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La insignia
12 de junio del 2005


Cartillas sobre el TLC (III)

No existe el libre mercado


Javier Ponce
La Insignia. Ecuador, junio del 2005.

Coordinador de la serie: Alberto Acosta


o Los impulsores del libre mercado fueron anteriormente proteccionistas. En efecto, holandeses o ingleses denunciaban el proteccionismo aplicado por España en sus colonias americanas, pero hacían lo mismo con sus colonias africanas. Durante el último siglo, los Estados Unidos han sido proteccionistas un día y propulsores del libre mercado otro día, cuando no han intentado ser las dos cosas al mismo tiempo. Luego de la segunda guerra mundial apoyaron el proteccionismo aplicado por los países europeos para que se fortalezcan frente a la Unión Soviética; pero pasadas unas décadas, se quejaron amargamente de la Europa que protegía a sus productos. Su último gesto proteccionista ha sido acaparar el futuro de Irak para sus empresas. Lo ocurrido en los últimos siglos nos demuestra que, en verdad, el libre comercio no existe, y que llegamos al Tratado de Libre Comercio TLC con un socio que es un proteccionista disfrazado de librecambista.

La historia del libre comercio tiene, por lo menos, quinientos años

Recordemos que, a partir de la conquista española de América, países como Holanda o Inglaterra intentaban quebrar, incluso acudiendo a la piratería, el proteccionismo español sobre sus colonias. Pero ellos hacían también lo contrario.

En el siglo XVII, esos mismos holandeses que se quejaban por la falta de libre comercio con las colonias españolas, protegían los mercados africanos por ellos controlados. Y fueron necesarias tres guerras entre Inglaterra y Holanda, para que estos dos países de comerciantes se pusieran de acuerdo para repartirse el control de los mercados, al margen del libre comercio.

Los partidarios del libre comercio durante el siglo XIX, afirmaban que favorecían a la gran causa de la libertad, naturalmente de la libertad para las iniciativas personales y que eran los promotores de los beneficios del progreso. Pero la gran causa de la libertad a la que servían, era la libertad de comercio de quienes controlaban los mercados, afirmaba, en 1933, el célebre economista inglés, John Keynes, describiendo el mundo occidental de los mercaderes del siglo XIX.

En el fondo, eran amantes del libre mercado después de haber protegido por largo tiempo a sus productores y sus colonias, y cuando sentían que ya estaban en condiciones de invadir otros países con su producción.

Las contradicciones estadounidenses en el siglo XX

En 1945, los Estados Unidos fueron partidarios del libre mercado en su calidad de triunfadores en la segunda guerra mundial y sin competidores frente a una Europa destruida por la guerra. Pero, al mismo tiempo, le permitieron a Europa ser proteccionista para que se fortalezca y pueda hacer frente, a nombre de "Occidente", al comunismo y a la Unión Soviética. La "generosidad" estadounidense que ocultaba sus intereses en la guerra fría contra el bloque de países socialistas, no duró mucho.

En efecto, pasados unos años, fortalecidos los europeos y debilitada la economía norteamericana, los capitalistas de los Estados Unidos se quejaron amargamente del proteccionismo europeo que los volvió altamente competitivos y ponía en peligro el negocio de los empresarios estadounidenses.

De modo que los gobiernos norteamericanos respondieron, también, con proteccionismo, frente a las presiones internas en su país, de quienes querían mayores apoyos para competir con ventaja. Así nacieron los subsidios y las concesiones tributarias. Así fue cómo, bajo el régimen de Ronald Reagan, se llegó a afirmar que este presidente, salido de una película del Oeste, había "garantizado una ayuda más importante a la industria de los EE.UU. que cualquier otro de sus predecesores en más de medio siglo".

Mientras tanto, cuando algunos países pequeños, como los latinoamericanos, decidieron proteger sus producciones y hablaron de un posible desarrollo de sus industrias y una sustitución de importaciones, los Estados Unidos nos recordaron que habían llegado los tiempos del libre comercio, y que teníamos que abrir nuestros mercados.

Además, nos mandaron el Fondo Monetario Internacional FMI, o presionaron a través de la Organización Mundial del Comercio OMC, para obligarnos a la apertura. Y mientras nosotros debemos aceptar las leyes del libre mercado, nos guste o no, y someternos a lo que los grandes del Norte establezcan en la Organización Mundial del Comercio, los Estados Unidos no se sienten, a su vez, obligados por lo que establezca esta organización mundial, y por las leyes del libre mercado. Por ejemplo, conceden reducciones fiscales a las corporaciones estadounidenses en ciertas operaciones, lo que está condenado por la Organización Mundial de Comercio OMC.

