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La insignia
9 de mayo del 2003


Bibliálogos: Entrevista con Juan Domingo Argüelles

La lectura como vicio


Ariel Ruiz Mondragón
La Insignia. México, mayo del 2003.


El fomento a la lectura es una de las más arduas y difíciles tareas en las sociedades modernas, una labor irrenunciable. Sin embargo, muchas veces su promoción está sustentada en varios prejuicios que es precisamente desarraigar: por ejemplo, la de que la lectura aporta una superioridad moral e intelectual indiscutible al lector, que las personas deben leer solamente textos de "alta cultura" o, por el contrario, que la lectura por puro placer es una pérdida de tiempo absolutamente inútil.

En el libro ¿Qué leen los que no leen? El poder inmaterial de la literatura, la tradición literaria y el hábito de leer (México, Paidós, 2003), el escritor mexicano Juan Domingo Argüelles rompe lanzas contra muchos prejuicios del fomento a la lectura e intenta explorar nuevas vías para formar nuevos lectores. Sobre ese trabajo sostuvimos una conversación con el autor, en la que abordamos varios temas: la lectura como placer y como vicio, su enseñanza en la escuela, las lecturas de quienes "no leen", el papel del gobierno en el esfuerzo por generar nuevos lectores, los medios electrónicos y el libro, así como la utilidad de la lectura.

Juan Domingo Argüelles es poeta, ensayista, editor y crítico, autor de varios libros. Colaborador de diversos medios -como El Financiero, El Universal y el suplemento La Jornada Semanal- ha recibido varios premios por su obra: el Nacional de Poesía Efraín Huerta, el de Ensayo Ramón López Velarde, el Nacional de Literatura Gilberto Owen y el Nacional de Poesía Aguascalientes.


Ariel Ruiz (AR): ¿Cuál fue la idea que lo llevo a publicar un libro tan desmitificador con los prejuicios sobre los que se suele asentar el fomento a la lectura?

Juan Domingo Argüelles (JDA): Es un interés que ya lleva algún tiempo y que tuve oportunidad de organizarlo, de integrarlo en este volumen, el que me gustaría que fuese un libro que no señalara precisamente caminos, sino que mostrase al menos una forma de acercarse -la mía- a lo que es la experiencia de la lectura.

Para mí la lectura, en ese sentido, debería ser un ejercicio placentero, por encima de todas las cosas. El hecho de que pueda representar una discusión, una polémica o un simple intercambio de pareceres no tiene otro objetivo que mostrar que en efecto sobre la lectura ha habido muchos mitos, que ha veces están engendrados por consideraciones bastante equívocas sobre lo que es leer. Se confunde muchas veces el verbo "leer" con el verbo "estudiar", el acumular lecturas con el tener verdaderamente lecturas que nos sirvan para la vida, y se confunde con muchas otras cosas: con información, con utilidad práctica del conocimiento, etc.

Pero a final de cuentas como dice Gabriel Zaid: la lectura no sirve para nada, es un vicio, y como vicio precisamente debería fomentarse. Es decir, no hay garantía de que un libro nos haga mejores o peores, pero sin duda alguna la respuesta a la pregunta ¿por qué es mejor leer los clásicos? Es la que ha dado Italo Calvino: porque es mejor que no leer los clásicos. Esa es la repuesta y no habría que buscarle demasiado.

AR: Como se ve a lo largo del libro, el texto es un manifiesto por la lectura como placer y un ataque muy severo a la forma en que se impone la lectura en la escuela. ¿Entonces cómo se debe promover la lectura en la escuela? ¿Dejar en libertad absoluta al estudiante que lea lo que guste, o cómo?

JDA: En la escuela debe existir un énfasis en la lectura no recompensada con la calificación. Es decir, que ese espacio sea libérrimo totalmente, que sea un ejercicio de no asociar la lectura con el deber. Entiendo que hay lecturas que corresponden a la enseñanza, al deber, al sentido práctico, al resultado que va asociado a la calificación. Pero lo que no debe existir, creo yo, es que toda la lectura sea eso. Es decir, que haya un espacio también donde la lectura equivalga casi al recreo, que eso es en realidad la lectura. Aunque exista un tiempo establecido para leer dentro de la escuela, que ese tiempo obedezca al gusto y al interés de los lectores niños, jóvenes, más que a imposición de materia.

