión, los acuerdos sobre medio ambiente y la resistencia estadounidense a comprometerse con el Protocolo de Kioto.

La esperanza está servida y lo que queda claro es que el G-8 se siente hoy más observado que nunca. Quizá no salga ninguna novedad o quizá sí, pero seamos optimistas por una vez. Cada vez son más las personas, más los actos y más las formas de movilización de la sociedad civil que pide a gritos ser escuchada y tomada en cuenta. Tarde o temprano esos "ocho hombres en una habitación que pueden cambiar el mundo" (según rezaba el cartel dispuesto sobre los escenarios del Live 8) tendrán que mirar hacia abajo y escuchar. Igual ya han empezado a hacerlo.



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