Finalmente, para cerrar este ciclo de proteccionismos y aperturas obligadas, y una vez que la creación del Área de Libre Comercio de las Américas ALCA está prácticamente archivada, proponen a diestra y siniestra a los países pequeños los tratados de "libre comercio", con la seguridad de que sus capitales transnacionales y sus producciones no tendrán competencia en nuestros países.

Los invasores de Irak protegen su negocio

Así, el mundo presencia a una Europa y a unos Estados Unidos jugando alternativamente con el proteccionismo y el libre mercado, de acuerdo a lo que les convenga en cada momento. El último episodio de este juego, es Irak, donde los Estados Unidos, luego de la invasión, proclamaron la aplicación del proteccionismo, por el cual permiten el ingreso exclusivamente de multinacionales norteamericanas y de los dos o tres países cómplices en la guerra, para "reconstruir" ese país; y vetan la participación de empresas alemanas o francesas.

Además, transfieren inconmensurables sumas de dinero a sus empresas privadas a nombre de la seguridad, en Irak, en Afganistán y en el propio territorio norteamericano. ¿Qué sería, se ha preguntado más de un analista, de las industrias automotriz, del acero, de máquinas-herramientas y de semiconductores de los Estados Unidos, sin estas formas de protección? ¿Habrían sobrevivido a la competencia japonesa?

No existe el libre mercado

John Keynes afirma que "la política de una incrementada autosuficiencia nacional debe ser considerada, no como un ideal en sí mismo, sino dirigido a la creación de un ambiente en el cual se pueden buscar otros ideales, en forma segura y conveniente". Con estas palabras lo que Keynes nos propone es que seamos cada vez nacionalmente más autosuficientes y que planifiquemos la economía doméstica para aspirar a nuevos ideales sin presiones externas. Sin embargo, los tratados de libre comercio contradicen a este célebre economista, al que a nadie se le ocurriría acusarle de enemigo del modelo neoliberal.

Contradicen lo que parece una verdad de Pero Grullo desde tiempos remotos: asegurar una producción de alimentos que nos garantice cubrir las necesidades locales; y contar para ello, con una planificación interna. Sobra decir que los pueblos, desde los tiempos bíblicos en que se guardaba la mitad de las buenas cosechas para los siete años venideros de sequía, ya practicaban este principio elemental que hoy llamamos "seguridad alimentaria". En efecto, autosuficiencia significa en lo posible producir lo que se consume; lo cual estaría en oposición con un TLC que abre las fronteras a los alimentos que llegan y destruyen los sistemas locales de producción. En estas condiciones, es evidente que el TLC no va a respetar la planificación de la economía que quiera establecer el Estado ecuatoriano. Éste ya no tendrá ninguna capacidad de imponer orientaciones a la economía y al desarrollo del país. Simplemente, porque si nuestra idea de desarrollo se opone a los intereses de una multinacional, el Estado será demandado en un tribunal internacional, controlado por el Banco Mundial.

Si así están las cosas, si los países del norte son proteccionistas puertas adentro y aperturistas puertas afuera ¿de qué libre mercado hablamos? La verdad es que el libre mercado no existe. Alberto Acosta nos recuerda que ni siquiera Gran Bretaña, para hablar de la primera nación capitalista industrializada, practicó la libertad comercial, pues con su flota impuso en varios rincones del planeta sus intereses: introdujo a cañonazos el opio a los chinos a cuenta de la presunta libertad de comercio; o bloqueó los mercados de sus extensas colonias para protegerlos con el fin de tener el monopolio para colocar sus textiles, por ejemplo.

Otro tanto ocurrió con los alemanes. Y Ulysses Grant, héroe de la guerra de secesión y luego presidente de los EE.UU. (1868-1876), declaró que "dentro de 200 años, cuando América haya obtenido del proteccionismo todo lo que pueda ofrecer, también adoptará el libre comercio". Y vaya que lo están intentando, incluso antes de cumplirse los 200 años. Y agrega Acosta que el proteccionismo tiene más de una máscara. No necesariamente actúa imponiendo impuestos a las importaciones. También utiliza el "dumping" (la acusación de que estamos vendiendo un producto por bajo su costo real de producción) o la imposición de cuotas para limitar el ingreso de productos por sus fronteras.

Una de esas máscaras es el famoso Tratado de Preferencias Arancelarias Andinas y Erradicación de la Droga (ATPDEA, por sus siglas en inglés), según el cual, los Estados Unidos nos conceden, graciosamente, hasta enero de 2006, una cuota de acceso a sus mercados sin pagar aranceles, siempre que abramos, no nuestros mercados, sino nuestro territorio, como en el caso de la Base de Manta, a la política estadounidense de combate al narcotráfico y a lo que entienden por terrorismo.

Así, curiosamente, a sabiendas de que no hay libre comercio, llegamos a las puertas del Tratado de Libre Comercio, con un proteccionista disfrazado como socio.



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