La insignia
24 de marzo del 2001


Sísifo, la conciencia dichosa


Peter Baumann


Sísifo había sido condenado por los dioses a acarrear eternamente una gran roca hasta la cima de una montaña desde donde la piedra volvía a caer una y otra vez. Parece ser que los dioses le infligieron tal castigo porque reveló sus secretos al informar a Asopo que su hija Egina había sido raptada por Júpiter, a cambio de que el padre de la joven surtiera de agua a la ciudad de Corinto.

Hasta aquí, brevemente el mito clásico. Veamos, ahora, la reflexión de Albert Camus sobre Sísifo. Camus describe con gran fisicidad el esfuerzo sobrehumano que supondría cargar la enorme roca una y otra vez para, alcanzada la cima, ver cómo se proyecta nuevamente al vacío. "Sísifo me interesa durante ese regreso, esa pausa... Esta hora que es como una respiración y que vuelve tan seguramente como su desdicha, es la hora de la conciencia... Sísifo, proletario de los dioses, impotente y rebelde, conoce toda la magnitud de su condición miserable: en ella piensa durante su descenso. La clarividencia que debía constituir su tormento consuma al mismo tiempo su victoria...".

La victoria de Sísifo es ética e individual: en su reconocerse como oprimido a la roca está su condición heroica. Pero hay algo más. Una y otra vez, Sísifo sube la pendiente de la montaña que la roca erosiona con su peso, a la vez que ella misma se desgasta. Y en esa cíclica voluntad de recomenzar de nuevo está la asegurada victoria porque cada nueva ascensión supone allanar la montaña y desgranar la piedra, fortaleciendo el espíritu y doblegando el destino. "Si el descenso se hace algunos días con dolor, puede hacerse también con alegría..." -comenta Camus- "...Toda la alegría silenciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece... Sísifo enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas... Este universo en adelante sin amo no le parece ésteril ni fútil... Hay que imaginarse a Sísifo dichoso".

Los dioses no debieron ponderar la grandeza humana que otorgaban a Sísifo con tan descomunal tormento, así como tampoco las consecuencias venideras, pues su hijo, Odiseo, engañó astutamente a Polifemo, descendiente de Poseidón, uno de los Dioses, bajo el anonimato, haciéndose pasar por nadie, cegándole su único ojo. Cierto es que Posidón le mantendrá errante diez años lejos de su patria, Ítaca, pero Odiseo ha conquistado para el hombre el mundo de unos Dioses que se desvanecen en el tiempo, pues como decía Epicuro "es verdad que hay dioses; pero lo que la multitud cree de ellos no es cierto, pues lo que la multitud cree cambia con el tiempo".

No es eclecticismo huero el del maestro de Samos, 300 años a.C., sino conciencia antropocéntrica de que la felicidad depende de uno mismo. "Ten siempre a Ítaca en la memoria / Llegar allí es tu meta. / Mas no apresures el viaje. / Mejor que se extienda largos años; / y en tu vejez arribes a la isla / con cuanto hayas ganado en el camino, / sin esperar que Ítaca te enriquezca." (Kavafis).



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