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27 de septiembre del 2007

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España, 1936-1939

Un raid instructivo


Juan Modesto
De Soy del Quinto Regimento.

 

El mismo día 18, después de tomar un bocado con el general Rojo, regresé a Madrid, donde di las disposiciones correspondientes a mi Estado Mayor, saliendo inmediatamente para Lérida.

Conducía el coche Manuel el Moreno, fundador del "Thaelmann". Más delante sería uno de los mejores hombres del servicio de información del Estado Mayor Central, encontrándome con él en Teruel y en el Ebro cuando salía de misión de servicio o volvía de cumplirla. Me acompañaban Julián Soley, que entonces era mi ayudante, y Pepe, mi enlace personal. Mi ayudante anterior, Manuel López Oceja, fundador también del "Thaelmann", pasó al batallón especial de V Cuerpo a mandar una de sus compañías de ametralladoras. El jefe de batallón era Fernando Bueno y el comisario, Manuel Bascuñana.

Aquella noche no cenamos. Hacía las 11 de la noche, pasado Tortosa, Manuel, que estaba al volante desde las 7 de la mañana, ordenó, y lo acaté -en el coche mandaba él- dos horas de alto para descabezar un sueño sobre el volante. Los demás lo imitamos. Después proseguimos el viaje a nuestro lugar de destino, adonde llegamos al mediodía.

En Lérida localicé al teniente coronel Antonio Cordón -el primero que encontré- y fuimos juntos a ver al general Pozas, a quien ya conocía de Madrid. En el curso de la entrevista, Cordón me anunció que al día siguiente recibiría la orden de operaciones, como así fue.

Pasado Caspe, paramos un par de veces con la intención de comprar un poco de chacina y fruta que veíamos en los árboles. Soley entró en dos pequeñas tiendas: una tenía lo que buscábamos, pero no había nadie; en la otra le pareció vislumbrar unas sayas, pero nadie acudió a sus voces. Por fin, en la tercera casa encontró a una mujer. Salió de ella con cara de enfado, diciéndome que se podía comprar algo, pero que no querían cobrar. Le insistí en que pagase lo que fuera y lo trajese, quedándome disgustado porque no acertaba a explicarme el porqué de aquella conducta.

Soley volvió con algunas vituallas y di la orden a Manolo de que siguiera adelante. Cuando íbamos a arrancar, salieron de la casita una mujer, una muchacha joven y un mozalbete. Corrieron hacia el coche con una serie de cosas: una cestita con huevos, un trozo de lomo y las primeras uvas. Nos ofrecieron todo regalado. Les dimos las gracias e invité al muchacho -que tendría unos doce años- a que se acercara más. Al preguntarle si quería venir a pelear con nosotros, me respondió con otra pregunta que revelaba por qué habían cambiado de actitud:

-Ustedes son del Gobierno, ¿verdad?

La madre exclamó, temblorosa:

-¡Gracias a Dios que habéis llegado!

Nos bajamos del coche. La madre y la jovencita, que era su hija, nos contaron cosas tremendas.

-Se han llevado a las mozas para eso que dicen amor libre -dijo la madre, añadiendo tres nombres de chicas del pueblo-. Ahí están ahora, que las han echado después de tenerlas como mujer uno y otro y otro.

Tras una pausa, agregó: "no saben ustedes lo que sufro". Y se quedó callada.

Su hija se puso colorada y dijo como respondiéndola:

-Tengo el cuchillo grande. El que venga por camino torcido, lo cata.

Interrumpiéndose una a la otra, la madre y la hija nos fueron explicando, en imágenes breves, el cuadro vivo de los "ensayos" libertarios.

-Miren las mujeres vestidas de negro. Muchas son de ahora.

-Es que estos no hacen la guerra a los de Zaragoza [los fascistas]. La hacen a los de aquí, a nosotros.

-Se han llevado los mulos.

-El dinero de Madrid no vale. Dan unos papelicos.

-Dicen que ahora todo es de todos.

-Se lo llevan todo y falta el pan y el aceite y...

-Dicen que lo venden en Francia.

Pepe, joven sereno y recto, estaba demudado y con los rasgos crispados.

Todo se aclaraba. La pequeña hacienda abandonada, las sayas desapareciendo, la respuesta "nada"... Contestar normalmente, dando el precio, había costado caro a muchos.

Estábamos en el feudo de Aragón y en la zona de sus tropas, la 25 División, que mandaba Ortiz, un facineroso. Su jefe, Joaquín Ascaso, hermano del famoso anarquista que cayó valientemente en el asalto al Cuartel de Atarazanas de Barcelona, era el capitán de una banda de delincuentes que, en nombre de la República, habían despojado a los habitantes de la región hasta del derecho a respirar.

Durante los meses de agosto y septiembre que permanecimos allí, conocimos más a fondo la tragedia del campo aragonés en Azaíla, Escatrón, Híjar, Puebla de Híjar, Vinaceite, Albalate del Arzobispo y otros pueblos ribereños del Ebro.

En todos ellos, las llegada de las unidades del V Cuerpo fue recibida con alegría. Entonces tenían quien los defendiera y en quien ampararse.

 

Transcripción para La Insignia: J.G.

 

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