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18 de septiembre del 2007

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Cultura

De lenguas, dialectos, naciones y ciudadanos


Santiago Rodríguez Guerrero-Strachan
La Insignia. España, septiembre del 2007.

 

Hoy en día no se es nadie si no se posee una lengua. Hoy en día la lengua ha adquirido una relevancia impensable en el escalafón social, y digo impensable porque cada día se habla peor, y se escribe que no digamos. En realidad deberíamos decir que no se escribe, ni siquiera se redacta. Cada día exigimos menos a los alumnos, a los periodistas, a los escritores. Y cada día también concedemos mayor importancia a la lengua. Pero no a su uso ni a su norma, sino a su instrumentalización política.

Un muy buen ejemplo es el que nos proporciona Abel Pardo Fernández, dottore in Lingua e Cultura Italiana per Stranieri (sí, tal y como lo leen, en italiano) y "diplomado en Estudios Avanzados de Filología Románica". Pardo escribió un artículo de opinión (a falta de mejor nombre) en El Mundo-La Crónica de León hace unos días, que luego publicó en la página de UPL en Internet.

El señor Pardo, dottore y diplomado, desconoce el concepto de dialecto. Esto no debería causarnos mayor sorpresa, pues el mismo desapareció de la lingüística hace años con el inicio de las reivindicaciones partidistas de las lenguas. Pero por si tienen interés en saber qué es eso que llamamos dialecto, la Real Academia Española lo define como "sistema lingüístico derivado de otro; normalmente con una concreta limitación geográfica, pero sin diferenciación suficiente frente a otros de origen común."

Así las cosas, si el señor Pardo hubiera tenido en cuenta esto, se lo habría pensado dos veces (o incluso alguna más) antes de decir con énfasis y engolamiento: "El leonés es una lengua. Una lengua hablada en España y Portugal. Científicamente, filológicamente, y estructuralmente cualquier otro tipo de afirmación no tiene ningún tipo de base." Porque resulta que sí, que tiene base decir que el leonés no es una lengua sino un dialecto, sin que ello suponga minusvaloración sino rigor lingüístico, del que en tan gran medida carece el señor Pardo, a quien a la ignorancia se le une la pedantería de hacerse llamar dottore.

Analicen ustedes la frase, y se darán cuenta de que utiliza palabras altisonantes que carecen de sentido. Asevera Pardo: "Científicamente, filológicamente, y estructuralmente", y yo me pregunto qué querrá decir con científicamente. ¿Se referirá a la Tesis de Church-Turing, o tendrá que ver con la entropía de la termodinámica? Quizás esté relacionado con los últimos avances en genética y el señor Pardo ha descubierto que en el código genético de cada uno está la lengua de su nación, que estamos predestinados a hablar la lengua de nuestra nación porque nos viene incorporada en el ADN como el airbag viene ya de serie en todos los vehículos (en estos casos siempre me viene a la cabeza la predestinación calvinista, idea teológica terrible, que aniquila de un plumazo la libertad humana, pero que, a pesar de todo, no carecía de cierta grandeza trágica. La predestinación nacionalista, no creo que haga falta subrayarlo, puede ser cualquier cosa menos trágica, al modo de Esquilo, Sófocles y Shakespeare. Es más bien ridícula y cómica al modo de Jardiel Poncela, pero anula la libertad de igual modo).

Afirma también que filológicamente no cabe duda de que el leonés es una lengua. Pues, mire por dónde, sí que hay dudas más que fundadas; claramente es un dialecto y lo remito a la definición de la RAE. Termina por hablar de las estructuras, y aquí queda poco claro si se trata de económicas, de ingeniería, o de eso que los lingüistas llamamos sistema y que él, dottore in Lingua, desconoce porque el día que explicaron un concepto tan básico no asistió a clase o estaba arrobado contemplando el advenimiento del leonés que iba a remediar los problemas que hasta ahora habían asolado y marginado a León. ¡Hasta podría acabar con la halitosis de los leoneses!

Continúa el artículo con la cantinela de que es una lengua en vías de extinción. Equipara lenguas y personas. Hemos de cuidar de la vida de las personas (aunque al final todos muramos, y sólo nos quede cuidar de la especie humana) y, por la misma razón, hemos de cuidar de las lenguas, porque son productos culturales. Ignora Pardo que precisamente por ser un producto cultural tiene sus días contados. Todo lo humano es mortal y desaparecerá algún día. Ha habido infinidad de lenguas que se han hablado a lo largo de la historia, y han ido pasando, desapareciendo. Algunas se enseñan en secundaria, cual es el caso del latín (de cuya descomposición, por cierto, surgieron las lenguas romances). El castellano, el inglés, el catalán, el francés, el hindi y tantas otras también pasarán al baúl de los recuerdos, lo que no será obstáculo para que algunos se empeñen en seguir buscándolas allí, cual redivivas Karinas.

