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La insignia
14 de noviembre del 2001


Bibliálogos: Entrevista con José Antonio Aguilar Rivera

Crítica de la razón neoindigenista


Ariel Ruiz Mondragón


Muy pocos se han atrevido a tener una posición crítica frente a las tendencias neoindigenistas que predominan en la actualidad. Uno de ellos lo ha sido el Dr. José Antonio Aguilar Rivera, quien, desde una postura liberal, ha ido contra la corriente (como quería Isaiah Berlin). En un medio en el que, respecto a los temas del neoindigenismo, priva la complacencia, la falta de crítica, la idealización, la mala conciencia y la descalificación contra los disidentes, sus argumentos son un soplo de aire fresco.

Aguilar Rivera es autor de varios libros, profesor-investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas, y colaborador de varias publicaciones, como el diario Milenio y las revistas Metapolítica, Nexos y Este país, entre otras. Conversamos con él acerca de su más reciente libro, El fin de la raza cósmica, en el que desarrolla una argumentada oposición al neoindigenismo y asume la defensa de la renovación del liberalismo mexicano.


Ariel Ruiz (AR): El liberalismo tiene muy mala fama en México. Actualmente se le achacan agravios históricos contra los indígenas y al neoliberalismo se le culpa de los males económicos y sociales del país. ¿Cómo recuperar en este medio los valores liberales?

Josè Antonio Aguilar Rivera (JAAR): El hecho de que tenga mala fama es una paradoja, porque durante mucho tiempo fue uno de los mitos fundacionales de la nación mexicana, junto con el mestizaje y el nacionalismo revolucionario. Además, el PRI hizo toda una apropiación mañosa de la tradición liberal del siglo XIX. Durante mucho tiempo el liberalismo fue componente de la historia de bronce.

Recuperar el liberalismo es romper con la mitología del liberalismo en México, con toda esa apropiación simbólica que han hecho, por un lado, los apologistas del régimen (por ejemplo, Jesús Reyes Heroles), pero también con los historiadores que idealizan el siglo XIX como un periodo de democracia, tolerancia, etc., y que usaron esa imagen para criticar al gobierno (como Cosío Villegas y sus discípulos, como Enrique Krauze).

Yo creo que la reinvención del liberalismo pasa por pintar una raya con ambas tendencias. Lo que tenemos que hacer es salirnos un poco de nuestra estrecha historia para buscar ideas en los clásicos de la tradición liberal. Esa es, básicamente, la estrategia de renovación que propongo. Nuestra tradición liberal es muy débil en los aspectos normativos y filosóficos porque estaba concentrada, entendiblemente, en lograr un arreglo constitucional que garantizara la libertad del individuo, la separación de poderes, el estado de derecho, cosas que no hemos logrado del todo. Pero en los aspectos filosóficos era más bien pobre.

Ahora el reto fundamental que plantea el ataque al liberalismo es por parte de lo que podríamos denominar vagamente como el "multiculturalismo", la política de la identidad, de la diferencia. Considero que el liberalismo está muy mal preparado filosóficamente para hacerle frente a estos retos.

AR. En plena ofensiva multicultural han comenzado a aparecer defensas del liberalismo, en el caso mexicano por usted y a nivel internacional por Giovanni Sartori en su libro La sociedad multiétnica, en el que hay una fuerte reivindicación del pluralismo y una severa crítica al multiculturalismo, que exacerba las diferencias hasta el punto del conflicto. ¿Cómo ha visto usted esta reacción liberal? JAAR: Durante varios años, de la caída del socialismo hacia acá, una parte de la izquierda marxista que se quedo huérfana, se convirtió de la noche a la mañana a este credo (como ocurrió en México), que en realidad es totalmente ajeno a la tradición de la izquierda. Lo hicieron colonizando (algunos de ellos) la tradición liberal, metiéndose y empezando a socavar algunos de los pilares normativos básicos de la teoría liberal (estoy pensando, fundamentalmente, en el canadiense Will Kymlicka). Lo notable es el éxito enorme que tiene.

