Portada | ![]() |
Directorio | ![]() |
Debates | ![]() |
Buscador | ![]() |
Redacción | ![]() |
Correo |
![]() |
![]() |
14 de junio del 2001 |
Libros Visiones peligrosas Iván de la Torre
En 1967, Harlan Ellison era un joven escritor de 33 años que ya había sacudido el mundo de la ciencia ficción con su lengua afilada y dos cuentos ganadores del prestigioso premio Hugo ("¡Arrepiéntete, Arlequín!", dijo el señor Tic-Tac y No tengo boca y debo gritar); su siguiente desafío sería mucho mas amplio y respondería a la corriente de renovación que había propiciado la nueva ola inglesa: una antología de relatos inéditos bautizada Visiones peligrosas.
Visiones peligrosas partía de una premisa sencilla pero extremadamente arriesgada: publicar cuentos sin ninguna restricción por parte del recopilador ni la editorial en cuanto a tema y estilo; algo que los escritores de ciencia ficción (y de todos los géneros) pedían desde siempre. Obviamente, existían escasas excepciones que habían logrado vadear la censura y publicarse, como la novela Los amantes, de Philip José Farmer, y sus relatos interconectados recopilados en Relaciones extrañas ; o el cuento «Un mundo bien perdido», de Theodore Sturgeon, que hablaba de la homosexualidad (lo que ocasionó que acusaran de homosexual al propio Ted). Pero eso eran: excepciones. Lo que Ellison quería era sacudir el campo y mostrar lo que se cocía en el enfebrecido mundo de la ciencia ficción de los 60, permitiendo una apertura mental tanto de los autores como de los lectores mas conservadores. El primer problema para su propósito era el dinero: Ellison sabia que si quería conseguir relatos «inéditos» debía pagar el mismo precio que las revistas, y no el monto reducido que pagaban las antologías por incluir relatos ya publicados. Eso lo llevó a tratar con Larry Ashmead, reconocido editor de «Doubleday», que había trabajado con Isaac Asimov, quien se mostró interesado en el proyecto, aunque dijo: «A menos que puedan indicarnos exactamente qué historias inéditas hay disponibles y puedan proporcionarnos un índice definitivo, no veo ninguna posibilidad de conseguir que este proyecto sea aprobado por nuestro comité de publicaciones». Finalmente el gasto fue superior a los 1500 dólares que había ofrecido la editorial en principio: «Visiones peligrosas ha costado a «Doubleday» 3000 dólares; a mí, 2700 sacados de mi bolsillo (y no de mis derechos de recopilador), y a Larry Niven, 750, que aportó voluntariamente para que este proyecto pudiera realizarse». El segundo problema fue conseguir buenos originales, sin embargo, al cabo de un trabajo arduo, la antología reunió a 32 escritores que mezclaban autores clásicos con recién llegados y desconocidos que participaban por primera (y en casos única) vez del género, algo que mencionaba el propio Asimov, autor del prólogo: «Si miran el índice descubrirán a varios autores que eran importantes en el período campbelliano: Lester del Rey, Poul Anderson, Theodore Sturgeon, etc. [...] También encontrarán, sin embargo, autores que son producto de los años sesenta y que sólo conocen la nueva era. Entre ellos están Larry Niven, Norman Spinrad, Roger Zelazny, etc.». Visiones peligrosas se publicó en tres volúmenes separados, que contenían una presentación de cada cuento a cargo del propio Ellison, y un epílogo del autor que explicaba su obra. Esto llevaría a polémicas a causa de las declaraciones de Ellison, como su afirmación acerca de la adicción de Philip K. Dick a las drogas: «Le pedí una historia a Phil Dick y la obtuve. Una historia que tendrá que escribir, bajo la influencia, si es posible, del LSD.») algo que este rebatirá en su novela póstuma Estación Albemut. A pesar de ello, esta obra funciono como una bisagra. Abrió las puertas a toda una serie de antologías originales y difundió a un nivel mas popular la idea de la nueva ola inglesa en los conservadores Estados Unidos. Visiones peligrosas I El primer tomo publicado contenía a un autor legendariamente provocador, Philip José Farmer, con su cuento «Jinetes del salario púrpura», una obra extraña que gano un Hugo y resucitó la popularidad de Farmer entre los lectores, antes de su gran éxito con la novela A vuestros cuerpos dispersos, primera entrega de su saga El mundo del río. Sin embargo, «Jinetes del salario púrpura» sufre las consecuencias de la manía por el lenguaje y la asincronía que propiciaba la nueva ola, mostrando un erotismo algo extraño en una trama deshilachada cuya fama posterior entre el público parece repetir el camino de hablar bien de algo porque todos lo hacen. Personalmente me parece una obra olvidable de Farmer, favorita solo para fanáticos. También aparece Frederik Pohl, con un cuento menor sobre la trascendencia de ciertas noticias y su tratamiento en el menor circulo posible: el chiste pasajero. Lo más extraño es el epílogo, donde Pohl parece creer en la solución de un sacerdote para lograr la integración entre blancos y negros: «[el sacerdote] los anima a que lean ciencia ficción, con la esperanza de que lleguen a aprender, primero, a preocuparse de los hombrecillos verdes marcianos en vez de los hombres negros estadounidenses, y segundo, que