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2 de junio del 2008

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Cultura

El investigador superviviente


Rodolfo Martínez
La Insignia. España, 2 de junio del 2008.

 

La evolución del protagonista de la novela novela negra -en alguna ocasión habría que analizar por qué es tan consustancial al género la presencia de un narrador dominante- le llevó de policía a detective, de detective a investigador de dudosa moral, y de ahí a la condición de delincuente puro y duro. En las últimas décadas, sin embargo, observo la aparición de un personaje que parece aunar y superar todos esos clichés para sumergirse en lo indefinido. Un tipo que es un superviviente, que vive guiado por unos códigos de moral estrictos en algún lugar que ya no es la periferia de la sociedad, sino el más siniestro de sus rincones oscuros. Refugiado allí, en las sombras, para actuar guiado por normas de una lógica interna coherente, y decididamente adecuadas considerando las circunstancias que le rodean. Sin que quede claro, por otra parte, cuáles son los motivos que mantienen al personaje en ese lugar fétido.

El paradigma podría ser Burke, el protagonista de las novelas de Andrew Vachss, de las cuales sólo las tres primeras obras han sido traducidas al castellano: Bajos fondos, Strega y Blue Belle, cada una publicada en un lugar distinto para dificultar aún más su búsqueda. Por el momento, Vachss -que es de profesión abogado especializado en casos de pedofilia- lleva trece novelas acerca de este ex presidiario que vive en un entorno simplemente pesadillesco, rodeado de una galería de secundarios tan memorables como él mismo y que sigue un heterodoxo pero comprensible código de conducta. Aunque he de avisar que la paranoia de Burke y la dureza de su entorno llegaron, en el caso de la última de las novelas citadas, hasta un extremo que me pareció bordear el ridículo.

Las novelas de Vachss y la sensación que produce su lectura -te dejan el cuerpo como si te hubieran dado una paliza o hubieras visto consecutivamente la filmografía completa de Darren Aronofsky y Takeshi Kitano- pueden ser ocasión para una posterior columna, si bien aquí le saco a colación sólo como propuesta más acabada del tipo de personaje absolutamente límite que creo que por primera vez apareció en Calor, de William Goldman.

Goldman es por sí mismo un personaje de interés. Supongo que una rápida enumeración de sus méritos resultará de por sí convincente: autor de La princesa prometida, ganador de dos oscars por los guiones de Dos hombres y un destino y Todos los hombres del presidente, guionista igualmente de películas tan brillantes, a su manera, como Misery o El último héroe de acción. Además de autor del divertidísimo Las aventuras de un guionista en Hollywood, un libro mucho más desmitificador que las mordeduras de víbora enrabietada que da Kenneth Anger en Hollywood Babilonia, por poner un ejemplo.

El caso es que en Calor se nos presenta muy poco a poco al Mex. Un ex combatiente del Vietnam convertido en héroe de las revistas de aspirantes a comandos -el Burke de Vachss también se mueve en ese mundillo, que de hecho le proporciona parte de sus beneficios mediante pequeñas estafas postales-, y que malvive en Las Vegas con la expectativa de conseguir 100.000 dólares con los que pasar cinco años fuera de la circulación, simplemente viajando por el mundo. El Mex vive en un cuchitril forrado de mapas de todo el mundo, de lugares que quiere visitar para salir de esa Las Vegas en la que incomprensiblemente -hasta avanzada la novela- se empeña en vivir.

La novela tiene una presentación bien curiosa, que no puedo sino anticipar. El relato sigue inicialmente a una mujer que está pensando la posibilidad de casarse con un croupier de casino, un tipo inane, y le espera a la salida de su trabajo en un tugurio. Un grandullón comienza a meterse con ella mientras el croupier retrasa su llegada. Finalmente, éste aparece y termina propinándole una paliza al grandullón. Luego descubriremos que ese matón es el Mex, convertido inesperadamente en el protagonista del relato, y que dejarse pegar para que otros impresionen a mujeres es uno de los numerosos trabajos que debe aceptar para ir tirando.

El Mex tiene como oficina una cafetería, como amigos a jugadores profesionales y prostitutas, e incluso a una curiosa pareja de antiguos predicadores televisivos que terminarán siendo uno de los ejes de la acción. Junto a la venganza contra un capo mafioso por la violación con una pistola de una amiga del Mex y la vigilancia de un niño rico de los negocios informáticos que viaja a Las Vegas para jugar. Muchas subtramas para una novela que no tiene su fuerte en ninguna de ellas, sino en algo que cobra progresiva presencia en la novela: el retrato de las adicciones. Personajes enganchados a todo tipo de cosas revolotean por la novela, en retratos tan sórdidos como certeros. El momento en que descubrimos cuál es la adicción del Mex es uno de esos instantes de revelación de lo obvio, de sorpresa sólidamente fundamentada en el relato, que no es posible olvidar jamás.

La novela en sí, en cambio, queda lastrada al final por el gusto por la pirotecnia de ese tipo que es la marca característica de Goldman -recuérdense las fintas argumentales dentro de fintas que eran buena parte de la gracia de La princesa prometida-, pero que en este caso no termina de funcionar y temo que lastrara también la adaptación cinematográfica realizada en 1986, con un inadecuado Burt Reynolds como protagonista, y que no tuve la oportunidad de ver.


Publicado originalmente en Bibliópolis

 

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