Es hasta ahora que empieza a haber una respuesta por parte de los liberales, especialmente de los liberales de izquierda. Hay una tradición liberal de izquierda que empieza a ver la amenaza que representa el multiculturalismo como una confusión de lo que históricamente ha representado el liberalismo. Creo que el caso de Sartori ilustra muy bien esto.

Durante mucho tiempo no le poníamos mucho caso a los multiculturalistas porque pensábamos que no iban a ir muy lejos, ya que no valía la pena desperdiciar munición intelectual en destruir sus argumentos, teóricamente tan débiles.

Pero ahora hay muchos teóricos a nivel mundial se han dado cuenta de que esto es una amenaza intelectual, y empezamos a ver una respuesta teórica-histórica a estos avances del multiculturalismo.

AR: Hay gente que considera cuando menos en sus inicios, al liberalismo como de izquierda. Usted llega a mencionar que el liberalismo tiene un componente libertario y contestatario. ¿Cómo podemos explicarnos que organizaciones de izquierda, como el PRD y el EZLN, hayan adoptado las tesis reaccionarias del neoindigenismo?

JAAR: En parte se debe a la orfandad que produjo la muerte del socialismo, que fue un elemento de enorme confusión. Estaban como corrientes opuestas al liberalismo argumentos conservadores de veta localista, y la izquierda equivocadamente los vio como el caballo de recambio del socialismo.

Es también el olvido histórico de los orígenes de la izquierda, no sólo de la marxista, sino también de la socialdemócrata, que estaba comprometida con grandes metas y banderas universales: la justicia, la igualdad, etc.

El olvido, la amnesia, el descontrol, la confusión de la pérdida del socialismo son elementos que hacen que el PRD gravite hacia estas demandas, que no tienen que ver nada con las banderas tradicionales de la izquierda, y sí de la reacción y de los movimientos conservadores románticos.

AR: En el tema del indigenismo hay una vieja lucha entre comunitarismo e individualismo liberal; éste significa, para una buena parte de la izquierda, egoísmo sin más.

JAAR: Quiero recordar que tanto el liberalismo como el marxismo, de origen tienen al individuo como su centro. Aún hablando de la lucha de clases, el propósito fundamental de Marx, era la emancipación total del individuo.

Ni el liberalismo ni el marxismo tenían deferencia por la tradición, por las costumbres, mucho menos aquellas que oprimían a los individuos, como muchos de los usos y costumbres de las comunidades indígenas que relegan a una condición subordinada a las mujeres. Ambos movimientos tienen un componente libertario muy grande y disruptivo de esos arreglos locales en donde los individuos están subsumidos a la comunidad, pues las tradiciones de la comunidad tienen preeminencia.

Hay, desde el siglo XVIII, una reacción conservadora en contra de esos movimientos que ahora se han metamorfoseado en lo que aparentemente son movimientos de izquierda.

AR: Hay un tema que me parece básico: ¿se pueden conciliar los derechos de las comunidades, el derecho consuetudinario, con las garantías individuales, el derecho positivo? Usted habla de que hay una confrontación. ¿Cómo se da? Hay quienes piensan que el derecho consuetudinario puede complementar el derecho positivo.

JAAR: Lo puede ser en tanto no haya conflictos con las normas básicas de un orden jurídico liberal. Aquí lo interesante son todos los puntos en los cuales las tradiciones jurídicas consuetudinarias pueden ayudar a arbitrar, a solucionar problemas locales, y que son muy valiosos para ello porque tienen un conocimiento local que un juez lejano en la cabecera municipal no tiene. Yo creo que eso se debe recuperar.

