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13 de septiembre del 2007

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Cultura

Chetos más fachos


Carolina Broner
La Insignia. España, septiembre del 2007.

 

Quedarse atrapada durante media hora entre dos estaciones del Metro, genera instinto asesino y es una buena ocasión para observar a los demás. A veces es positivo; hoy, no. Después de hurgar en el bolso y de comprobar que no tenía elementos punzantes que me pudieran tentar, conté hasta diez y levanté la vista:

No me entretuve con la rubia concheta que se pintaba las uñas; era tan excesiva que el cuerpo me pedía que le hiciera tragar la laca, la Razón que le asomaba bajo el brazo y, ya puestos, todos los 20 minutos, Qué! y ADN del vagón. Junto a la pijoblonda iba un pibe de mi lado del charco vestido en plan informante puertorriqueño de Kojak. Y digo yo, ¿soy la única que sufre ataques de risa y espanto frente a estos personajes? No me refiero a la rubia, claro; mi barrio está lleno de chetos más fachos. Me refiero al niño de marras, que cree que el pañuelo que lleva en la cabeza es una demostración de su patriotismo (Ay, qué me da algo), porque a un diseñador de vestuario de Hollywood se le ocurrió que era un accesorio típicamente latino (Ay, que me da algo II, III y IV). ¿Nadie les va a decir que esos pantalones para obesos con elefantiasis y esas remeras para jugadores de baloncesto con gigantismo les quedan fatal?

Hace unos meses estaba de cañas en una terraza, y en la mesa contigua había tres "reyes del mambo" que habían conectado el mp3 a unos altavoces y estaban oyendo a un Usmail-Arturo-Felipe-Jorge que berreaba Cariiiinio, me muero por hacerte un niñio.... Si lo del Usmail era para mostrarles los dientes, lo de las cadenas doradas, los crucifijos, los tatuajes y las camisas abiertas hasta el ombligo era para romperles la cabeza contra el cordón de la vereda. Prometo que no me levanté a decirles que eso que creían pinta de "machote" era de un gay subido, porque la moza nos dijo que nos invitaban a otra ronda y mi amiga Mercedes tenía sed.

No es sólo que me reviente la falta total y absoluta de gusto, sino que estoy hasta los mismísimos de patrioterismos y pelotudismos identitarios. Cuando veo a un joven nacional sé a qué atenerme y qué hacer: farfullar que ojalá lo empalen con una rojigualda. Cuando me topo con estos, me taro; vengo del continente de donde vengo y estoy acostumbrada a su machismo, su moral retrógrada y su burda imitación de pandillero en Los Ángeles. Pero de estar en Los Ángeles a estar en la inopia sólo hay un paso: hacer del atraso, identidad.

 

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