Continúa Pardo con un repaso a la historia (de León, por supuesto) y nos cuenta que la lengua leonesa (que es dialecto) es más vieja que Matusalén, que ya en el siglo X se escribía, que si la prosapia histórica, que si la legitimidad que dan los años (a este paso, el capitalismo, el robo y la violación serán también legítimos de tanto tiempo que llevan entre nosotros), etc. Pero todo esto de la lengua le trae sin cuidado, porque más adelante descubre sus verdaderos motivos:

"Con la pérdida de la independencia del reino de León y la imposición del castellano se corta de raíz el proceso de estandarización del Leonés, quedando reducido al uso oral. Al ser substituida la lengua propia por el castellano en la documentación, y al verse reducido su ámbito a las áreas menos desarrolladas, el leonés comienza su declive. Por tanto, el grado de soberanía del reino leonés es directamente proporcional al nivel de reconocimiento de la lengua propia de los leoneses. A menor soberanía, menor peso de la lengua, a mayor soberanía, mayor presencia de la lengua."

La sacrosanta unión de lengua y nacionalidad aparece por fin, pues no otro era el objetivo desde un principio. ¿Para qué sirve una lengua? Para justificar una nacionalidad. La ortodoxia nacionalista ha dictado que no hay nación sin lengua, así que hay que tener una; en caso contrario, se inventa, que es lo que Pardo hace. Como están faltos de ideas políticas, los nacionalistas lo fundan todo en la cultura: la soberanía reside en la lengua y no en los ciudadanos. Pero no vayamos a pensar que esto de confundir la cultura con los valores políticos es exclusivo del señor Pardo. El nuevo estatuto de Castilla y León recoge en el artículo cuarto del Título Preliminar que los valores esenciales de Castilla y León son la lengua y su patrimonio histórico, artístico y cultural. Con semejante embrollo de ideas, podemos afirmar cualquier cosa y su contrario. Los valores son características morales en los seres humanos: la bondad, la justicia, la solidaridad. Un producto cultural no puede ser un valor. La confusión interesada de los nacionalismos ha contagiado a todos, incluso a los redactores de un estatuto de una Comunidad gobernada por el Partido Popular. A partir de ahora no habrá que buscar la igualdad, la justicia, la solidaridad. No. Simplemente con hablar castellano y extasiarse con nuestro patrimonio, habremos cumplido. Tres siglos de avances mandados a la basura de la historia gracias al nacionalismo.

Acaba el artículo con otra cantinela también recurrente:

"Los leoneses hemos sido capaces de desarrollar un idioma propio, el nuestro, que es el máximo exponente de nuestra cultura y el que ha dado forma a nuestra manera de ver el mundo, de sentir el mundo. Como leoneses no podemos permitir que la humanidad pierda uno de sus idiomas, el idioma propio de León, la Llingua Llïonesa."

Habría que recordarle al señor Pardo que todas las lenguas son igualmente buenas para expresar las ideas, las emociones, los miedos y las alegrías. Porque al final todo se resume en una defensa encendida de la tradición y la comunidad étnica (con su supuesta lengua única) o la defensa de la ciudadanía con su escepticismo respecto a la tradición y su interés en cambiar todo aquello que, aunque tradicional, impida el libre desarrollo de las personas (y entre eso que se combate están las apelaciones a la etnia, al pueblo, a la tradición, y a las singularidades colectivas de unos pocos). Para un ciudadano, la lengua no es parte del acervo espiritual de la nación sino un instrumento de comunicación y expresión al que se le han quitado todas las adherencias fascistoides que insinúan conceptos del Antiguo Régimen o del pasado reaccionario. Les recomiendo la lectura de Contra Cromagnon. Nacionalismo, ciudadanía y democracia, el fantástico libro de Félix López Ovejero para que vean lo que nos jugamos con esto de la reivindicación de las lenguas nacionales.

Los jóvenes (y los no tan jóvenes) podrán aprender inglés, francés, italiano, portugués, chino o japonés, árabe o incluso hindi, pero el capricho de unos cuantos políticos leoneses obligará a los niños de León a aprender un dialecto, con su consabida escala de antivalores: desprecio de lo extranjero (en priemer lugar, de los castellanos), preeminencia de la sangre y del terruño, ignorancia del concepto de ciudadanía, etc.

En el fondo lo que late es el miedo a la modernidad, la necesidad de enganches que nos hagan sentirnos seguros en un mundo inestable. Hablemos leonés con nuestros vecinos. Para qué queremos saber alemán o ruso si esos no son de los nuestros y además... (rellenen el resto con toda la panoplia de argumentos xenófobos).

 

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