17 de marzo del 2008
Chester Himes nace en 1909 en Jefferson City (Missouri), en una familia de clase media con características peculiares (a la vez que relativamente comunes entre los negros estadounidenses). Mientras que su padre, un profesor de instituto, se podría considerar de la casta (sí, casta; una más entre las muchas contradicciones que Himes reflejaría en sus novelas) de los de piel oscura, su madre era de piel clara, carácter dominante y llena aspiraciones elitistas. Buen caldo de cultivo para una situación familiar problemática que sería una de las primeras influencias del escritor.
En 1926, Himes entra en la universidad de Ohio con la intención de estudiar medicina. El intento de compaginar su formación con su afición al juego le induce al curioso experimento de mezclar ambos mundos a los que pertenece, y se lleva de garitos a sus compañeros de estudios. Las consecuencias no son exactamente las deseadas: Himes es expulsado de la universidad. Tras ello, entra en una espiral descendente que finaliza, tras alternar trabajos diversos y problemas con la ley, cuando a la edad de 19 años es encarcelado por atraco a mano armada. Sentenciado a 25 años de cárcel es en la prisión donde escribe sus primeras historias. En palabras de Himes:
"Leía los relatos de Dashiell Hammett en Black Mask y pensé que podría hacerlo igual de bien. Cuando mis relatos comenzaron a publicarse, los demás convictos pensaron exactamente lo mismo. En realidad no era difícil: lo único que tenía que hacer era contar las cosas tal como ocurrían".
Después de cumplir ocho años de condena, sale en libertad bajo palabra y ya con la intención de dedicarse a la literatura. Sus primeras obras son del tipo "novelas de protesta" alrededor del racismo, comenzando con Si grita, suéltalo (las consecuencias del racismo que sufre el protagonista negro, empleado en una fábrica dedicada a la Defensa durante la segunda guerra mundial), seguida de Una cruzada en solitario (en torno a la vida en prisión). Sin embargo, esta segunda novela es rechazada una y otra vez, pasando de una versión a otra, y cambiando varias veces de título en el proceso, por "exigencias editoriales" (en realidad una poco disimulada censura). Cuando finalmente se publica como Una cruzada en solitario el resultado se parece escasamente a la versión inicial, que solo aparecerá seis décadas después como Por el pasado, llorarás.
Harto de la censura y el racismo, Himes se autoexilia a Francia en 1953 (posteriormente iría a España en el 69, y ahí permanecerá hasta su muerte en 1984), donde cambia por completo su situación. En esa época, la novela negra americana se encontraba en pleno auge, y los franceses idolatraban a escritores como Hammett y Chandler. Marcel Duhamel, entonces editor de Gallimard, le pregunta si es capaz de escribir novelas "de ese estilo", ofreciéndose a publicarlas. Himes acepta y da comienzo el llamado ciclo de Harlem que le haría famoso como autor del género.
La primera novela de la serie, Por amor a Imabelle (también publicada como A Rage in Harlem) marca la pauta e introduce a la pareja de detectives que protagonizaría el resto de novelas del ciclo: "Coffin" ("Ataud") Ed Johnson y "Grave Digger" ("Sepulturero") Jones. Necesariamente duros, por la cuenta que les trae. Conscientes de la inutilidad de los alardes deductivos en el ambiente en el que se han de mover, donde tenerla más grande y no dudar en utilizarla (el arma, digo) hace más por conseguir respeto y colaboración que cualquier otro sistema. Si bien en apariencia el esquema de las novelas es el habitual en el género (algo que modestamente planteaba el propio Himes: "Tan solo imitaba al resto de escritores americanos de historias de detectives... Simplemente hacía que los rostros fuesen negros, eso es todo"), lo cierto es que hay diferencias que van mucho más allá del cambio de raza de los protagonistas, y se basan ante todo en las particularidades del estatus social de los personajes y el entorno en el que se desarrolla la acción. Habrá criminales negros y policías negros, pero estos últimos, desde el punto de vista de los jefes y altos cargos de la sociedad van a resultar ser, ante todo, negros, y solo después y cuando interesa, policías. La típica escasa consideración que tiene el detective privado ante las fuerzas de la ley no es nada comparada con esta situación. Las condiciones del entorno tampoco facilitan las cosas a los detectives protagonistas: resulta difícil mantener el orden cuando la gente es demasiado pobre para ser honrada y, en general, no tiene mucho que perder.
