Portada de La Insignia

29 de noviembre del 2008

enviar imprimir Navegación

 

 

Cultura

Breve elogio de la aventura


Mario Roberto Morales
La Insignia. Guatemala, noviembre del 2008.

 

En La ignorancia, Milan Kundera alude a Ulises, el nostálgico héroe griego que -a pesar de la dolce vita que vivía en brazos de la ninfa Calipso- añoraba volver al regazo de su mujer, Penélope, en su Ítaca querida. Dice Kundera de Ulises que: "A la apasionada exploración de lo desconocido (la aventura) prefirió la apoteosis de lo conocido (el regreso). A lo infinito (ya que la aventura nunca pretende tener un fin) prefirió el fin (ya que el regreso es la reconciliación con lo que la vida tiene de finito)".

Kundera también afirma que la Odisea es "la epopeya fundadora de la nostalgia" porque aunque Ulises es "el mayor aventurero de todos los tiempos", también es "el mayor nostálgico" y, con él, "Homero glorificó la nostalgia con una corona de laurel y estableció así una jerarquía moral de los sentimientos. En ésta, Penélope ocupa un lugar más alto, muy por encima de Calipso". Por eso, "se suele exaltar el dolor de Penélope y menospreciar el llanto de Calipso". Una jerarquía moral de los sentimientos que -agrego- después coronaría el cristianismo con su exaltación de la mujer como objeto doméstico, abnegado y sufriente, y, por ello, merecedor "natural" del reino de los cielos.

En efecto, la aventura no pretende tener un final ni mucho menos una finalidad. Y el aventurero, menos. La aventura es, como los juegos de los niños, una actividad válida en sí misma. Tratar de hallarle un significado trascendente equivaldría a buscarle sentido moralista al deporte, que ensimisma tanto a jugadores como a espectadores, de la misma manera y con la misma seriedad con que los juegos infantiles involucran la mente y el corazón de los niños cuando se hacen rodear de personajes y escenarios de increíble y gloriosa fantasía.

El aventurero es un ensimismado que profesa una lealtad inquebrantable a sí mismo en tanto que apasionado de la aventura. De hecho, muchos hombres y mujeres ensayan ser políticos, ideólogos, literatos, intelectuales, religiosos, benefactores, padres y madres, y acaban siéndole fieles únicamente a la aventura: esa pasión cuyas pulsiones nos ponen en contacto directo con los confines de la vida y de la muerte.

Me parece erróneo suponer que el aventurero claudica de una vez y para siempre al optar, como Ulises, por "la apoteosis de lo conocido (el regreso)". Sería como suponer que quien vive permanentemente en lo conocido, alguna vez decida volverse un aventurero de por vida. Quizá lo más probable sea que los seres humanos atraviesen por etapas aventureras que culminan con reposos de guerrero, para después salir otra vez de su cueva y explorar la vastedad del mundo moviéndose en el filo de lo imprevisto, de lo emocionante, de lo desconocido. Quiero decir que no veo la razón para hacer de la aventura y el reposo una dicotomía bipolar irreconciliable, y que tal vez convenga más hablar de dos contrarios que, por serlo, se complementan en una alternancia armónica que dura hasta que la energía vital cede su lugar a la iluminación y la trascendencia que nos llega con la visita segura y fatal de nuestra muerte.

Que se tome breves descansos de guerrero no quiere decir que el aventurero renuncie al vértigo de su libertad para entregarse por siempre al tedio de lo conocido. Esto no es de aventureros. Así proceden quienes jamás se han atrevido a lanzarse de cabeza en la aventura y tan sólo han husmeado en sus suburbios con timidez y cobardía. Ellos son los pobres de espíritu que ocultan sus indomables sueños de libertad bajo el triste y desgastado manto de la madurez y la cordura.

Guatemala, 24 de noviembre del 2008.

 

Portada | Mapa del sitio | La Insignia | Colaboraciones | Proyecto | Buscador | RSS | Correo | Enlaces