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30 de septiembre del 2007

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Cultura

Un tren cargado de frutas


Marcos Winocur
La Insignia. México, septiembre del 2007.

 

La primera vez que visité Cuba fue en 1961, para los festejos del 26 de julio. Era el año de la alfabetización, cuando la juventud se había movilizado al campo, a la sierra, para poner esos instrumentos al alcance del pueblo: leer y escribir. Y unos meses atrás, en abril, había sido la victoria de Playa Girón, cuando en 72 horas fue derrotada una expedición invasora financiada y adiestrada por EEUU.

Así que, vaya el lector sumando: festejos del 26 de julio + derrota de la ignorancia + derrota del imperialismo = gran euforia. Sin embargo, había rostros preocupados. ¿Qué pasaba? Un tren cargado de frutas, mercancía por lo demás perecedera, no podía entrar en La Habana; se lo impedían otros trenes, y éstos no podían despejarle las vías porque se las taponaba precisamente el cargado con fruta. Antes de que pudiera hacer preguntas, los amigos de rostros preocupados habían desaparecido.

Volví a Cuba en 1970. El Gobierno se había planteado una zafra gigante de 10 millones de toneladas y sólo alcanzó ocho y medio con el costo adicional de desorganizar la producción y el transporte. Fue cuando Fidel Castro pronunció un discurso autocrítico en el que llegaba a ofrecer su renuncia, y ¿qué creen? aparecieron los rostros preocupados: te lo dijimos, te lo dijimos -afirmaron- el tren cargado de frutas sigue atorado. Y desaparecieron.

Volví a Cuba en 1983, con motivo de un congreso de historiadores. Pregunté por el tren de frutas: seguía atorado en el mismo lugar.

Regresé en 1990, invitado a dar unas conferencias. Pregunté por el tren de frutas: seguía atorado en el mismo lugar.

En suma, he visitado cuatro veces Cuba, una por década, y así he podido ver la evolución del país. Quieran los dioses que el tren cargado de frutas logre abrirse paso esta vez.

 

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