AR: Muy bien, aunque en la escuela y en cualquier carrera hay lecturas obligatorias.

JDA: Así es. Pero hay que poderlas distinguir de aquellas que no lo son, porque la lectura obligatoria está asociada a la enseñanza. Esto es una cuestión educativa, pedagógica, didáctica, que no tendríamos por qué excluir. Pero lo que sí deberíamos de cuidar es que toda la lectura se convierta en una obligación, lo que no genera un solo lector. Genera a alguien que consulta un libro para pasar un examen, para terminar un trabajo, concluido lo cual abandona el libro sin ningún remordimiento y nunca más regresa a él.

AR: Hay otra parte del libro en la que se discute qué tanto puede hacer mejor a la gente la lectura. Allí cita a Steiner, que nos recordaba que muchos de los grandes jefes nazis eran lectores, personas cultas. ¿También hay lecturas que pueden llevar a cometer atrocidades, como podría haber sucedido en el caso del nazismo o del comunismo?

JDA: Pienso que todo acto de comunicación, el mismo libro como instrumento, su capacidad no reside nada más en su autonomía como objeto sino del uso que se le dé. Toda cosa puede ser un dogma y puede convertirse en un veneno. No vale decir que no hay libro malo, porque lo mismo estaríamos hablando de Las ilusiones perdidas de Balzac que de Mi lucha de Hitler.

En esta subjetividad no nos podemos permitir una falsa neutralidad sobre las cosas. Los libros sirven para algo, y todo sistema de comunicación, toda herramienta que tenga ese propósito de difusión y de divulgación también conlleva una utilización de quienes lo tienen en su poder. Esto lo mismo lo podemos decir del libro que de internet, que del periodismo, etc. Lo que sí debemos tomar en consideración es que los libros, así como nos van a hacer necesariamente mejores personas, tampoco hay que sacar otro tipo de conclusiones y decir que un libro nos puede hacer peores.

AR: Tiene que ver mucho el placer con la forma de ser de la gente. Yo recuerdo una frase de Max Scheler en la que dice: "La cultura no es esencia de saber, sino esencia de ser." Usted dice que hay personas que pueden presumir haber leído a todos los clásicos, bibliotecas enteras y que sin embargo no se les nota. ¿A la gente se le debe notar lo que lee? Si es así, ¿cómo se le nota?

JDA: La gente que lee no necesariamente tiene que ostentar que ha leído. No es eso. La ostentación de lo leído tiene que ver más bien con la erudición, o con una cultura de presumir aquello como elemento fundamental de su existencia. Creo que lo que se nota de la lectura es una mayor capacidad de sensibilidad para relacionarse con los demás.

Si la lectura nos va a llevar a despreciar a los demás porque no leen, me parece que no se ha asimilado muy bien lo que se está leyendo. ¿De qué nos sirve leer cien libros en un año si nos sentimos superiores a los que no leen, y los desdeñamos porque no han tenido esa capacidad, o esa oportunidad de leer? Creo que más bien lo que deberíamos sentir es que la capacidad o la necesidad de leer es una oportunidad. Inclusive el azar nos presenta oportunidades que a veces desechamos de ser avezados en alguna cosa, y nunca lo lograremos ser. Por ejemplo, somos analfabetos en música, danza, cine, ciencia, que nadie nos reprocha.

Entonces, reprochar a los no lectores es crear en ellos una resistencia a la lectura. Lo único que vamos a conseguir con ese reproche culto es precisamente que ellos se acerquen menos a los libros. Creo que hay que convencernos primero nosotros de que el ser lectores nos puede beneficiar solamente en función de que también aceptemos a los demás como son, lectores o no lectores. Pero no concebirnos en una superioridad infinita sobre ellos, entronizando lo que Lichtenberg llama la "barbarie culta".

AR: Ese es una gran prejuicio. Existe su contrario: para ser exitoso y próspero en la vida, para hacer dinero, no se necesita leer. También hay personas que dicen esto con todo orgullo.

