Portada Directorio Buscador Álbum Redacción Correo
La insignia
3 de marzo del 2003


Lecciones del Acuerdo de Londres de 1953


__SUPLEMENTOS__
Londres + 50

Alberto Acosta
Diario El Universo. Ecuador, 2 de marzo.


A ratos parece que el mundo no avanza. Peor aún, da la impresión que retrocede, al menos en temas tan cruciales como el de la deuda externa. En consecuencia, no debe sorprender que la pobreza en el mundo subdesarrollado aumente.

Basta comparar el contenido de los acuerdos de Londres, suscritos el 27 de febrero de 1953, que le permitieron a Alemania resolver su problema de deuda externa, con la realidad de los países empobrecidos por dicha deuda.

Alemania obtuvo ventajas envidiables. Consiguió un descuento en todos los tramos de su deuda externa, de entre 50% y 75%, puesto que, además de las reducciones directas, no se capitalizaron los intereses vencidos. Alcanzó una drástica reducción de las tasas de interés, establecidas entre 0 y 5%. Se ampliaron los periodos de gracia para el pago de la deuda. El servicio de la deuda se fijó en función de la capacidad de pago de la economía alemana, considerando el avance de la reconstrucción del país. Y ese servicio dependía del excedente de las exportaciones, así, la relación servicio-exportaciones, que no debía superar el 5%, alcanzó su valor más alto en 1959 con el 4,2%.

Este país europeo, destrozado por la Guerra Mundial que desató en 1939, pero industrializado y con un gran potencial tecnológico, con una base superior a lo que actualmente se considera un país de ingresos medios, recibió un tratamiento que ya quisieran obtener los llamados países más pobres altamente endeudados (HIPC, por sus siglas en inglés). A estos países, vale la pena recordarlo, con el HIPC se les da un tratamiento que, a más de ser un fracaso, constituye una estafa si se consideran los ofrecimientos con que se lo promocionó desde 1996.

Más allá de las cifras impactantes del Acuerdo de Londres, cuentan sus elementos cualitativos, de largo más trascendentes. No fue un vulgar acuerdo de refinanciación de deudas, fue un arreglo definitivo que devolvió la credibilidad financiera a Alemania para que vuelva activamente al mercado mundial. Se trató de un solo proceso de renegociación con todos los acreedores y todos los deudores. Se estableció la posibilidad de suspender los pagos para renegociar los términos pactados si había alguna alteración sustantiva que limitara la disponibilidad de recursos, esto es, se estipularon cláusulas de contingencia. Incluso se definió un sistema de arbitraje independiente, al que, por cierto, nunca fue necesario recurrir. La capacidad de pago de Alemania fue definida por los propios alemanes, no por sus acreedores. Y como para completar el arreglo, los mismos acreedores aceptaron introducir una suerte de ajuste en su economía para asegurar la compra de productos alemanes.

Las lecciones que se extraen de esta negociación histórica constituyen un referente para exigir cambios sustantivos en el manejo de la deuda externa. Los acreedores fueron hace 50 años más eficientes en términos económicos y aún más humanos de lo que son hoy el Banco Mundial, el FMI o los gobiernos aglutinados en el Club de París.

Lo que queda claro, viendo lo que obtuvieron los alemanes por razones geopolíticas, es que la deuda ha sido y es, en términos de Karl von Clausewitz si hubiera abordado las finanzas y no la guerra, la continuación de la política con otros medios. La deuda, como se ha demostrado hasta la saciedad por su largo historial, asoma como un mecanismo de exacción de recursos desde los países pobres y de imposición de políticas desde los países ricos. Desde esta lógica la gestión de la deuda engarza con otro axioma que se podría pedir prestado al propio Clausewitz, según el cual la deuda es un acto de violencia cuyo objetivo es forzar al país deudor a hacer la voluntad de los acreedores. Desde esa perspectiva, cabe replantear las alternativas reconociendo el carácter global del reto de la deuda, que no pueden quedarse en simples acciones discursivas de rechazo o en parches aislados, como son los acuerdos con el FMI o con el Club de París. Y tampoco puede ser aceptable la pretensión del FMI de dar paso a un tribunal de insolvencia, controlado por el propio Fondo, cuando urge un tribunal internacional de arbitraje para la deuda soberana, enmarcado en un código financiero internacional.

En estos días, ante la ausencia de reflexiones humanas y aun técnicas apropiadas, habría que volver a plantearse el tema desde la racionalidad política, que alentó el rápido y profundo arreglo de la deuda alemana. Si antes el aliciente fue la amenaza de una invasión de los tanques de Stalin, hoy la emigración de habitantes del Sur constituye más que una amenaza, es una realidad. Y esta invasión de seres humanos desesperados será indetenible en tanto los países acreedores, en complicidad con las élites gobernantes de los países deudores, mantengan cerradas las posibilidades de desarrollo a los países empobrecidos por culpa de la deuda externa.



Portada | Iberoamérica | Internacional | Derechos Humanos | Cultura | Ecología | Economía | Sociedad Ciencia y tecnología | Diálogos | Especiales | Álbum | Cartas | Directorio | Redacción