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6 de octubre del 2007

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Cultura

Medicina natural


Mario Roberto Morales
La Insignia. Guatemala, octubre del 2007.

 

Al primer síntoma de náusea tómese, con la mano, una pastilla (salvavidas o de las otras) de menta, de esas que venden en la esquina, ¿comprende? Luego procédase a lamerla con lentitud -sin llegarla a introducir totalmente dentro de la boca, porque el resultado podría ser contraproducente-, y respétense ciertos intervalos entre una y otra lamida, intervalos que, por otra parte, estarán marcados por el bienestar creciente que proporciona el alivio paulatino de la náusea. Efectúe la operación con calma para evitar el vómito. En esta forma se consigue algo muy importante en el proceso de tratamiento: una salivación más o menos constante, muy buena para quitar la náusea.

En caso de que también esté padeciendo de sequedad en los labios, evite mojarlos con la lengua; tampoco se aplique medicamento alguno que pueda aumentar el mal sabor en su boca. Cómprese una cajita de Mentol Davis en la farmacia más cercana y adminístrese el ungüento en dosis pequeñas cada hora u hora y media aproximadamente, según sea la necesidad. Para el efecto, es aconsejable que utilice su dedo meñique, en la misma forma en que lo hacen las mujeres cuando quieren palidecer el rojo de crayones de baja calidad, tipo Revlon.

Si ya se ha intentado (en orden de importancia y según la intensidad de la enfermedad) la horchata con azúcar, la horchata sin azúcar, la maicena con o sin azúcar o el harina diluida en agua, y no se ha logrado contener los vómitos (olvidémonos de fármacos como la Bonadoxina o el Nauseol -sean estos orales o inyectables- y de la nefasta presencia del médico); si ni el té de manzanilla, el agüita caliente o un buen acercamiento con la mujer o la novia, etc., han logrado contener el temblor de manos y las náuseas y el flato, tómese -con la mano- un octavo de aguardiente y viértase la mitad del contenido en una porcelana (de porcelana, no de plástico que se quema); en seguida procédase a cortar trocitos de cáscara (no de pulpa) de limón, y agréguesele a todo una cucharada de azúcar (no tema, el agua y el azúcar son elementos que bastan para lograr la rehidratación) (*), luego tómese un fósforo de cocina y con él préndasele fuego al medio octavo, dejándolo arder durante un par de segundos (no más porque verá que se consume con increíble rapidez), apáguese de un soplo y procédase a su ingestión (olvidándose de que su sabor no sea ya el de un trago). Después de algunos-que no tienen por qué ser pocos- minutos, el propio paciente sentirá la necesidad voluptuosa de ingerir la segunda mitad del octavo que no ha sido quemado, en la forma tradicional y como Dios manda (limoncito, sal).

Aproximadamente diez minutos después de esta última operación, dirá a su mujer (si usted es soltero, acuérdese que sobran los comedores baratos, todo es cuestión de animarse): "Mija, dame unos huevos a la ranchera y una tacita de café". Mientras tanto, ha pensado que no ha tenido razón alguna para angustiarse tanto y que, ultimadamente, un traguito antes de dormir sería precisamente el complemento ideal del tratamiento, además de que actuaría como digestivo para un plato tan fuerte (colesterol nada menos) para el hígado como son los huevos a la ranchera.


(*) Es recomendable el uso de canela en los casos que así lo ameritan.

 

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