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20 de agosto del 2008

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Cultura

La escritura y el código letrado


Mario Roberto Morales
La Insignia. Guatemala, agosto del 2008.

 

Un error frecuente cuando se piensa en el código letrado es el de identificarlo con el sistema de escritura alfabética, el cual es sin duda una expresión técnica privilegiada de ese código pero éste no se agota en ella. La base del código letrado es, sí, la palabra, pero no sólo como núcleo de las posibilidades de combinación que el sistema lingüístico móvil le posibilita, sino sobre todo como elemento básico de una cadena simbólica que le permite al pensamiento forjar ideas complejas y profundizar en esa complejidad ampliando el conocimiento de lo real.

Es el manejo relacional de las posibilidades de abstracción de las palabras, así como el de sus posibilidades de combinación, la esencia del código letrado. Su dominio se basa en la destreza en el uso de las palabras para pensar, para partir de su condición de símbolo e ir hacia sus posibilidades de significación a fin de explicarse el mundo. La complejidad del pensamiento que se alcanza por esta vía es lo que posibilita el sistema escritural alfabético.

No es, pues, la escritura como tal el código letrado. No se trata sólo de aprender a escribir, sino sobre todo de aprender a pensar. Y no se puede pensar ni escribir sin palabras. Se puede imaginar y recrear imágenes y sentimientos. Pero inducir y deducir, descubrir las leyes que rigen el movimiento de lo real, y razonar, es imposible sin palabras. Por eso se dice que mientras mejor léxico tiene una persona, más precisa es su manera de explicarse el mundo. Desplegar un léxico abundoso y pedante, y suponer que eso nos hace cultos, es un acto fallido, pues la yuxtaposición descoyuntada de palabras "difíciles" sólo revela un pensamiento fragmentario que, lejos de explicarse lo real en sus relaciones, sólo percibe fenómenos inconexos y por tanto inexplicables.

El código letrado no es sólo la escritura alfabética sino sobre todo lo que la posibilita, a saber: la capacidad de utilizar las palabras para pensar; y ésta capacidad incluye el manejo fluido del discurso y la escritura. Ejercitarnos en el uso responsable y creativo de la palabra es lo que nos hace más o menos cultos.

En los foros en los que me he referido al intelicidio que implica sustituir (en lugar de complementar) el código letrado con el código audiovisual, la pregunta que brota siempre del público es esta: ¿Cómo hacer para que los niños y los jóvenes lean, si desde que nacen los recibe un televisor en la cuna, y este proceso incluye a sus padres?

En el caso de los adolescentes, aconsejo partir de un minuto de lectura atenta (comprendiendo lo que se lee) y aumentar la dosis en un minuto tres veces al día. Cuando el nuevo lector alcance los quince minutos diarios de lectura, quizá se percate de lo que se había estado perdiendo y sienta elevarse su autoestima intelectual, y siga leyendo. Por otro lado, una manera eficaz de fomentar el gusto por la lectura en la niñez es leerles libros a los niños que aún no leen a fin de que aprendan a usar la palabra como vehículo para llegar a la imaginación y el razonamiento. Además, es útil acumularles los textos "leídos" a la vista, para que perciban el contacto con el objeto-libro y la lectura como vínculos afectivos con lo que los rodea. Por su parte, los planteles educativos pueden evaluar las lecturas realizadas por medio de reportes narrativos de lo leído, en el aula.

El dominio de la palabra es la clave de la inteligencia letrada. La escritura expresa su grado de desarrollo. Pero escribir no basta. Hay que saber pensar. Y para eso, hay que saber leer.

 

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