Pero hay puntos en los cuales las garantías procesales de los individuos sí están en conflicto con muchos de esos procedimientos. El problema no es decir que no deben existir usos y costumbres o prácticas de derecho consuetudinario, sino reconocer que cuando llegue a haber conflicto de base, lo que tiene precedencia es el derecho positivo, que a su vez encarna los derechos individuales y las garantías procesales de las personas.

AR: Usted cita, para descalificar ciertos usos y costumbres, el caso de los linchamientos. Hace unas semanas, Andrés Manuel López Obrador, en el caso de un linchamiento en Tlalpan, dijo que eso era parte de las creencias, usos y costumbres del México profundo y que con eso no había que meterse.

JAAR: Allí se intersectan dos cosas: por un lado, es el componente autoritario de muchas de estas tradiciones locales, que tienen muy poco respeto por los individuos y por las personas; y por otro lado, la tradición autoritaria de la izquierda que quebró el socialismo, pero que no ha menguado en muchas de las gentes que creyeron algún día en él.

Ese desprecio por el individuo y por los derechos humanos, por la democracia burguesa y los derechos burgueses, etc., se intersectan muy bien, y el caso de López Obrador lo ilustra muy bien.

El poco respeto que la tradición de izquierda socialista tenía por los derechos individuales, se junta con el poco respeto que tienen las tradiciones locales comunitarias. Allí está lo peor de las dos tradiciones conjuntadas en armonía casi perfecta.

No sólo se trata de los linchamientos. En un estudio que hicimos para el IFE encontramos que en muchos municipios en Oaxaca se organizan los procesos de selección de autoridades locales por usos y costumbres; eso entraba en conflicto con lo que son los procedimientos federales electorales que el IFE sigue.

Muchos de ellos no son procedimientos sin importancia, sino que son representativos del entendimiento de lo que es la democracia liberal. Por poner un ejemplo: la insaculación de funcionarios de casilla, que parece una cosa trivial. Se hace un sorteo porque se tiene la noción de que todos los ciudadanos mayores de edad en uso de sus facultades, deben ser capaces de realizar labores de autogobierno, sirviendo como funcionarios de casilla, etc. Esta es una idea radicalmente democrática, desde los griegos.

No es una sorpresa que entre los pueblos indígenas esa idea encuentre una enorme oposición, porque a veces sale sorteado como presidente de casilla alguien que en la jerarquía social de la comunidad tiene una posición subordinada, y entonces los ancianos, los dirigentes, no quieren que esa persona desempeñe esa función.

Es un choque entre la idea jerárquica, nada democrática, de estas comunidades, con la idea occidental democrática del sorteo.

Lo mismo ocurre con la subordinación de las mujeres. Éstas no pueden ser funcionarias de casilla, y muchas veces ni siquiera van a votar. En muchas comunidades es permitido que el marido vaya con la credencial de elector de su mujer y vote por ella.

La idea del sufragio individual, universal y secreto, que es lo que está atrás de los procedimientos del IFE, entra en conflicto con muchos de los procedimientos que no son secretos, sino a mano alzada, y son discriminatorios por género. Otra violación flagrante, discriminatoria, es en el sistema de cargos, que va en contra de la Constitución, ya que para tener derechos políticos, para tener cargos políticos, las personas tienen que haber servido en las fiestas religiosas del pueblo, o haber sido mayordomos.

AR: Ahora vemos eso en el caso de Ixmiquilpan, Hidalgo, en el que para disfrutar de servicios públicos, los protestantes tenían que participar en las fiestas católicas del pueblo. Incluso, el resto de la comunidad les ha amenazado con la expulsión.

JAAR: Ese caso ilustra muy bien lo anterior. Uno pensaría que esto se iba a resolver rápidamente, que el Estado iba a garantizar la libertad de credo de la minoría protestante, y no fue así. Hubo un proceso larguísimo de negociación, de más de un año, en el que los protestantes no tuvieron agua ni servicios públicos, sino hasta que graciosamente los católicos lo aceptaron

Esto es muy ilustrativo de la falta de cumplimiento, observancia de los derechos individuales, de los derechos humanos en México, y de la incapacidad del Estado mexicano para hacerlos valer en tiempo y forma.

