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5 de enero del 2001 |
Apuntes radicales La fiera literaria en el Circo José Marzo
Recuerdo que hace unos tres años apareció en mi apartado postal otra de esas revistas marginales, de páginas fotocopiadas en la copistería de la esquina, grapadas y plegadas por la mitad, hechas con mucha voluntad y medios precarios. No la conocía, ni había oído hablar antes de ella. Se titulaba La Fiera Literaria y, sin hacerle por el momento demasiado caso, la guardé en mi cartera, a la espera de llegar a casa. Luego la dejé en mi estudio en una bandeja, encima de varias revistas marginales más, compuestas también como ella con páginas fotocopiadas, y grapadas y plegadas por la mitad...
La Fiera Literaria, boletín del Centro de Documentación de la Novela Española, se fundó hace ya cinco años bajo la protección de un santo enano, el único virgen y padre a la vez; eso dicen sus propios fundadores. Durante esos cinco años, cada mes no dejó de acudir, con retraso o por adelantado, al buzón de sus suscriptores. Quienes hemos participado en proyectos de comunicación alternativos sabemos el esfuerzo que eso les supondría a los fieras: la tarea de redactar los textos, o seleccionarlos y corregirlos, componerlos y maquetarlos, llevar el original a la imprenta o a la copistería y recogerlo, preparar la correspondencia, ensobrar. Por no hablar de atender a los colaboradores y a los lectores. Una actividad sacrificada que rara vez encuentra el respaldo de un número suficiente de suscriptores, pero apasionante en aquellos casos en que sí lo encuentra. La Fiera Literaria, lenta, muy lentamente, se ganó un espacio en la mesa de muchos y buenos lectores. Durante años, el silencio: ni una reseña en ningún periódico de gran tirada, ni una crítica expresa, a no ser en revistas minoritarias como Quimera o La Vieja Factoría y en suplementos literarios de periódicos locales. Pero, eso sí, se hablaba de ella, y mucho. Se hablaba en las tertulias literarias, en las redacciones de los más importantes periódicos y de las revistas de relumbrón. Hablaban de ella los críticos más prestigiados y los más famosos escritores... en privado. De vez en cuando, una oscura alusión aparecía en prensa. Impera en la cultura, como impera en la política, la ley del silencio: saben quienes detentan el poder mediático que en esta sociedad de la información sólo existe lo que existe en sus medios. ¿Qué era esa Fiera que se atrevía a cuestionar, con justicia o sin ella, a los autores de moda? ¿a Javier Marías, a Almudena Grandes? ¿que vilipendiaba al diario El País y al nobel Camilo José Cela? "¿Qué daño pueden hacer los mil ejemplares de La Fiera Literaria diciendo la verdad protestaba, frente a los vanos cientos de miles con que El País infecta cada día las conciencias españolas, con los aires de Sumo Pontífice de la moral que adoptan sus colaboradores, pero defendiendo cosas tan indefendibles como el despido indiscriminado, el capitalismo salvaje, la concentración de medios? ¡Qué jodida Fiera, verdad?" La Fiera Literaria se escribía con toneladas de ingenio y de mala leche y de leche buena, siempre nutritiva. Caía en el exceso, caía de espaldas, se defendía con la espalda contra la pared, contratacaba. Rugía y soltaba su zarpa. Muchos escritores han sentido en sus cuellos, a altas horas de la noche ante el folio en blanco, el aliento cálido y amenazador de la fiera. Nadie estaba a salvo de su furia que limpia, fija y da esplendor, ni siquiera los lingüistas de la monárquica academia, y ninguno de los lingotes de plomo con baño de oro de la literatura en español. Claro que mi simpatía desembocó en admiración cuando supe que detrás de La Fiera había una leona con varios pares de patas que se multiplicaban ante mis ojos. Mary Luz Bodineau, el increíble nombre de su directora, arrancaba horas al sueño para redactar, atender a los colaboradores y a los suscriptores, corregir, componer, ensobrar... Su estudio era el Fierabuilding, y sus menstruaciones mensuales, un regalo de parcialidad que no se disimula, de pasión por la literatura, de conocimiento, también de erudición, y de humor cáustico, feroz. En los últimos meses se han producido buenas noticias para La Fiera. Primero fue un programa literario de televisión dedicado íntegramente a sus páginas, y después, y a consecuencia de ello, una andanada de artículos publicados en diversos medios, que reconocían por fin su talento y perseverancia. Ahora, La Fiera Literaria ha comenzado una nueva etapa. Continuará publicando sus boletines mensuales y sus Cuadernos de Crítica, "pero, a la vez, y sin perder ni un ápice de su libertad, independencia ni agresividad advierte, ocupará semanalmente tres páginas del diario madrileño La Razón". Esta misma mañana he comprado en el quiosco un ejemplar y he leído la primera entrega. La sección se titula El Cubil de la Fiera y se subtitula Páginas Críticas de la Cultura. Lo dirige, no podía ser de otra manera, Mary Luz Bodineau. En efecto, sus textos no dan muestras de haber perdido aún, como prometían, toda su agresividad. Sin embargo, uno ya no lee La Fiera con el placer de antes. El agua sabe mejor en el cuenco de la mano que en la copa más lujosa; y no es lo mismo hacer los honores de una ensalada de lechuga con tomate en una tasca de La Mancha que en el restaurante del Ritz, aunque los tomates y las lechugas sean de la misma huerta. ¿Qué hace La Fiera en este cubil? Quienes confeccionan La Razón son unos profesionales, sin duda cultos y con talento, pero en esta razón cuadriculada hay, por mucho que ventilen la estancia, aires de lo más rancio de la tradición cultural y política española: círculos a quienes la corporación Prisa-El País les parece de ultraizquierda. ¡Ojo, Fiera, que te manipulan otra vez! No basta, siento, con rugir, arañar y morder. También es importante decidir cuándo y desde dónde. El sitio de las fieras no está en el circo, sino en la linde de la selva, con las fieras libres. Ojalá, querida Mary Luz, que no te veas algún día subida en un taburete en el centro de la pista, lanzando zarpazos al aire como una leona vieja, herida y cansada. |
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