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21 de julio del 2001 |
Lima: la ciudad sin límites Rocío Silva Santisteban
Ni señorial como la imaginaba Chabuca Granda, ni horrible como la calificó César Moro, Lima es hoy en día una megalópolis, multicultural y pluriétnica, con muchos centros alejados del centro, tan grande que es imposible recorrerla, cruzada por tres ríos (el Rimac, el Chillón y el Lurín) y con una fuerza avasalladora que no se contiene. Junto con sus 12 millones de habitantes, Lima cruza a diario todas las fronteras. Si algún día comenzó en el famoso damero de Francisco Pizarro, hoy los bordes no tienen límites: ni la humedad del invierno y sus garúas, ni la sequedad del desierto han podido comprimirla, Lima crece como una de sus tantas enredaderas silvestres.
Son pocas las capitales sudamericanas que dan al mar: Buenos Aires, Montevideo, La Habana y Lima. El privilegio de las olas, de la bruma del suave invierno, de los aleteos cansados de las gaviotas, son cualidades que muchos limeños aprecian, aunque otros nunca se acerquen a su malecones. Lima dejó de ser aquella novia del Perú alegre, soñadora y mojada por las aguas de un mar que la acaricia, como rezaba el vals, para trocarse en una ciudad descasada que se sabe libre, aunque también pobre y amplia y poco, muy poco maternal. El mito del progreso quedó atrás: hoy se vive la construcción de un presente, globalizado o localizado, pero con el afán de apoderarse de una nueva identidad. Si las grandes ciudades del pasado crecieron cuantitativa y cualitativamente gracias a las migraciones, es el caso de la Alejandría del año 1 de nuestra era o de Nueva York en la actualidad, Lima ha sido beneficiada desde los años 50 con un flujo migratorio que le ha otorgado otro rostro, cetrino e inquieto. Lima provinciana Lima es una ciudad diseminada. Si en un principio, con el trazado cuadriculado de sus calles se pretendió una organización de crecimiento, y luego con las murallas una forma de comprimirla hasta límites permitidos, más de cien años después Lima simplemente explota por donde puede: faldas de cerros colindantes, intersticios entre el río Rimac y los antiguos barrios obreros, los arenales del sur detrás de ese inmenso médano llamado Lomo de Corvina. De todos estos brotes nacen nuevas ciudades: Comas, Villa El Salvador, Independencia, San Martín de Porres, Los Olivos, Huaycán, San Juan de Lurigancho, Canto Grande. Lugares populares, pueblos jóvenes, asentamientos humanos: todos estos calificativos no logran recoger la fuerza de este brote incontenible y cada uno de estos nuevos lugares tiene su propio centro, sus propias arterias para fluir de un lado a otro y una dinámica que no responde a la ciudad como totalidad sino al distrito como fragmento vital. Hoy es imposible tener una experiencia global de la ciudad: los ciudadanos que se desplazan de un cono al otro, de la periferia al centro, o de los barrios residenciales a los barrios financieros, conocen sólo pedazos, trozos y a veces sectores mutilados. Lo único que la engloba son los medios. La televisión y la radio, aquélla que llevan prendida siempre los taxistas y que pautea la información precisa sobre congestionamientos de tráfico o calles cerradas, es el lazo que permite unir mundos diferentes. Incluso en los programas que escuchan los jóvenes se pregunta insistentemente por la pertenencia a una zona determinada: "para todas las amigas de Los Olivooooossss... a ver, a ver, tú que me escuchas y vives en Los Olivoooooosss llama primero y hazte acreedor de una entrada para ver a la ronquita de la tecnocumbia..." No obstante, los migrantes han asumido a Lima como suya y, queriéndolo o no, le otorgan el reflejo de sus lugares de origen. Ahora la ciudad recoge el alma de las fiestas de otros lugares del Perú. En los coliseos populares, en las playas de estacionamiento del centro histórico y en los parques zonales se reproducen la mayoría de fiestas patronales: la Virgen de Paucartambo también recorre las aceras llenas de ambulantes de Jesús María. Incluso así como en el centro de Lima todos los meses de octubre es venerada en procesión la primera copia oficial del Señor de los Milagros, varias copias no oficiales circulan ese mismo día por las calles terrosas de Villa El Salvador o Mangomarca. Del frac amarillo patito al neón rosado chicle A principios de siglo el poeta Abraham Valdelomar se paseaba enfundado en un frac amarillo patito por el Jirón de la Unión, donde solía exclamar el mejor slogan del egotismo: "El Perú es Lima, y Lima es el Jirón de la Unión, el Jirón de la Unión es el Palais Concert y el Palais Concert soy yo..." Con esto no sólo resumía su narcisismo, sino también la fuerza del centralismo, uno de los males que aqueja al Perú hasta nuestros días, y quizás más en nuestros días. Pero a diferencia de esos locos años 20, hoy Lima ya no es ni el Jirón de la Unión, ni Miraflores, ni la Plaza de Armas: no tiene una personalidad centrada como quisieran muchos añejos defensores de "esa Lima que se va". Al contrario: es un ser de almas múltiples, miles de cabezas, permisiva y agresiva, dulce y voraz. Pasados los efluvios de la Belle Epoque y los bizancios vallejianos, Lima es calificada de horrible por el poeta surrealista César Moro. Más adelante, los poetas de la generación del 50 se alejan de ella apelando a esa sensación de orfandad que prodiga: "brota en el polvo gris de Lima la baya cargada de