Si en México nunca han estado garantizados los derechos individuales y además reconocemos este tipo de mecanismos que le otorgan un poder a las comunidades sobre los individuos, no estamos avanzando, estamos en un proceso de regresión autoritaria.

AR: Hemos hablado de los usos y costumbres negativos. Usted comentaba que podría haber algunos elementos del derecho consuetudinario que pudieran ser útiles. ¿Cuáles nos podría mencionar?

JAAR: Por ejemplo, en la Constitución local de Quintana Roo se prevé que los delitos menores que no involucren homicidio o cosas por el estilo., pero si en el caso de conflictos entre particulares, pueden ser referidos a los jueces tradicionales, que tienen un entendimiento de cuál es la magnitud del daño, cómo puede ser reparado, etc., y creo que ha funcionado muy bien.

Pero tiene dos salvedades previstas en la ley: cualquiera de las partes puede decidir recurrir a la justicia no indígena, que es una salida que me parece muy importante que exista. La segunda es que después de cierto monto, de cierta gravedad, entonces estos procesos tienen que ser llevados por jueces no indígenas.

Eso reconoce, por un lado, la utilidad, la información que tienen los jueces tradicionales de la comunidad para resolver problemas menores, que se resuelven mejor en el ámbito local, y al mismo tiempo salvaguardan que no vaya a haber violaciones graves a los derechos individuales y procesales de los involucrados.

Este es un ejemplo en el que se reconoce y se utiliza el derecho consuetudinario indígena y al mismo tiempo se salvaguardan principios fundamentales de un orden jurídico liberal.

AR: Hay quienes defienden las supuestas características democráticas de las comunidades indígenas. Villoro alaba algunos tipos de democracia directa, plebiscitaria, participativa, en desdoro de la democracia representativa. ¿Son reales esos elementos democráticos de las comunidades indígenas?

JAAR: Yo diría que no son parte, en lo general, de lo que conocemos como democracia liberal, que es el entendimiento moderno de la democracia. Tampoco son parte de la democracia directa de los griegos, como lo mencionamos en el caso del sorteo. Los indígenas están opuestos a esa idea del sorteo porque el orden que está detrás no es la isonomía, la igualdad ciudadana de los griegos, sino una jerarquía social estratificada.

Ni es parte de la democracia moderna, ni es parte de la tradición de la democracia directa de Occidente. Son arreglos locales que le dan una enorme fuerza a la comunidad por encima de los individuos. Eso ni es libertario ni es moderno.

AR: ¿Está usted en favor de que se use la democracia electoral para elegir a las autoridades tradicionales?

JAAR: Los esquemas de usos y costumbres están previstos para sociedades con poco cambio. Si el país se va a transformar, es muy probable que estos mecanismos no basten o no sean un sustituto adecuado para lo que hace la democracia electoral, que es manejar y canalizar los conflictos políticos.

Un ejemplo de ello: hay muchos conflictos internos en Oaxaca. No hay un mecanismo de control de la legalidad indígena. El Estado lo único que hace es que convalida, que reconoce tal cual los resultados a los cuales llegan las comunidades indígenas a través de sus propios procedimientos. No se mete a calificar esos procedimientos. Si hay violaciones en los mecanismos internos, no hay ninguna corte indígena o tribunal al cual recurrir para inconformarse, siguiendo los propios principios de selección comunitarios.

Entonces, hay conflictos que no van a tener cómo ser adjudicarlos.

Otro ejemplo es cuando llegan gentes que no son indígenas, a vivir en unidades habitacionales del INFONAVIT (como ha pasado en los municipios conurbados de la ciudad de Oaxaca), y la gente que vive allí no tiene derechos políticos locales, porque no son parte de la comunidad. El potencial de exclusión es muy grande.

