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1 de febrero del 2008

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Cultura

Aproximación al pelícano con todos
o el Caribe a dos aguas


Rafael Gutiérrez
La Insignia. Guatemala, febrero del 2008.

 

Los pelícanos, sabe usted, son pájaros verdaderamente admirables. Surgen al amanecer como una mínima mancha oscura desde un extremo del mar en llamas. Puntuales e impecables toman por asalto, a esta hora del día, el ancho mundo acuático, el límpido espacio aéreo. Por los itinerarios del viento avanzan a vuelo rasante sobre la espumosa horizontalidad del mar, cuyo laxo vaivén autoriza a la flotilla un recorrido compacto y unitario. Oscilando entre el aire y el agua, apenas un rápido batir de alas, cuando la audaz acrobacia acciona algún mecanismo interno, cuando la diaria ceremonia convoca el máximo de perfección en las alas.

Seis, doce, quince, a veces hasta veintisiete pelícanos en hilera vuelan cada día en dirección al sol que estalla, al fondo, en múltiples fuegos llameantes. A barlovento se alzan, descienden, vuelan, sobrevuelan, giran, heterodoxos y retozones, estos cronopios de la mañana. No hay en ellos, en este instante, ningún signo de sobrevivencia vacua, ningún atisbo de animalidad cruda: es el rito del pájaro en su lúdica y perfecta existencia.

Un lunar, una mácula hay, sin embargo, en el plumaje de estos voladores de profesión: su aire monstruoso de ángeles caídos, su abyecta apariencia de desterrados del paraíso. Feos y prosaicos como ninguna otra ave, estos pobres alados alcanzan su redención en la belleza única de su esfuerzo.

El destino de este pájaro es el vuelo. El vuelo de este pájaro es un acto de fe. Aún herido de vejez y decadencia, desplomándose bajo el peso de la muerte, el pelícano, siempre el pelícano, aureolado de dignidad y gracia, sabrá caer y reposar sobre el reino de las dunas.

Es sin embargo el solidario sentido de unidad, el agudo instinto de compatibilidad lo que, por excelencia, define a estas criaturas. En ningún rincón de los Siete Mares se encontrará, por mucho que se busque, un pelícano solo y desarraigado, un pelícano autoexiliado y elitista. El pelícano, siempre el pelícano, es visión de conjunto, noción de colectividad, afán de comunidad definiendo tácticas y estrategias en el constante vuelo aéreo de la esperanza.

Por ello le pido, cuando un puñado de pelícanos quiera posarse en el lecho de su conciencia, en el árbol de sus afectos, en el ramaje, en fin, del párrafo que ahora lee, usted por favor no los azuce, usted déjelos ahí, desgranando el impune fruto del solo, surcando el sueño matinal de todos.

 

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