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16 de enero del 2008

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Cultura

Locos de contento con su cargamento


Mario Roberto Morales
La Insignia. Puerto Rico, enero del 2008.

 

Cuando era adolescente vi una película que me deslumbró porque satisfacía las inquietudes de cierta juventud acomodada del tercer mundo, que emulaba la "rebelión sin causa" de los muchachos estadounidenses y el conflicto interétnico entre éstos y sus pares puertorriqueños. Era West Side Story, musical de Broadway cuya trama calcaba Romeo y Julieta, de William Shakespeare. En 1964 viajé por primera vez a Nueva York, y me sentí protagonista de la "rebelión sin causa" cuando en una esquina del barrio de Queens un policía se me acercó y me preguntó que si estaba esperando a alguien; le respondí que no, y entonces, blandiendo su garrote de madera, me invitó a circular. Este desencuentro con la autoridad me dio un momentáneo sentimiento de pertenencia generacional y un pueril orgullo por llevar puestos unos viejos jeans desteñidos y ajustados.

No comprendía entonces la lucha tenaz de los puertorriqueños por aferrarse a su cultura en West Side Story. Después lo entendí pero ya era tarde, tanto para ellos como para millones de latinoamericanos absorbidos por la cultura anglo-estadounidense. Ahora que estoy en Puerto Rico, asisto a la renovación de aquella resistencia en una versión tardía, tenue, nostálgica y dudosa, pues la defensa la cultura local se disuelve en el consumismo desaforado del american way of life y los patriotismos publicitarios que mezclan la guerra en Irak con el consumo del café "Mami" por parte de leales soldados boricuas en los frentes de batalla del desierto. El independentismo parece ser una ideología de minorías ilustradas, convertida en nostalgia oficial por el poder político instituido, mediante honras, por ejemplo, a Rafael Hernández, autor del célebre "Lamento borincano", una canción -me explica la Negra- que expresa el resultado de que en cierto momento a los boricuas se les hiciera "conciencia" de que consumir directamente lo que producía la tierra era insalubre y que sólo lo procesado y empacado industrialmente era fiable.

A pesar de la imposición, ellos se las arreglan para celebrar la Navidad con canciones vernáculas y para mantener sus creaciones culinarias vivas, así como un sentido musical caribeño y otras formas de cultura popular, aunque su castellano ya deje mucho que desear incluso para ellos mismos. Es el precio que pagan por la aculturación, la cual, en el caso de Puerto Rico, avanza enfrentando una resistencia espontánea que tiene que ver más con el sentido vitalista de la existencia típico de los pueblos tropicales que con una conciencia intelectualizada y "políticamente correcta" de su diferenciación cultural.

En West Side Story los puertorriqueños llevan la peor parte. Cuando uno camina ahora por las calles de las ciudades boricuas, qué lejanos parecen aquellos días en que el poeta decía que "todo está desierto, el pueblo está muerto de necesidad"; pues los centros comerciales se ven siempre atestados y los automóviles han desbordado la estructura vial. Lo que se ha perdido es la soberanía. Y el consumismo distrae a las masas de esa carencia, pues es obvio que ahora medio mundo "sale loco de contento con su cargamento"… del centro comercial.


Mayagüez, 5 de enero del 2007.

 

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