Mi posición es, por supuesto, no expandir este tipo de mecanismos a otras partes del país. En la medida de lo posible se debe ir pugnando para que, de manera voluntaria, más y más municipios vayan adoptando los mecanismos constitucionales de elección de autoridades.

Esa sería mi propuesta: reconocer que es una situación que existe de facto, aunque no es deseable, y que al mismo tiempo no es posible desaparecerla de la noche a la mañana, pero sí podemos ir haciendo esfuerzos para que cada uno de estos municipios vaya moviéndose hacia un esquema de elecciones constitucionales.

La demagogia del gobernador Murat de querer exportar el modelo oaxaqueño me parece nefasta.

AR: En su libro, usted recuerda a Carl Schmitt. A mi también me recuerda a Schmitt la visión que muchos tienen de los pueblos indígenas. Los teóricos del neoindigenismo reclaman que son distintos; sin embargo, parece que son un todo homogéneo. Entre ellos hay una gran diversidad, existe discriminación (que es una cosa de la que muy poco se habla). Me recordaba que Schmitt decía que podía haber pluralidad entre naciones, pero no al interior de una nación. Creo que hay poco reconocimiento a la diversidad que existe entre los pueblos indígenas y al interior de las propias comunidades.

JAAR: Así es. Todos esos argumentos del multiculturalismo hacen énfasis en la diferencia entre los indígenas y los no indígenas, pero borran convenientemente la diversidad y las diferencias al interior de las comunidades indígenas. Es un argumento esencialista totalmente contrario a la democracia liberal.

Para los indigenistas, los indígenas deben ser, primero y antes que nada, indígenas. Su autoidentificación fundamental debe ser la de ser indígenas. Pero, ¿por qué no pueden ser católicos, padres, agricultores, comerciantes, etc., que son identidades alternativas y paralelas a la identidad étnica? Esto funciona si uno cree que la identidad más importante y omnicomprensiva es la étnica.

Pero si no es así, ninguna sociedad liberal además funciona con ese tipo de identidades. Lo que argumenta Sartori es precisamente que las sociedades liberales descansan en el pluralismo, que tenemos muchas identidades y tenemos muchas asociaciones cruzadas que neutralizan cualquier intento de que una sola monopolice lo que somos y nos oponga entonces contra lo demás. Ninguna sociedad liberal funciona con identidades monopolizadas por la identidad étnica.

AR: Volviendo sobre Sartori. Usted en su libro habla de la reparación simbólica que significaría el reconocimiento de las autonomías, y no se pone verdadero acento en lo referente a las condiciones de atraso y de marginación de las comunidades. ¿Lo que usted propone sería la idea de la acción afirmativa de Sartori?

JAAR: Lo que yo creo que hay que hacer, es que más que la acción afirmativa, es la igualdad de oportunidades. Eso nos regresa al entendimiento de la izquierda socialdemócrata. Ésta tomó partido por la idea de igualar oportunidades, de corregir, en la medida de lo posible, a través de la intervención del Estado, estas enormes desigualdades de oportunidad que existían en su sociedad. Creo que ese es el camino: una intervención de largo plazo, sostenido por los impuestos de los indígenas y, sobre todo, de los no indígenas, para procurar las condiciones de vida que puedan asegurar que los indígenas tengan igualdad de oportunidades. Esa debería ser la finalidad de la izquierda.

Si las personas quieren conservar costumbres antiliberales, eso no debería ser recogido como una bandera de izquierda. Es muy notable cómo este movimiento neoindigenista, lo que ha hecho es: ha mandado, ha subordinado, ha opacado la necesidad de la igualdad de oportunidades de intervención…

Se ha regresado al ilusionismo constitucional en el que pensamos que cambiando la Constitución se cambiaba al país. A menudo se critica a los liberales, pero la verdad es que los herederos de la ingenuidad de los liberales decimonónicos es esta izquierda neoindigenista: igual que aquellos, cree que haciendo una buena Constitución todo se va a resolver. Creen que las Constituciones son la llave para resolver los problemas de la sociedad. Ellos son los herederos de ese ilusionismo y de esa ingenuidad política.