Así las cosas, el modelo de detective sufre un cambio. Muchas veces más cercanos a aquellos a quienes persiguen que a la ley que pretenden hacer cumplir, Coffin Ed y Grave Digger se conforman con que las cosas no vayan demasiado mal. Si además se resuelven los crímenes, estupendo. Crímenes que, por otra parte, no se diferencian de los de obras más clásicas: es bastante normal que la acción gire en torno a un macguffin (una bala de algodón, un alijo de heroína, algo que todo el mundo busca tal como ocurría con el Halcón maltés) hasta que todos los cabos quedan atados (bueno, más o menos) al final de la historia. Pero a diferencia de las obras clásicas, en las novelas de Himes pierde protagonismo el detective como narrador e hilo conductor de la acción, mostrándose antes multitud de facetas distintas desde muchos puntos de vista, formándose un collage que (quizá) acabe dando una visión de conjunto. No hay un observador privilegiado (desde luego los detectives protagonistas no lo son) ni una voz principal. Y los componentes... Policías, criminales, racismo, clasismo, pícaros, estafadores, políticos, líderes religiosos, tumultos, jazz, garitos de juego, alcohol, dinero, droga, pistolas grandes, chusma negra, blanca y de cualquier otro color, cocina sureña alta en colesterol: agitar y servir. Las novelas del ciclo de Harlem recuerdan a una jam session. Para salir adelante en ese entorno hay que ser de una pasta especial... y saber asumir el caos cotidiano.
En cualquiera de las novelas del ciclo de Harlem hay un sutil trasfondo de denuncia, que no llega al extremo de convertirse en panfleto ni lastra la acción: la descripción de cómo son las cosas es tan sólo otra parte del escenario (y necesaria para comprenderlo plenamente). Otra constante es el sentido del humor, siempre irónico, y más ácido en las últimas novelas. Pero las situaciones son siempre desquiciadas, lo que, por lo visto, parece ser una condición inevitable:
"Podía quedarme sentado y llegar al borde de la histeria pensando sobre cuán salvaje e increíble era lo que estaba escribiendo (...). Y aún así pensaba que hacía realismo. Nunca se me pasó por la cabeza que lo que escribía fuera absurdo. Lo real y lo absurdo son tan similares en la vida de los negros estadounidenses que nadie puede señalar la diferencia".
La novela que mejor resume todas las características de la serie es Algodón en Harlem (llevada al cine en 1970, en plena época de la blaxploitation). El reverendo O'Malley organiza el movimiento Volver a Africa, que consigue un amplio eco entre la población del gueto. Se trata de una estafa, pero no hay tiempo para descubrirlo ya que, en mitad de la colecta, un grupo de blancos asalta el mitín (se producen víctimas mortales, pero son negros, así que no pasa nada) y roba los casi 90.000 dólares de la recaudación, ante la pasividad de los policías blancos allí presentes. El dinero, sin embargo, se pierde durante la huida. Coffin Ed y Grave Digger son asignados al caso, mientras que Harlem se convierte en un avispero de grupos rivales (incluido un movimiento de Retorno al Sur liderado por un ex-coronel que parece sacado de los anuncios de Kentucky Fried Chicken) intentando dar con una bala de algodón donde se supone que está escondido el dinero. O'Malley es arrestado y posteriormente escapa, con tan mala fortuna que mueren dos blancos en el proceso, lo que, a diferencia de las primeras víctimas, lleva a que se organice una cuasi-invasión policial del gueto ("y quiero que arrestéis a cada hijo de puta negro de Harlem", son las órdenes que el capitán de policía da ante las mismas narices de Coffin Ed y Grave Digger). Tras una serie de sucesos a cuál más delirante en los que intervienen una larga galería de secundarios, finalmente todo queda arreglado... lo que no implica necesariamente que todos los criminales sean castigados, ni que aparezca todo el dinero, pero hay que conformarse con lo que se puede conseguir. Las cosas son como son, tal y como explica Grave Digger en un momento de la novela a su superior blanco: