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La insignia
3 de noviembre del 2001


La importancia del cine documental


Patricio Guzmán
Los documentalistas, 2 de noviembre.


El cine documental nació exactamente en el año 1922 con el estreno del filme Nanook el esquimal (de Robert Flaherty). Desde entonces el llamado "segundo género" no ha hecho más que crecer, recorriendo un camino sorprendente, azaroso y variado.

Los primeros documentalistas fueron grandes exploradores (Flaherty, Vertov, Grierson) que pusieron en marcha expediciones laboriosas hacia los puntos más remotos del globo, para filmar por primera vez acontecimientos o culturas que nadie conocía de cerca. Asi trabajó y vivió la primera y la segunda generación formada por hombres legendarios (Karmen, Medvedkine, Ivens, Marker, Rouch, Perrault).

La televisión --a partir de la década del 60-- amenazó gravemente a estos pioneros, obligándolos a replantear su trabajo, sustituyéndolos en parte por modernos equipos de reporteros que duplicaron su capacidad de viajar. Sin embargo, después de esa fecha --poco a poco-- los directores de documentales descubrieron que se podía filmar películas sin apenas salir del barrio. Aparecieron incontables cintas documentales sobre cualquier actividad del hombre; por ejemplo, sobre pintura, ciencia, política, música, deportes, literatura, medicina, etc., que demostraron que el género documental no sólo era útil para mostrar geografías remotas sino también para fotografiar cualquier aspecto de la sociedad.


Un cine más humano

Así empezó a surgir el llamado "documental de autor", que hasta hoy día consiste en mostrar cualquier actividad humana, por simple que sea, pero siempre bajo el punto de vista personal del cineasta. Fueron películas con mayores recursos narrativos que los viejos documentales. Pero ni la técnica ni el dinero eran lo más importante, sino su manera de contar las historias, exponiendo cada tema con más sentido del relato, sin apoyarse sólo en la voz en "off" del narrador sino también en sus propios personajes y utilizando mejor el lenguaje cinematográfico.

La aparición de este nuevo tipo de documentales elevó la categoría del género, que abandonó el "realismo" y la retórica educativa de los primeros tiempos. Hoy día --en Europa-- se producen centenares de documentales de autor. Unicamente en Francia se realizaron 739 horas de este cine en 1995. La duración promedio de estos filmes es de 52 minutos y su costo promedio es cuatro veces más barato que una película de ficción. Europa es el primer productor de documentales de autor del mundo. Las principales factorías son: France-2, France-3, La Cinquième, Canal Plus, La Sept-ARTE y Planète Cable (en Francia); ZDF y WDR (en Alemania); Channel Four y BBC (en Inglaterra), En la mayoría de los casos, se trata de los canales públicos que han sabido adaptarse mejor a la competencia mercantil sin abandonar la cultura.

Cada año, estos y otros países apoyan y subvencionan importantes festivales, mercados y competiciones de cine documental en todas partes: Marseille, Lussas, FIPA, Nyon, Sheeffeld, Cork, Goteborg, Leipzig, Amsterdam, Paris-Du Réel, Firenze-Dei Popoli, Bombay, Seoul, Yamagata, Nueva York, Soundance, Toronto, Premio Italia, Premio Golden Gate de San Francisco, Oscar de Hollywood, etc. Y muchos acogen a los documentalistas en sus respectivas Academias Cinematográficas.

En España, por desgracia, la Academia de Madrid no contempla ningún premio Goya para el género documental de largometraje y el único certamen que posee una apartado exclusivo de documentales (al menos por ahora), es el Festival de Málaga, además de la vieja sección "tiempo de historia" de Valladolid. En América Latina solamente hay cuatro certámenes (todos ellos muy modestos): Santiago de Chile, Río de Janeiro, Sao Paulo y Bahía, más la sección documental de La Habana y Mar del Plata.


La necesidad de producir documentales

En el presente y futuro inmediato, es básico apoyar y financiar a los productores y realizadores independientes de cine documental, por varias razones.

Primero: porque la aparición de los canales de televisión especializados está creando una demanda cada vez mayor de cine documental en todo el mundo. En 1995, Francia aumentó la producción de este género un 80% con respecto al año anterior. Es muy necesario, por lo tanto, que en el futuro próximo cada país disponga de estos profesionales y no se vea en la obligación de importar todo el material documental que consume. Cada cultura --además-- posee una manera distinta de expresarse y los filmes documentales también forman parte de esa voz única y diferenciada.

Segundo: la población universitaria de España y América Latina aumentó considerablemente desde 1970. (En Latinoamérica aumentó quince veces). Millones de jóvenes han podido acceder a la educación superior, animando cientos de campus universitarios en todas partes. Una juventud con nuevos códigos de vestimenta, de sexualidad y de cultura irrumpió hace ya mucho tiempo en el seno de nuestras sociedades, donde ha habido pocos cambios (o ninguno) en la vieja estructura de los canales de televisión fuertes. ¿En el futuro estos sectores más ilustrados aceptarán la programación convencional de las grandes cadenas de TV españolas y latinoamericanas, todavía sin espacios culturales amplios?

Tercero: si estas grandes cadenas no cambian (es bastante más que probable), de todas maneras seguirán apareciendo más y más canales de televisión "temáticos" (que representan el futuro, con multidifusiones o programaciones a la carta), un marco mucho más apropiado para el género documental, porque son canales que no interrumpen las obras con cortes publicitarios (recordemos que los documentales de largo- metraje no soportan bien las interrupciones publicitarias) y la producción se mantendrá o aumentará.

Cuarto: como ya mencioné, el punto de vista nacional --español o latinoamericano-- no puede quedar marginado del género. Por ejemplo, hay más equipos ingleses, estadounidenses, noruegos o canadienses trabajando sobre temas españoles o latinoamericanos, que equipos "nuestros" trabajando sobre ellos. Las embajadas latinoamericanas en Europa, y las embajadas españolas en Iberoamérica, tienen menos material documental sobre nuestra cultura que el que tienen los suecos, daneses, suizos, holdandeses o belgas en sus respectivos países. Por ejemplo, películas documentales sobre el desierto de Atacama, sobre la jungla brasileña, sobre la guerra civil española, sobre Dalí, sobre Picasso, sobre El Joglars, sobre el rey Juan Carlos, sobre la Ruta de los Incas, sobre el flamenco, el tango y la salsa, sobre Neruda, Botero, Borges, sobre la isla de Robinson Crusoe, sobre la arquitectura de Chiloé, sobre las ruinas de Nazca, sobre la cocina africana de Bahia, sobre los bulevares de Sao Paulo, sobre la plástica de Roberto Matta, etc., son por regla general grandes obras documentales alemanas, inglesas o francesas. Esto es enormemente tranquilizador y a la vez dramático. ¿Qué sería de nuestra memoria histórica y de nuestra memoria visual sin el trabajo, energía y creatividad de estos cineastas extranjeros?

Pero a la vez no dejamos de hacernos una pregunta: ¿cuánto tiempo más deberá transcurrir para que al menos una ínfima parte del rico patrimonio cultural de España y América Latina sea recuperado por nuestro propio cine documental?



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