AR: ¿Existe en algún sector político mexicano, empezando por el gobierno del presidente Vicente Fox, algún proyecto para procurar esta igualación?

JAAR: No. Esa es la tragedia. Para un gobierno de derecha es además muy entendible, es atractiva la retórica neoindigenista. Es atractiva porque le da una forma rápida, barata, de ponerse una cachucha progresista sin que le cueste un peso. Eso es lo que ha hecho este gobierno.

A mí no me causa ninguna sorpresa que un gobierno de derecha, con una política económica de derecha, haya hecho suya la causa neoindigenista, porque desde el punto de vista fiscal no era una mala idea, ya que no le costaba nada cambiar la Constitución y sanseacabó y todos contentos.

Allí es donde se revela la filiación conservadora, de derecha, reaccionaria, de todos los argumentos neoindigenistas.

AR: Parece que ahora que el liberalismo está más asediado, es más necesario que nunca, reivindicar valores como la tolerancia. ¿Cómo rescatarlo?

JAAR: Creo que la forma es recuperar la memoria, recuperar la brújula filosófica, ideológica, política. La izquierda tiene una enorme oportunidad, dadas las desigualdades, la pobreza, de abrazar las causas reales de izquierda. Pasaría por hacerse socialdemócrata, lo cual quiere decir que se vuelva liberal en lo político con un programa social hacia los desprotegidos.

México es un país en donde los ciudadanos pequeños están a la merced del gobierno, de las grandes empresas, de los grandes capitales. Esa debería ser la bandera y el objeto de las políticas de izquierda: el defender a esos pequeños ciudadanos de esas fuerzas y estas enormes desigualdades que los hacen vulnerable. Ese debería ser el objetivo, la meta de la izquierda de México, no estar abrazando movimientos románticos y reaccionarios.

AR: ¿Pueden ir de la mano proyectos para mejorar las condiciones de vida de los indígenas (y de todos los pobres) con el reconocimiento de las autonomías?

JAAR: Difícilmente, porque una parte de lo que implican los arreglos de autonomía es la preservación de órdenes sociales, y creo que el bienestar económico material implica modernización, y la modernización implica ruptura. Llegaría el momento de decir: ¿qué queremos? ¿que siga habiendo monocultivo o que haya trabajo?

Cuando se tiene claridad ideológica, se da cuenta que el asunto de preservar las costumbres y las tradiciones compete únicamente a los individuos. En todo caso, cada persona dentro de una comunidad debe tener la elección de poder optar entre quedarse en una comunidad local y mantener una cultura, o salir e integrarse al México mayoritario. Es muy respetable la decisión de quien desee quedarse, conservar el idioma y conservar las tradiciones. Pero sólo es respetable si también tiene la opción real (no hipotética) de no hacerlo, e integrarse al México no indio.

AR: Me ha tocado platicar con gente que tiene una concepción muy idealizada de las comunidades indígenas, incluso de buena fe, y las ven como una suerte de "socialismo democrático", en el que el socialismo se sintetiza en el lema "Para todos, todo" y lo democrático en el eslogan "Mandar obedeciendo".

JAAR: Esto es un cóctel donde se mezclan romanticismo, culpa, mala conciencia, ingenuidad. La gente que lo dice no vive allí, en las comunidades indígenas, y pueden seguir llevando sus vidas occidentalizadas: ir a Coyoacán, después al cine, y no tienen que darle cuentas al Consejo de Ancianos, ni tener cargos religiosos en las fiestas del pueblo.

AR: Ni someterse a los caciques.