JDA: También es verdad. Eso nos revela precisamente que no es una condición directa la capacidad económica para poder tener una mayor cultura. En un sentido lógico, a mayor capacidad económica, mayor posibilidad de cultura. A mayor capacidad de cultura y mayor capacidad económica, mayor posibilidad de comprar libros y más posibilidad de experiencia con la lectura. Sin embargo, nos damos cuenta que los sectores más pudientes en toda la sociedad no elevan los índices de lectura. Si así fuera, estaríamos hablando de que los ricos leerían muchísimo, y no es así.

Entonces tampoco es una condición la socioeconómica la que tengamos que relacionar forzosamente con la experiencia de la lectura. Stephen Vizinczey dice que no hay que sentirse disminuido por no estar en el centro de la discusión mundial de la cultura; es decir, si estás en el punto más alejado del mundo y cuentas con unos pocos libros extraordinarios, con eso tienes para no morir de inanición.

Creo que ese es el punto que tenemos que considerar: que la cultura, la lectura, y en general toda esa experiencia de leer libros, no es otro elemento sino el de la satisfacción íntima personal que nos llevará a otro principio: para que los demás nos acepten, para empezar tenemos que aceptarnos nosotros.

AR: Otro asunto es creer que solamente las lecturas obligatorias conducen a una mejor calificación para el trabajo.

JDA: Creo que hay muchas cosas que no hemos aprendido en la escuela. Muchas de las cosas que sabemos, si analizamos nuestra existencia, nos daremos cuenta de que las aprendimos en otro lado: en los libros mismos, en la relación con las personas, en el conocimiento directo, etc. Como diría Iván Illich: la educación, y en particular la instrucción, es la que menos participación de terceros requiere. Ejemplifica con los oficios familiares, en donde el aprendiz consigue hacerse maestro a partir de mirar precisamente cómo se hacen las cosas, y no necesariamente porque le hayan conducido la mano para hacerlo.

Entonces la lectura es algo similar: se aprende a leer o se goza con la lectura a partir de que uno ve cómo disfrutan los demás con la lectura. Ese aprendizaje no es dirigido, sino que se produce a partir de la emulación.

AR: Uno de los principales problemas para formar lectores, cuando menos en México, es que debe iniciar en el hogar, en el que el predominio mayoritario de la televisión es bárbaro. Viéndolo así va a ser muy difícil formar lectores en un país -y tal vez en un mundo- de televidentes.

JDA: Sí, pero yo diría que no hay que excluir ninguna posibilidad. Finalmente la televisión es un elemento más dentro de la diversidad de experiencias que tenemos. Una cosa no excluye a otra porque tampoco deberíamos moralizar ese hecho. La lectura es una más de las múltiples posibilidades culturales, como ver cine y televisión, como asistir al teatro, ir al futbol, etc. Cuando la lectura se haga un hecho natural en nosotros, no nos preguntaremos cuántos libros hemos leído, ni nos estaremos atormentando por saber si en efecto estamos por debajo del índice con relación a los demás.

¿Por qué? Porque nadie se pregunta a cuántas obras de teatro asistió en el año, ni cuántas escenografías vio, ni cuántas coreografías pudo presenciar. A mi me sorprendería mucho que de pronto alguien dijese: "Es que en el índice de coreografías estamos por debajo del índice de Francia o Inglaterra." No se hacen esas preguntas. En el caso de la lectura se enfatiza demasiado, pero yo creo que cuando leer se haga un hábito, una costumbre en la gente, esa pregunta saldrá sobrando.

AR: Así es. Pero va a ser difícil formar a los lectores nuevos porque los niños hacen lo que ven en los padres, y muchas veces éstos dejan a la televisión como niñera, además de que muchos no leen. Entonces no van a aprender ni a tomarle gusto a la lectura.

JDA: Eso es verdad también, y también es verdad que en el mundo de los medios electrónicos éstos hacen las veces de guías, son propiamente los formadores de públicos que son, como dice Sartori, homo videns. Obviamente a lo que estamos asistiendo es a dejarle a los medios electrónicos la capacidad de conducir una sociedad en donde inclusive los que transmiten las noticias acaban convirtiéndose en los protagonistas de la noticia. Se invierten los papeles y los personajes que nos importan no son aquellos que constituyen la noticia, sino los que leen las noticias.

