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19 de noviembre del 2008

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Cultura

Miguel Núñez, el viejo cocodrilo


José Luis López Bulla
Metiendo Bulla / La Insignia. España, noviembre del 2008.

 

Cuando sonó el teléfono anunciándome la muerte de Miguel Núñez se me atragantó la campanilla de la garganta, a pesar de que sabía que estaba un poco pachucho. Pero no me hacía a la idea de que nos dejara el amigo de la eterna juventud, de cara aniñada, de sonrisa burlona, de voz siempre socarrona. A pesar de sus 17 años de cárcel y varias penas de muerte.

No me gustan las biografías de los santos laicos, relatadas por lo general de manera hagiográfica. En el caso del amigo burlón, hasta el punto que él mismo se definía, como un “viejo cocodrilo”, menos todavía. Solamente diré que su completa dedicación a la defensa de los trabajadores y de la democracia la vivió de manera espectacularmente sencilla. De forma natural y risueña, incluso en los momentos más dramáticamente ásperos de su vida militante. Así es que relataré algunos sucedidos que viví personalmente con Miguel, cuyo nombre clandestino era “Saltor”.

Que Miguel era un socarrón lo demuestra la siguiente anécdota. Volvíamos a Barcelona de un conflictivo encuentro (primavera de 1976) del Comité Ejecutivo del PSUC que trató del “caso del camarada Ignasi Bruguera” [Isidor Boix. Volvíamos en el coche de Isidor por la carretera de la montaña de Sant Cugat a Barcelona. “Saltor” pidió, cuando estábamos allí arriba, que parase el coche para ver Barcelona. Nos pone los brazos sobre los hombros y dice: “Hay que ver lo grande que es Barcelona y los pocos que somos”. O sea, la desmitificación del partido de masas que decíamos que éramos. El viejo cocodrilo tenía esas salidas. Que, en aquella ocasión, era una ambigua manera de indicar la equivocación de aquella reunión que decidió separar de la dirección del partido al mismo Isidor. Unas salidas que no cuadraban mucho que digamos con la severa y solemne gravedad, ni con la exageración voluntariosa de los dirigentes comunistas de la época.

He escrito que Miguel fue todo un símbolo para los militantes comunistas de entonces. Su paso por comisaría fue legendario. El tristemente célebre comisario Antonio Creix y sus lacayos lo estuvieron torturando para que “cantara” y, sobre todo, exigiendo que dijera a qué piso correspondían las llaves que le habían encontrado cuando lo detuvieron. Creix pensaba que se trataba de un piso franco lleno de material propagandístico y todas esas cosas innombrables. Así estuvieron durante muchos días. Al final, la policía, sin que Miguel dijera ni mú, encontró el piso. Pues bien, no había nada de nada: ni siquiera un triste papel, ni siquiera había una mesa. Un iracundo Creix pensó que si no había dicho nada en esas condiciones, ese hombre no les diría ni quien mató a Manolete. Al consejo de guerra, pues. Y, a continuación, a la cárcel. En el penal de Burgos.

Me explicó Angel Rozas, que se declaró así mismo sobrino adoptivo de Miguel y Tomasa Cuevas que, estando en Burgos coincidió durante años con su “tío”. Relata que, cuando murió Palmiro Togliatti, los presos se concentraron en el patio y, rodeados por los funcionarios con porras y armas de fuego, Miguel Núñez hizo el discurso fúnebre del camarada “Ercoli” [Togliatti]. Un discurso sin la retórica habitual, sin las teleologías de la época. Era lisa y llanamente la forma de hablar de Miguel Núñez, el viejo y ambiguo cocodrilo.

Nunca he conocido a nadie que explicara sus cosas a la juventud con tanto encanto fascinador. El viejo cocodrilo se relacionaba sentimentalmente con los jóvenes que nunca consideraron que hablaba el abuelo Cebolleta sino el relator de una memoria democrática exenta de oropeles. Ayuna de picardías. Incluso el aparente paternalismo de Miguel concitaba la mayor simpatía y afecto. Un caso similar al del amigo italiano Vittorio Foa, también recientemente fallecido.

Mi amigo Lluis Casas sostiene que Miguel se equivocó, cuando en puertas de la democracia, dejó paso a la dirección de los comunistas barceloneses a la edad de cincuenta y pocos años. Tal vez, pero sea como fuere el ejemplo está ahí: más vale dejar las cosas a tiempo que eternizarse en la cabina de mando. En todo caso, nuestro hombre fue, con toda seguridad, uno de los dirigentes más queridos por los comunistas españoles. Y más respetados. Tengamos en cuenta que ser querido y respetado son dos características que raramente coinciden. Y no sigo porque, sin querer, se me puede ir la mano y elevar a los altares a (san) Miguel Núñez, algo que disgustaba profundamente a nuestro amigo. En todo caso, quien desee saber, tiene la oportunidad de leer su magnífico libro La revolución y el deseo, que publicó la editorial Península.

 

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