JAAR: Así es. Es falta de sinceridad política, a veces no deliberada. Yo no dudo de la honestidad intelectual de alguien como Villoro, pero creo que está profundamente equivocado.

AR: Usted criticó fuertemente la Ley COCOPA. Después vino todo el affaire de la nueva reforma constitucional en materia indígena que se aprobó. Algunos la ven como un avance, los neoindigenistas la consideran una contrarreforma. ¿Cuál es su opinión de esta reforma?

JAAR: Mi posición fundamental sigue siendo que el problema no es constitucional, no es de leyes en lo esencial. En tanto estemos centrando toda la atención en la Constitución y en las reformas constitucionales, estamos regresando al ilusionismo constitucional del siglo XIX.

En política, parte de lo que se debe hacer es saber distinguir entre lo malo y lo peor. Yo creo que esta ley es mala, pero la otra era peor. Creo que no va a resolver ninguno de los problemas fundamentales de los indígenas.

AR: Ni la Ley COCOPA

JAAR: Ni la Ley COCOPA. Ésta además tenía el potencial de empezar a justificar abusos serios, a legitimarlos. Es parte de la debilidad del Estado mexicano: que en la práctica no ha podido evitarlos. Creo que la Ley COCOPA iba a darle una cobertura, un cobijo legal a estas prácticas. Bueno, le quitaron los dientes, lo cual hace que la ley actual sea menos mala que la Ley COCOPA.

Siendo mala, ya que es vaga, es verborreica, hace declaraciones innecesarias como que la nación mexicana es única e indivisible. Su virtud es que le quitó los dientes a las partes más preocupantes de la Ley COCOPA.

AR: Para terminar, ¿qué es el patriotismo cívico que usted propone en su libro?

JAAR: Esta es una idea que ha discutido fundamentalmente el teórico político italiano Maurizio Viroli. Creo que la idea es acertada: que la izquierda le ha cedido a la derecha el discurso patriótico. La izquierda, por razones de origen ha sido más internacional. Ha visto los sentimientos patrióticos de pertenencia a una nación como algo que debería ser trascendido.

Lo que hace Viroli es rescatar al patriotismo del nacionalismo. El nacionalismo tiene mucho que ver con lo que a los neoindigenistas les gusta, que son los lazos de pertenencia cultural, étnico, etc.

En cambio, el patriotismo es fundamentalmente político, no cultural (aunque por supuesto todo lo político tiene un elemento cultural implícito). Viroli lo que trata es de distinguir, separar por un lado entre la adhesión a una comunidad política y a principios políticos, y la adhesión a un ente apolítico, cultural, que es lo que los románticos alemanes inventaron: la nación, la lengua, el folklore, a todo lo que les gusta a los neoindigenistas.

Viroli propone que es posible que la izquierda haga suya una agenda patriótica, entendiendo el patriotismo como una identificación y un compromiso político, no cultural, hacia la comunidad política. Creo que tiene razón. Se trata de rescatar los compromisos con la gente que vive en nuestro país, que son conciudadanos, y el vínculo esencial del patriotismo es la ciudadanía, entendiendo a ésta como una categoría política, no cultural, que es precisamente lo que están tratando de debilitar los neoindigenistas: los vínculos ciudadanos, cívicos, con los que compartimos un mismo destino, independientemente de nuestra religión, de nuestra cultura, de nuestra etnia, porque somos parte de una misma comunidad política.

Allí la izquierda también tendría, si quisiese abrir los ojos, y dejar de lado esta agenda reaccionaria, una bandera: recuperar los espacios públicos, los espacios ciudadanos, y la idea de la patria.

AR: Alguna otra cosa que quiera agregar y que le parezca importante.

JAAR: Hay una enorme oportunidad para la izquierda en un país con las características de México, tan injusto. Es una enorme oportunidad que la izquierda se ha empeñado en desperdiciar. Espero que algunos dentro de esta izquierda abran los ojos y recuperen la brújula.



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