Esa deformación de públicos por supuesto que incide en la poca capacidad de la lectura. Además debemos tomar en cuenta que el ejercicio de la lectura también exige una participación que no pide la televisión ni las otras posibilidades, y acaba convirtiéndose en algo bastante dificultoso para alguien leer un libro.

AR: Como señalaba Rafaelle Simone, las nuevas formas electrónicas de aprehender el mundo paradójicamente son muy simples, con lo que se corre el riesgo de perder más complejas formas de conocimiento que nos dio la lectura, lo que puede resultar muy peligroso.

JDA: Por eso creo que son importantes las campañas de lectura, cuya función e importancia es poner al libro en medio de la discusión. Mientras no se haga eso, poco se puede hacer por él. Algo tiene que decirle a la gente el que exista un libro al alcance suyo, aunque no lo lea de inmediato.

En ese sentido, por ejemplo, las bibliotecas personales que van construyéndose sin la seguridad del servicio que van a prestar, constituyen siempre una tentación para alguien que por casualidad se acerca a 20, 30, 50, cien libros, y de pronto descubra uno que le abra las puertas a otros. El libro cerrado siempre es una tentación, y precisamente por estar cerrado, por tener ese concepto de prohibido, siempre lo abrirá uno para ver qué es y eso nos entregará en algún momento alguna revelación.

AR: En el sentido de los grandes medios de comunicación y su irrupción en el mundo de la edición y la lectura, creo que mucho de lo que lee la gente está determinado por la televisión. A veces hay un programa de éxito y se procede a hacer película, se saca el disco con la música, se publica la revista, se edita un libro. También allí hay un peligro: que las grandes empresas de entretenimiento casi manipulen lo que lee la gente, especialmente la que no acude a librerías.

JDA: Creo que el ejercicio de visitar una librería es un hecho inédito para bastantes personas; las hay que pueden pasar toda su vida sin pisar una librería. Saben cómo es por dentro un estadio, una iglesia, un estudio de televisión, pero no una librería.

¿Por qué? Insisto: hay que alejar, distanciar ese concepto demasiado solemne, severo, de lo que es el libro, para que la gente pueda tener una idea más cercana a su vida de lo que es un libro. En el momento que esto se dé, estoy seguro que las personas tendrán más posibilidades de acercarse al libro que sea, y alguno le interesará, otros no.

Hay que quitarnos también la idea de que debemos leer todo, que debemos conocerlo todo. Leemos lo poco que nos permite nuestro reducido horizonte de vida y nada más. No hay que exigirnos tanto.

AR: ¿Cómo se explican prejuicios tales como el que el lector es por ese sólo hecho mejor que el resto de los mortales, o el que ve en el acto lector nada más que holgazanería?

JDA: Son prejuicios contradictorios, y yo diría que inclusive incongruentes, pero productos de los mismo: por un lado, de esa sobreestimación cultural que proviene de lo académico y de lo pedagógico, en el que el libro es una herramienta más para la superación, y el que no lee es inferior intelectual y hasta moralmente. Este es un criterio bastante cerrado, dogmático, de una alta cultura.

Por otro lado, curiosamente, es la misma alta cultura la que genera la idea de que leer un libro por placer, con sentido regalado nada más, es una pérdida de tiempo. ¿Por qué? Porque toda disposición de ánimo está encaminada a que te sirva. Entonces, si uno lee un libro sin otro propósito que el de disfrutar, el criterio cultural dominante lo considera como una especia de subversión; es decir, está uno poniéndose al margen de lo que debería ser. Así, leer libros por el puro placer hedonista es perder el tiempo; no entregar esa disposición de ánimo, ese tiempo y ese espacio a algo que sea útil social e individualmente.