todos los hombres son humanos... al menos frente a un enorme universo [...]» Algo que suena como «en vez de odiarnos entre nosotros, unámonos para odiarlos a ellos». Brian Aldiss y Robert Bloch, por su parte, no ofrecen nada nuevo; el primero con un cuento intranscendente sobre cañerías temporales y el segundo con una pobre continuación de su clásico «Sinceramente suyo, Jack el Destripador». A diferencia de Bloch, Ellison aprovecha el clima y narra la tercera parte del ciclo, situando a Jack en una aséptica y cruel ciudad del futuro donde su papel cambia... Lo mejor llega con «Moscas», de Robert Silverberg, una historia de vampirismo que sirve para mostrar lo que puede suceder cuando los extraterrestres deciden experimentar con seres humanos, algo que se volverá una obsesión de Silverberg en el futuro y que repercutirá en su obra (Espinas, El hombre en el castillo). El veterano Lester del Rey aparece con «El canto del crepúsculo», que si bien no utiliza una idea deslumbrante, sale del paso usando la brevedad y la contención adecuadas. Finalmente, Miriam Allen deFord sorprende con «Sistema Malley», un método extremo para tratar a delincuentes en un futuro no tan lejano como terrible. Visiones peligrosas II Visiones peligrosas I provocó mas de lo que el propio Ellison había esperado, aunque él había contribuido a la publicidad del libro con sus polémicas (y en ocasiones imprecisas) declaraciones. Esto se vera en el prólogo de la segunda parte, donde explica lo ocurrido con el primer tomo, desde el éxito de ventas hasta los premios Hugo para él y para Farmer, para terminar con el rechazo y las cartas exacerbadas de los lectores, como la de una mujer de Filadelfia que lo increpaba duramente: «¡Que la maldición caiga sobre usted! La ciencia ficción tendría que ser algo hermoso. Con esa mente que tiene (?) debería estar usted limpiando letrinas y aún seria demasiado bueno». En Visiones peligrosas II, Ellison volvió a incluir acertadamente a escritores normalmente alejados de la ciencia ficción., como Howard Rodman, con su cuento «El hombre que fue a la Luna... dos veces», una emotiva historia casi bradburiana, más en el tema que en el estilo, sobre los cambios del mundo y su secuela de perdidas en la capacidad de soñar y descubrir, y James Cross con «La casa de las muñecas», que rescata un tema mitológico y lo inserta en la actualidad con maestría y talento. Entre los autores reconocidos aparecen Philip K. Dick y su aporte a la relación que puede suscitarse entre religión y drogas, con «La fe de nuestros padres», y Larry Niven, que muestra lo que puede suceder con el sistema de transplantes en el futuro en una historia entretenida pero no demasiado arriesgada; por su parte, Carol Emshwiller escribe un extraño pero fascinante relato sobre la atracción que ejerce un oscuro personaje sobre una mujer curiosa, y Damon Knight escribe un contundente relato breve sobre Dios y el tantas veces vaticinado «día después» en «¿Cantará el polvo tus alabanzas?». Entre los relatos más mediocres aparecen el de Joe L. Hensley, amigo de Ellison, que participa con una historia que no sorprende ni aporta nada nuevo; Poul Anderson, con sus clásicos bárbaros de poco vuelo, y Fritz Leiber con «Voy a probar suerte», que posteriormente ganaría un Hugo, a pesar de que la traducción es pésima o el estilo frecuentemente alabado de Leiber se vuelve pesado y denso, y no permite adivinar cuáles son la intención y el sentido de la trama. Mención aparte merece David R. Bunch, escritor mas reconocido por sus compañeros que por el publico, que figura con dos cuentos: «Incidente en Moderan» y «La escapada». Visiones peligrosas III El tercer y último tomo de la antología recoge en general buenos títulos: así tenemos el retorno de Theodore Sturgeon a la ficción luego de tres años con «Si todos los hombres fueran hermanos, ¿dejarías que alguno se acostara con tu hermana?», que plantea una interesante vuelta de tuerca sobre el incesto; «La raza feliz», de John Sladek, y la descripción de la creciente dependencia humana a las maquinas; Kriss Neville y «Desde la imprenta oficial del gobierno», una sorprendente visita al mundo infantil; J. G. Ballard con «El reconocimiento», y «Ángeles de carcinoma» de Normand Spinrad. Entre los decepcionantes, dada la fama de sus autores, pueden nombrarse «¿Que le ocurrió a Auguste Clarot?», de Larry Eisenberg, «La región de los grandes caballos», de R. A. Lafferty, «Judas», de John Brunner, y «Tú, el inmortal», de Roger Zelazny. La gran sorpresa viene de parte de Samuel R. Delany, con su asombroso relato ganador de un Hugo, «Por siempre y Gomorra», que trata sobre la pérdida que sufren los astronautas en su vagar arriba y abajo, y la atracción irresistible que ejercen sobre ciertas personas: un excelente cierre a una antología revolucionaria en la tercera parte de su contenido, que sigue, en sus mejores momentos, tan fresca, vigente y polémica como cuando apareció, y que continuó dos años después con Again, Dangerous Visions (De nuevo, visiones peligrosas, 1971), pero ésa es otra historia que algún día alguien contara mejor que nosotros. |
|
Ciencia y tecnología | Directorio | Redacción |