6 de enero del 2009
Él me agarró por la espalda, las manos tensas en mi pecho. Me gustó, no puedo negarlo. Sabía que mi codo guardaba toda la fuerza del mundo. Y así fue. Un golpe certero. Luego, el puño izquierdo voló hacia su ceja. Mis nudillos amaron esa valiente sangre. Tambaleó un poco, uppercut, mentón triturado. Tenía la navaja lista. La habría hundido en su yugular, pero preferí cortar mi larga trenza y lanzársela al hombrón que se revolcaba en el suelo.
Marimacho -gritó, con baba entre los dientes, cogiendo la trenza y devorándola.
En aquellos días de lluvia, me lavaba el pelo con cicuta, para no andar aleonada.