Se establece esto como un prejuicio en el momento mismo en que los padres nos llaman la atención cuando dicen: "Deja de leer, ponte a estudiar." Este concepto de estudio acaba dominando por encima de lo que se puede aprender sin ese propósito deliberado de estudiar. Esto también nuestros maestros nos lo señalarán siempre, así como la gente que piensa que todo debe tender hacia un fin práctico. Así, la lectura por placer o por gozo acaba convirtiéndose en algo que no vale la pena.

AR: Un tema que se toca de lado en su libro es el de los programas gubernamentales de fomento a la lectura. ¿Qué papel debe jugar el Estado en esa tarea?

JDA: No puede uno desdeñar los programas de fomento a la lectura; al contrario, es importante que existan, ya que sitúan la discusión del libro en un punto que antes no tenía. Cuando hay muchos intereses, muchas propuestas, e incluso muchas diferencias para saber cómo puede conseguirse mejor que la gente lea, lea más o lea mejor, existe la ventaja de tener el tema al alcance. Con esto se busca que los libros tenga una mayor cercanía con las personas.

No es lo mismo la persona que no ha leído porque jamás ha tenido cerca una biblioteca, una librería, jamás se le ha presentado la oportunidad de alcanzar una gran diversidad de materiales, a una persona que no ha leído teniendo esas posibilidades. Pero es más factible que teniendo esos materiales la gente lea. Hay un especialista, el estadounidense Warren Cutts, que cita el proverbio de "Llevar un caballo al río." Al llevarlo, no necesita uno hacerlo que beba, sino sólo conducirlo al río y él solito beberá.

Es en ese punto en el que digo que está el valor de las campañas de lectura. Pueden ser muy enfáticas, muy incisivas, pero el punto donde está su virtud es en acercar los materiales a la gente. Nada que se haga en favor del libro puede ser censurable.

AR: Sobre lo que leen los que no leen, o más bien los que no leen lo que nosotros queremos que lean. Yo creo que muchísima gente lee. Cuando me subo a los microbuses o al metro, la gente va leyendo historietas, comics, publicaciones de chistes, revistas de la farándula o de la nota roja, el diario deportivo. La gente realmente sí lee.

JDA: Lee por supuesto. Lee muchísimo, pero obviamente es gente que está fuera de las estadísticas, porque esos estudios no se han hecho. Hay una especie de concepto de superioridad por la lectura de libros; pero como hay un gran desdén por ese tipo de lecturas populares, al excluir a esos lectores de las estadísticas también los excluimos de la consideración de que son lectores.

Entonces, son considerados no lectores; pero yo digo que son lectores, pero de textos que responden a su contexto. No hay que olvidar esto: no es gente a la que se le pueda cambiar su comic por un libro de Kant. Ello es porque sencillamente responde a otro contexto. Debemos considerar que ese público proviene de una formación que han hecho los editores de ese tipo de publicaciones. El punto de discusión estaría en la capacidad de distinguir que los que no leen sí leen, y no despreciarlos, sino tratar de ganarlos para una lectura que les pueda abrir horizontes.

AR: Creo que sería bueno utilizar los formatos de comic para divulgar las grandes obras. Recuerdo yo que leía con auténtica fruición una colección de revistas que publicaba editorial Novaro que se llamaba "Joyas de la Mitología", en la que en comic se recreaban los grandes ciclos mitológicos del mundo. Creo que hasta deberían reeditarlas. JDA: Esa es una de las vías que se ha perdido, pero que en efecto no es algo agotado. E su momento lo hizo Paco Ignacio Taibo II, que participó en la divulgación de la historia a través del comic. Son buenos recursos, pero lo que sucede es que la cultura bajo el concepto de manto sagrado que tiene la letra impresa en el canon de lo prestigiado, ha desdeñado esos recursos y esas formas de acercamiento a la lectura.

