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30 de septiembre del 2007

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Cultura

Naranja sobre piedra


Rocío Silva Santisteban
La Insignia. Perú, septiembre del 2007.

 

¿Qué es un memorial? Es un objeto que se construye para recordar algo. Los memoriales más populares en los caminos del Perú son las cruces, con casita o no, que podemos hallar allí donde se ha producido un accidente: en Pasamayo, en las carreteras de penetración a la sierra sur y norte, a los costados de las curvas peligrosas en la sierra central. En Estados Unidos está uno de los memoriales más interesantes: una enorme pared en Washington D.C. con los nombres de todos los soldados estadounidenses muertos en la guerra de Vietnam. La idea del memorial es, precisamente, establecer un espacio del recuerdo adonde llegan las personas en peregrinaje.

En Estados Unidos hubo muchas manifestaciones contra la guerra de Vietnam, pero a nadie, que yo sepa, se le ha ocurrido ir y destruir el monumento. ¿Qué sucede entre nosotros, los peruanos, para que un destacamento organizado de hombres y mujeres, con combas y pintura de color naranja, dañen un sitio que es lugar del recuerdo de aquellos que fueron, a su vez, dañados, torturados, asesinados por cualquiera de los dos bandos del conflicto armado? Se han ensayado muchas respuestas en estos días. La gran mayoría piensan que han sido los fujimoristas que, con desparpajo, dejaron su firma en esta acción vandálica: no se trata de destruir por destruir, sino de que permanezca una huella sobre él con la única intención de devastar un espacio que recuerda, hoy más que nunca, los delitos por los cuales Alberto Fujimori ha sido extraditado al Perú para ser juzgado. Esta hipótesis de los fujimoristas como perpetradores de la acción vandálica ha sido, además, refrendada por Martha Chávez, con las alucinantes declaraciones que dio la semana pasada en el sentido de apoyar este -¿podríamos llamarlo también acto terrorista?- suceso.

No obstante, hay otra hipótesis que tampoco resulta tan descabellada. Si la pintura del color del fujimorismo es una prueba demasiado obvia, una especie de exceso de representación malvada, quizás haya otro grupo igualmente destructivo e interesado en culpar al fujimorismo. ¿Qué grupo está interesado en desprestigiar al fujimorismo, y a su vez, destruir el espacio que representa los esfuerzos de los organismos de derechos humanos y de la Comisión de la Verdad y Reconciliación por mantener la memoria de las víctimas? ¿quiénes son los que despotrican de las ONG? ¿quiénes se han sentido tocados con la resolución del Tribunal Constitucional? ¿por qué el señor Agustín Mantilla ha salido a dar declaraciones en la televisión local, descalificando las investigaciones de Ricardo Uceda en su libro Muerte en el Pentagonito, y recordándonos a todos los peruanos que, a pesar de todo, sigue siendo aprista? El desocupado lector podrá atar cabos. O en todo caso, sostener sensu contrario que es una hipótesis totalmente jalada de los pelos.

Pero lo que sí es cierto, más allá de quiénes fueron los autores materiales del hecho destructivo, es que el acto vandálico ha desempeñado un papel de un acontecimiento, en el sentido en que lo plantea el filósofo Alain Badiou, es decir, un suplemento que no puede ser explicado por los saberes que organizan y legitiman una situación determinada, y que cuela a la verdad sobre todo lo que protege de ese efecto feroz de sinceramiento. ¿Existen víctimas puras? ¿sólo las "inapelablemente" víctimas, esto es, las absolutamente inocentes, tienen derecho a estar representadas en el memorial? ¿Y qué sucede con los otros muertos por tortura, por ejemplo, que quizás fueron sospechosos de terrorismo? ¿son menos muertos? ¿son menos víctimas?

El investigador Paulo Drinot, en su artículo El ojo que llora, a propósito de la sentencia de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, sostiene que "la "historia oficial" de la violencia se expresa "como producto de una dialéctica entre dos memorias en pugna; una, desde arriba, producida por el fujimorismo, y la otra, desde abajo, producida por las organizaciones de derechos humanos, la sociedad civil democrática, y por último, la CVR. El conflicto armado da paso a otro conflicto sobre cómo entender el pasado". O un pasado que incluya los hechos dolorosos para cerrar las heridas, o un pasado que los niegue con el temor de que estas, en cualquier momento, puedan sudar lágrimas de sangre.

 

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