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24 de marzo del 2008

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Cultura

El primer superhéroe moderno


Rodolfo Martínez
La Insignia. España, marzo del 2008.

 

Las crónicas dicen que el superhéroe nació en las páginas del número uno de Action Comics, con fecha de portada de junio de 1938. En realidad había nacido más de cincuenta años antes, en una novela de escaso éxito en su momento titulada Estudio en escarlata.

Hombre, me diréis, no nos pasemos. Todos sabemos que el superhéroe no nació por generación espontanea y que hay antecedentes, y podemos aceptar a Sherlock Holmes como uno de ellos. Pero el superhéroe como tal, ya definitivamente formulado en todos sus rasgos y características, no aparece hasta finales de los años treinta en los comic books americanos.

Eso es doblemente falso, por supuesto. Porque personajes como The Shadow o Doc Savage (y ni siquiera me molestaré en mencionar a El Hombre Enmascarado de Lee Falk) tienen todas la características del superhéroe y se desarrollaron unos años antes en las revistas pulp. Claro que eso en realidad no importa, porque en la Inglaterra victoriana ya existía una figura que cumplía todos los requisitos para ser considerado como tal.

¿Y cuáles son esos requisitos? Muy fácil:

a. Habilidades físicas o mentales sobrehumanas.
b. Un uniforme que lo identifica claramente.
c. Un cuartel general.
d. Un archienemigo.
e. Un talón de aquiles.
f. Una novia eterna e incansable con la que raras veces llegará a consumar la relación.
g. Algún tipo de compañero que le hace de ayudante.
h. Y a menudo tiene su ejército, o grupo de acción particular.
Y en realidad Sherlock Holmes cumple todos los requisitos uno por uno:

a. Su mente es algo extraordinario, capaz de deducir la infancia de un asesino por la longitud de sus pisadas o la forma en que se escaman las cenizas de los cigarrillos que fuma. O, incluso, como dijo Watson en cierta ocasión, es capaz de desentrañar un caso simplemente "contemplando la velocidad a la que el perejil se introducía en la mantequilla en un día de calor". Pero es que su físico también se sale de la escala: entrenado en las misteriosas habilidades del baritsu, es tan capaz de salir ileso de cualquier pelea como de sobrevivir a una caída aparentemente mortal en las cataratas de Reinchebach. Por si eso no fuera suficiente, cuando un matón intenta impresionarle, doblando con gran esfuerzo un hurgón de chimenea, Holmes, ni corto ni perezoso, vuelve a dejarlo como estaba sin apenas despeinarse. Si además añadimos su increíble capacidad para el disfraz (que deja como simples aficionados a metamorfos como los skrulls o los durlanianos) vemos que las habilidades de Holmes sobrepasan con mucho las de un mortal común.

b. Conan Doyle nunca comentó la indumentaria de su personaje, pero uno de sus primeros ilustradores (y sin duda el más famoso) Sidney Paget le dotó de la gorra característica, el abrigo de cazador -de patos, concretamente- y la pipa curvada que desde entonces son su marca de fábrica, tan definitorias para el personaje como el pentágono con la S en el pecho para Supermán o el murciélago en la elipse amarilla para Batman.

c. Todos sabemos dónde vive Holmes, por supuesto: en el 221 B de Baker Street (de hecho, en la placa que identifica la calle, el ayuntamiento de Londres ha colocado el perfil característico del detective), un lugar tan conocido por los aficionados de todo el mundo como la Fortaleza de la Soledad o la Batcueva.

d. Y tiene su némesis, como no podía ser menos: el profesor James Moriarty, el Napoleón del Crimen, quien pese a ser nombrado tan solo en tres historias (y ser visto fugazmente en una de ellas) ha cobrado cuerpo como el gran enemigo a batir. ¿Es casual que el Lex Luthor desarrollado por John Byrne y Marv Wolfman a mediados de los ochenta parezca, en muchos aspectos, un calco de Moriarty?

e. ¿Cuál es el punto flaco de Holmes, lo único que puede acabar con él, el punto ciego en su invulnerabilidad? La cocaína, me diréis. Y sin embargo, no es cierto, esta no es más que un signo, un síntoma que apunta al verdadero talón de aquiles del héroe. Porque lo único que puede matar a Holmes es el aburrimiento, la inactividad. Si se inyecta cocaína (en un solución al siete por ciento, por supuesto) es precisamente para luchar contra esa inactividad, ese tedio que, bien lo sabe, podría acabar con él.

f. Allí esta Irene Adler, la Mujer, en palabras del propio Holmes. Una aventurera con una inteligencia igual (si no superior en algunos aspectos) a la del famoso detective. La atracción entre ambos es casi inmediata, y si bien se manifiesta a un nivel puramente intelectual, Holmes no dejará durante toda su vida de sentirse fascinado por Irene Adler. Y es probable que a ella le pase lo mismo.

g. Como todo superhéroe que se precie, Holmes tiene su sidekick, si bien en este caso no se trata de un compañero adolescente como el Robin de Batman o el Bucky del Capitán América. Pero allí está Watson, leal a toda prueba, esforzado y voluntarioso y continuamente admirado ante las proezas de su amigo. Al igual que Batman necesita la presencia del Muchacho Maravilla (sin olvidar a su más antiguo sidekick, por supuesto, porque Batman no sería Batman sin un Alfred Pennyworth a su lado) para no ser devorado por su parte más oscura y convertirse en uno de los enloquecidos criminales que él mismo persigue, Holmes necesita a Watson para ser Holmes: necesita su candor, necesita la maravilla con la que el buen doctor recibe cada muestra de ingenio del detective. Y, a poco que lo pensemos, Holmes es una criatura creada por Watson: no cobra verdadera resonancia mítica hasta que no es pasado por el tamiz de la narrativa del doctor.

h. Y no podemos olvidar a los Irregulares de Baker Street, el grupo de pilluelos callejeros que, a las órdenes de Holmes, se convierten casi en su ejército particular. A veces me pregunto si Kirby y Simon no tendrían en mente a los Irregulares cuando crearon para la DC a la Newsboy Legion.

Tras esto poco me queda por añadir. O Quizá, y para rematar la guinda, para marcar en la culata la muesca definitiva de todo superhéroe que se precie habría que hablar de la muerte y resurrección del personaje. Porque, mucho antes de que a alguien se le ocurriera matar y resucitar a Supermán, Holmes ya lo había hecho. Y al contrario que el Hombre de Acero, el detective no necesitó de largas y estrambóticas sagas para regresar de entre los muertos: le bastó con volver a Baker Street, poner la pipa entre sus labios y murmurar "la caza empieza, Watson". Desde entonces no se ha ido y nadie ha podido dar con su cadáver u obtener una prueba de su fallecimiento.

Y es que como todo buen superhéroe que se precie (con el permiso del Capitán Marvell) Sherlock Holmes es inmortal. Quizá debido a sus experimentos con la jalea real. O, más probablemente, por el hecho simple de que un dios o un semidiós no muere mientras siga teniendo creyentes.


(*) Publicado originalmente en Bibliópolis.

 

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