AR: En México, debido a la polémica acerca de gravar a los libros con el Impuesto al Valor Agregado, algunos secretarios hicieron declaraciones que causaron escándalo. Francisco Gil Díaz, secretario de Hacienda, dijo que mayoritariamente se leían publicaciones "semipornográficas" (aunque cabe aclarar que no lo hacía en un tono moralista); por otra parte, el en ese entonces secretario de Relaciones Exteriores, Jorge G. Castañeda, revelaba que mucha gente que protestaba por el impuesto en realidad no leía libros. Hubo bastante indignación en varios sectores, pero me parece que la declaración de ambos tenía muchísimo de cierto. Podemos pararnos frente a un puesto de revistas y ver la cantidad impresionante de revistas no tan sanctas que allí se venden, y no creo que las editen sólo por filantropía o que los que las publican operen con pérdidas. Por otra parte, conozco personalmente a algunos indignados legisladores que en su vida ya no digamos que no han leído un libro completo, sino que estoy seguro que nunca lo harán. ¿Qué opina usted de esto?

JDA: Yo diría que no es errónea la visión, porque si nos indignamos por una visión así, tendríamos que reconocer lo contrario: que la gente lee mucho. Estamos diciendo que hay necesidad de que la gente lea más. Eso yo lo discutiría, porque el más no es lo importante, sino que es más bien el qué y el cómo, no el cuánto.

En este caso en particular, es a lo que precisamente me refería en el caso de los que no leen. Sí leen todo ese tipo de publicaciones, y eso que están leyendo capta su atención y satisface su necesidad. No buscan algo más allá porque con eso sienten satisfechas sus necesidades de lectura.

¿Qué pasaría si se les da una tentación? Como todas las cosas, puede irse al fracaso o al éxito, pero a lo mejor se consiguen algunos lectores que antes leían nada más ese tipo de publicaciones populares.

AR: Algunas se han convertido en clásicos: La Familia Burrón, Chanoc, Kalimán.

JDA: La cultura popular ha ejercido también un enorme influjo en una sociedad en la que durante mucho tiempo sus lectores más ávidos son y habían sido lectores de historietas. Era la forma más económica, popular y democrática de leer.

AR: Un tema que trata muy duro en su libro es el de internet. Creo, con usted, que ni la red ni el libro electrónico ni los audiolibros van a sustituir jamás al libro de papel, contrario a lo que dicen algunos. Desde su punto de vista severamente crítico con internet, ¿qué papel puede jugar en la promoción de la lectura? ¿Podrían complementarse?

JDA: Lo que hago es una crítica remitida con acuerdos y con matices, pero basado en dos autores: Roszak y Dominique Wolton. Ambos han señalado cosas importantes. Lo que no quisiera pensar es que mi texto remite a una especia de primitivismo, de pensar que lo que estoy transmitiendo es un rechazo absoluto a las herramientas digitales. Lo que veo es que son de mucha utilidad, pero me interesa oponerlas al libro tradicional.

No hay posibilidades de que el libro tradicional sea sustituido por ningún medio electrónico. El punto en el que yo coincido con Wolton y Roszak es que precisamente para mí internet es un sistema de información, no es un sistema de cultura. El libro ha demostrado a lo largo de cinco siglos de preeminencia su capacidad de sobrevivir prácticamente sin cambios. Ha sobrevivido con una tecnología antigua, y ha demostrado ser funcional.

¿Qué pasa con las tecnologías? Lo que critico es el exceso de optimismo respecto a las nuevas tecnologías, y que dice que van a cambiar el concepto total del mundo y que van a modificar por completo nuestras relaciones sociales. Esa es la parte que yo discuto. Para mí eso no es posible porque finalmente ningún sistema tecnológico es capaz de producir una mutación social. Somos una sociedad que puede auxiliarse de muchos elementos, pero eso no modifica el sistema humano.

Wolton dice que una cosa es tener la posibilidad del acceso a la información y otra es saber qué se hace con él, saber utilizarlo. Ese es el punto de discusión. Para sintetizarlo, las nuevas tecnologías van a tener una importancia fundamental conforme pase el tiempo, pero, curiosamente, conforme se acreciente su importancia, también más importancia va a cobrar el libro.

AR: En esta sociedad de la información, en la que en internet hay una sobreinformación bárbara, y por otra parte de "los demasiados libros" de que habla Gabriel Zaid, ¿no sería bueno contar con algunos guías que nos recomendaran ciertas lecturas sobre otras? JDA: Creo que sí. En España hay una organización muy positiva que se llama SOL (Sistema de Orientación a la Lectura), que es una especie de Locatel, en el que uno marca al teléfono y hay alguien que le da una información acerca de un libro o de lecturas acerca de algún tema.

