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10 de enero del 2008

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Cultura

Sociedades anónimas deportivas,
presidentes mafiosos y recuperación de clubs


Felipe Romero
Divergencias / La Insignia. España, enero del 2008.

 

En los últimos años, un lema del mundo ultra italiano se ha extendido entre los fondos de los estadios de fútbol españoles: Odio eterno al fútbol moderno. A la vez, se han vivido escenas de revuelta en varios estadios contra la gestión de presidentes-propietarios.

Aunque ambos fenómenos pueden diferenciarse (el primero es más propio del mundo ultra, y supone una descalificación completa de la evolución del fútbol en los últimos años, mientras el segundo aparece entre el conjunto de los aficionados de clubs afectados por crisis deportivas), tienen una raíz común, la privatización de los clubs deportivos; y esta raíz, un contexto también común: la privatización de lo colectivo.

Justo en las fechas en que Carlos Solchaga, ministro de Economía desde 1985 hasta 1993, decía aquello de "España es el país en el que resulta más fácil hacerse rico", se diseñó y llevó a cabo la conversión de los clubs deportivos en sociedades anónimas deportivas. Avanzando el proceso de privatización que años después dejaría en manos de las grandes familias económicas del país el capital colectivo de empresas públicas que precisamente disponían de posiciones de privilegio en el mercado por haber tenido carácter monopolístico (Telefónica, Iberia, Endesa, etc.), el paso a particulares del capital social del que disponían los clubs se llevó a cabo apelando a la necesidad de "modernizar" y "profesionalizar" sus estructuras. De este proceso, visto en perspectiva, conviene destacar:

- La "modernización de las estructuras", que 15 años después ha concluido en una dependencia absoluta de los derechos televisivos, la pelea por "cuota" global de audiencia y notoriedad de clubs como marcas, futbolistas convertidos en iconos pop, giras asiáticas, estudios de mercado, mafias de representantes, horarios orientados al consumo internacional y la emisión televisiva, ha sido particularmente bien gestionada en España por los clubs que siguen perteneciendo a sus socios. Barcelona y Real Madrid no han necesitado despojar de la propiedad a sus históricos dueños para ser los más "modernos" y "profesionales", sean positivos o no estos epítetos. Por supuesto, sus presidentes no son "socios de base": cuentan con considerables recursos económicos previos para configurar sus candidaturas y eran con anterioridad parte de las élites locales, pero finalmente se someten a elecciones y pueden ser desplazados conforme al criterio de los socios.

- Retroalimentándose entre ellas, la conversión del fútbol en espectáculo global (la Champions League es la NBA europea) y la privatización de los clubs ha favorecido el alejamiento del fútbol de lo local: la pérdida de peso de las canteras, la menor permanencia de los jugadores en un mismo club (favorecido por el interés de representantes y las comisiones de traspasos) y el abandono de estadios históricos (Sarriá, Anoeta, Calderón, Mestalla) debilita el vínculo entre club y lo que en su día fueron socios, convertidos en abonados (sin margen de actuación) y relegados frente a quienes no acuden al estadio pero aportan audiencia televisiva.

- Si la privatización de las empresas públicas descapitalizó al Estado para dar pie al capitalismo de empresarios-amiguetes (Pizarro, Villalonga), la visibilidad social del fútbol resulta ideal para aspirantes a políticos que no logran llegar al poder municipal como Lendoiro, colaboradores con dictadores metidos a promotores inmobiliarios como Paco Roig ("emprendedor" de la mano de Obiang), para corruptos condenados como Jesús Gil que mezclaban de forma permanente y victimista sus problemas con la justicia con la situación del club tratando de apoyarse en la masa social de abonados, editores franquistas como Lara, para especuladores del ladrillo que pretenden disponer de mayor margen de presión-negociación con las autoridades locales, para productores de cine que negocian la colación de sus películas a la vez que los derechos de los clubs que gestionan como Enrique Cerezo y abogados de encausados de la operación Malaya como Del Nido a los que, casualmente, les toca El Gordo de la lotería. En resumen, lo mejor de cada casa: y gracias a la privatización de los clubs, con absoluto margen de maniobra.

- En este sentido, si los propietarios son mafiosos, corruptos, especuladores,..., solo se puede esperar comportamientos mafiosos, corruptos, especuladores: desde usar a los grupos ultras como guardia pretoriana (usándolos para atacar a periodistas críticos, como ocurría con Gil, o aún en plena crisis del equipo, para enfrentarlos con los accionistas minoritarios, como recientemente ha ocurrido en el caso del Betis) a gestionar la conversión a Sociedad Anónima Deportiva de forma fraudulenta (como se demostró judicialmente en el caso del Atlético de Madrid) o desviar dinero a otras de sus empresas (por lo que ha sido condenado Lopera).

- Con frecuencia, las aficiones fueron, como mínimo, actores pasivos que se dejaron llevar. No puede pasarse por alto la elevada connivencia entre grupos ultras y los nuevos propietarios de los clubs, pero también la pasividad de buena parte de los socios de a pie que pueblan las gradas: el rechazo a los Lopera, Soler y Gil no nace tanto del malestar por la descapitalización de los clubs sino por la incapacidad de éstos para obtener resultados deportivos.

En este sentido, en los momentos de crisis una de las salidas inmediatas es forzar la salida de los propietarios actuales, para caer en manos de nuevos accionistas mayoritarios. Sin embargo, esta salida mantiene el alejamiento entre afición y gestión del club, guiada por los intereses de los propietarios. De este modo, en los últimos años está comenzando a fraguarse una respuesta de alcance más amplio, desde la perspectiva de "recuperar" los clubs, donde se discute la propia figura de Sociedad Anónima Deportiva, se mira más allá del fracaso deportivo poniéndolo en contexto con la propiedad originaria de los clubs, y las aficiones tratan de volver a ser actores protagonistas, no el mero decorado que aporta color a las gradas dentro de un espectáculo en el que tienen una relevancia secundaria.

Los ejemplos de referencia vienen del fútbol inglés, donde multimillonarios rusos, estadounidenses o árabes han comprado algunos de sus clubs punteros. Dentro de la respuesta a esta pérdida de protagonismo de los aficionados ha tenido particular visibilidad la adquisición y gestión de un club por aficionados particulares a través de una página web: sin embargo, lo relevante es el movimiento de fondo, donde la ambición es ir más allá de este hecho simbólico, tratando de recuperar el protagonismo de socios y aficionados en la gestión de los clubs. En este sentido, conviene destacar algo obvio: el problema de fondo no es la indefensión de los pequeños accionistas de una sociedad anónima deportiva, sino la privatización de lo colectivo. No puede hacerse pasar como sinónimo socio y pequeño accionista: los accionistas, pequeños o grandes, pretender obtener valor de su inversión (revalorizándose la acción o a través de la obtención de dividendos). Sin embargo, en la tradición de los clubs deportivos, los posibles beneficios revertían siempre a favor del afán colectivo (un estadio, nuevos fichajes, la cantera), no de particulares.

 

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