ira..." dice Blanca Varela. En los 60 Antonio Cisneros le dedica Cuatro boleros maroqueros y Luis Hernández se ríe de las turistas gringas echadas sobre la arena de La Herradura con una toalla del Che Guevara bajo las tetas. Los rebeldes poetas de Hora Zero durante los efervescentes años 70 decidieron repudiarla aunque nunca dejaron de quererla: "Oh cielo de monóxido y neblina" grita José Cerna y Jorge Pimentel descubre a Rimbaud en la calle Polvos Azules al costado de Palacio de Gobierno. En los 80 la ciudad despierta con los estallidos de los cochebombas o con una serie de perros muertos colgados de los postes con el lema senderista: "Muera el hijo de perra Ten Siao Ping". El hiperrealismo mágico de esta escena salvaje se disuelve cuando comienzan los primeros muertos a manchar sus aceras. Una poeta exacta -Patricia Alba- que pulsea el ritmo de la ciudad la califica para siempre: "Lima es una mala madre". El olor de la pólvora permanece hasta hoy en nuestras pieles y en nuestras pesadillas. A comienzos de los años 90 un conjunto de poetas dark decidió llevar como nombre Neón: ellos representan lo vital y la supervivencia en una ciudad como Lima, las luces nocturnas que sólo se apagan con el sol y que bien reemplazan a la débil luz diurna. A diferencia de los tradicionales recitales de poesía en los barrios oficialmente bohemios, como Barranco, los "Neones" leían sus abigarrados versos en el bar Mammalia de la Avenida La Marina, haciendo cierta una sentencia del ensayista Rafo León: "Lima está pasando a ser el sueño del todas las sangres propio y ya empezamos a descubrir que no todas son rojas: hay sangres lilas, otras en tono fucsia-neón, otras anaranjadas, otras rosado chicle..." Comercio y business, compadre Precisamente las luces de neón que tachonan de noche la avenida La Marina recubren de colores las miles de transacciones comerciales diarias que se realizan en sus tiendas. Hace quince años el Centro Comercial San Miguel languidecía, apenas algunas impúberes recorrían sus desiertas aceras en patines antes de ir al zoológico de la ciudad, nuestro Parque de las Leyendas, una de las pocas atracciones de la zona junto con la Feria del Pacífico. Hoy un promedio mensual de millón y medio de personas compran durante las 24 horas del día. El cajero automático de la esquina de Universitaria y La Marina es el que realiza más operaciones diarias en toda Sudamérica, según la alcaldesa de San Miguel Marina Sequeiros. Además en esta arteria están ubicadas la cadena de supermercados Wong y su competencia más cercana, Santa Isabel, el hipermercado Metro, tres complejos de cines, Cineplex, MKB y Cinemark, con más de veinticinco salas en total, decenas de casas comerciales y la mayor concentración de franquicias, amén de pollerías, restaurantes, karaokes, discotecas, salsódromos y varios salones de juegos. Es que esas dieciséis cuadras, entre las avenidas Faucett y Universitaria, son el principal centro de ventas de todo el Perú. Por ellas se desplazan a diario más de trescientos mil personas: del Callao hacia el sur, del cono norte hacia las zonas periféricas, San Miguel, Jesús María, Pueblo Libre, Magdalena, no sólo para comprar sino también para divertirse. Los dos campus universitarios cercanos (el de La Católica y San Marcos), más el local del Instituto Peruano de Administración de Empresas, proveen a esas arterias de un sinnúmero de estudiantes en busca de distensión y de desatar toda la adrenalina acumulada durante horas de clases (a propósito, como es de esperarse, en la zona hay una densidad geográfica de fotocopiadoras, es que, Lima también es el reino de la piratería). Otra de las zonas de venta más dinámicas es, qué duda cabe, las seis cuadras del Jirón Gamarra en La Victoria. "Gamarra" no es sólo el resultado del comercio informal que, con los años, ha establecido un estilo diferente y ha sabido dialogar de tú a tú con los estamentos gubernamentales, sino también el símbolo de una nueva forma de ser limeño: el empresario que logra con un capital reducido imponer en el difícil y paupérrimo mercado local sus propuestas. Es Gamarra hoy en día el paraíso de las confecciones, de las telas y de la moda chicha. Otra zona empresarial es el Parque Industrial de Villa El Salvador, donde hoy en día se establecen diversas fábricas, pero sobre todo, una creciente industria del mueble: más de una treintena de tiendas, agrupadas en diversas ferias, presentan toda clase de estilos y modelos a precios realmente de ocasión. Estas tres zonas son los movimientos de sístole y diástole de una ciudad efervescente. Coda Desde la punta del cerro San Cristóbal, símbolo por excelencia de la ciudad, hoy convertido en mirador, hasta el nuevo zoológico de Huachipa; desde el mall estilo Miami, Larcomar, con su propio Hard Rock Café hasta la discoteca proleta El Hangar de Comas y sus bares para gays, travestis, bisexuales y lo que se presente, señorita; desde la novísima catedral de Huaycán autoconstruida por los habitantes de la zona hasta los nuevos edificios posmodernos de los barrios financieros; desde las zonas miraflorinas tradicionales recicladas como el Parque del Amor hasta los boulevares de Los Olivos, toda Lima es una mezcla, un remix de sonidos chirriantes que, amalgamados, y no sabemos por qué extrañas y misteriosas circunstancias, logra acordes armónicos. Lima es hoy otro gran escenario de lo múltiple. |
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