Internet es un mundo amorfo. Como dice Wolton y como dice Epstein, su gran problema es que lo mismo puede cobijar a una horda de racistas que a una organización humanitaria. Lo importante no es tener información de todo, sino más bien que la información nos funcione para algo. La información no es externa al ser humano y que sólo exista en las máquinas, sino que sólo adquiere grado de integración cuando nosotros la utilizamos.

AR: Acerca de otro tema. Gabriel Zaid señala que los universitarios mexicanos prefieren escribir más que leer, entre otras razones debido a que la meritocracia, al credencialismo, exige publicar para tener acceso a los programas de estímulos a los académicos. Por el contrario, Borges afirmaba que estaba más orgulloso de los libros que había leído que de los que había escrito. ¿Usted qué prefiere: leer o escribir?

JDA: La lectura tiene una mayor virtud porque hacemos nuestro todo aquello que no podemos escribir. La escritura tiene posibilidades de éxito mediano, mínimo, y los que lo consiguen extraordinariamente, pues alto. Pero para la mayoría de la gente que no tiene la posibilidad de conseguir esos altos logros, siempre la lectura será el equivalente más placentero de un alto logro. Es decir, saber que aquello que leímos nos gustó, lo asimilamos a nuestra existencia y que el grado de envidia que tenemos por ese texto es una forma de escribirlo de algún modo. ¿Para qué escribir algo si va a ser inferior a aquello que leímos y nos pareció extraordinario?

El lector de Borges es alguien mucho más feliz en términos de lectura, que alguien que se satisface leyendo sus propios escritos, creyendo que son superiores o iguales a los de Borges. Allí el lector tiene la ventaja.

AR: Estoy de acuerdo en que no porque alguien lea sea superior al resto de los mortales, pero estoy en desacuerdo en una frase que se repite muchas veces en su libro: que el leer no sirva para nada. En ese sentido le pregunto: ¿Qué ha obtenido usted personalmente de la lectura?

JDA: El ser lector es una condición como ser sentimental. Pasan por la calle muchas personas que transitan, y la pregunta que se debe hacer uno al caminar es si tienen una existencia que cuando menos esté conciliada con ellos mismos, si están contentos con su persona. Yo diría que no hay que ser tampoco excesivos, no hay que despreciar a las gentes. Muchas están contentas con su persona, y no han leído, o han leído muy pocos libros.

Entonces la lectura le aporta a uno una condición de lector con la cual puede estar uno contento: contento con lo que lee e insatisfecho con lo que escribe, feliz por lo que uno puede seguir leyendo y descontento por todo lo que uno ya no va a poder leer porque el horizonte de vida es escaso.

Pero yo al menos no puedo decir que la lectura me haya hecho mejor, ni que me haya hecho peor. Cuando dice uno que la lectura no sirve para nada es una hipérbole: es en realidad una metáfora extremada que nos quiere decir que no debemos depositar demasiadas esperanzas en que la lectura va a transformar a un ser humano y lo va a convertir en alguien mejor o superior a los demás. Si esto fuera cierto, no tendríamos escritores antipáticos, no tendríamos artistas impertinentes, soberbios, engreídos, agresivos.

No debemos extraer conclusiones tan optimistas de un hecho que es cultural como la lectura. Conozco personas que me parece que si apelaran a la mejoría que produce la lectura, no estarían comprobándolo en su propia persona. Y al revés, conozco personas que no han leído nada y que son muy agradables, sensibles, comprensivas.

Entonces no le atribuyo a la preeminencia de la lectura la mejoría de la vida. Lo que creo es que un solo libro puede cambiar la existencia de uno. Porque así como uno se puede aficionar por una cosa, si un libro te cambio la vida te puede aficionar por los libros.

Pero hay gente que no lee libros y es feliz viendo cine. Pero al menos tiene un contento: ver cine. Ese es mi punto de inflexión, de discusión. No quiere decir que yo sostenga una postura bárbara de decir que no hay que leer, sino trato de decir que no hay que sacar conclusiones apresuradas como la de que la lectura mejora siempre.



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