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8 de noviembre del 2007

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Alterglobalización

El Banco de España, el BCE y los salarios


José Luis López Bulla
Metiendo Bulla / La Insignia. España, noviembre del 2007.

 

Cuando se supo la mala noticia de los precios de octubre, los agresivamente relamidos del Banco de España volvieron a lanzar sus análisis y propuestas de ropavejero. La culpa, dijeron, la tienen los salarios; la solución, insistieron, es la moderación salarial. Se trata de una melodía reiterativa y, ¿por qué no decirlo?, de muy escasa solvencia profesional. Pero que, no se olvide, cuenta con una fuerza mediática muy contundente, basada en una teología que recuerda el conocido constructo medieval: Extra ecclesiam nulla salus; o, lo que es idéntico: Fuera de la Iglesia no hay salvación. O, si se prefiere para lo que nos traemos entre manos: fuera del Banco de España no hay solución.

No hay solución porque, según tan autoproclamada afirmación, el Banco de España cuenta con el arma de su independencia. Que ya empieza a ser un mito -y como todos los mitos, mentiroso- basado en el arte de fomentar amnesias reales. Ahora bien, así las cosas, nos encontramos con dos problemas: primero, la concepción que tiene el Banco de España (y tres cuartos de lo mismo el Banco Central Europeo) sobre sus cometidos; segundo, la idea de la independencia del BE (también del BCE).

Los dos bancos parecen partir de la siguiente teoría: la economía es una variable a la que debe estar sometido el conjunto de asuntos sociales; o sea, lo que preocupa a la sociedad deben definirlo algorítmicamente los bancos Central Europeo y de España. Por otra parte, y estrechamente relacionado con lo anterior, está la otra verdad teologal de la independencia. Que cuenta además con un añadido de gran relevancia: ninguno de estos bancos responde ante nadie de las decisiones que toma. Lo que aparece como una lógica aplastante porque la verdad teológica es una variable independiente que sólo responde ante Dios, nuestro señor.

Ahora bien, voces administrativas me dirán: oiga usted, ¿acaso olvida que el Tratado de la Unión establece que el Banco Central debe responder ante el Parlamento europeo? No, no lo olvido. Ocurre, sin embargo, que el Parlamento no consigue su misión de control ex post, ya que el mencionado tratado no le dota [al Parlamento, ¿a quién si no?] de los instrumentos para llamar la atención o imponer sanciones al Banco, aunque sea un pacato tironcillo de orejas.

Cierto: el Tratado confía al BCE la responsabilidad prioritaria de asegurar la estabilidad de los precios, pero no la define exactamente. El BCE ha superado (es una manera de hablar) el problema fijando -como su primer objetivo-- un techo a no superar, esto es, una tasa de inflación del 2 por ciento. Es sorprendente que tal objetivo no suscite profundas discusiones, porque se trata de un nivel de inflación bajo y, como demuestran los datos, extremadamente irreal. Y comoquiera que nadie cumple, una pregunta lógica -que tiene el inconveniente de ser eso, lógica- es: ¿no será que las autoridades de los bancos mean fuera de tiesto? Respuesta: como tienen poca puntería cistítica, la culpa siempre es de los salarios.

Y, sin embargo, es evidente que existe una `cuestión salarial´, así en España como en Europa, a pesar de la evidente moderación salarial desde hace unos quince años. Una cuestión salarial que se refiere a salarios bajos -algunos extremadamente bajos-- en la mayoría de las categorías del trabajo dependiente. Así lo dijo el comisario para asuntos económicos de la Unión europea, Joaquín Almunia, hace unos meses. Y así lo ha expresado la semana pasada el presidente del Consejo de Ministros de Italia, Romano Prodi. En España, hasta la presente, nuestras autoridades dicen llamarse Andana: no saben o no quieren saber, no contestan o no quieren contestar. Mientras tanto, decimos con Arquíloco: el zorro sabe muchas cosas, pero el erizo sabe sólo una gran cosa. Como si Arquíloco, el gran poeta realista griego y anti-homérico, tuviera en la cabeza que el zorro Fernández Ordóñez sabe de todo, pero el erizo sólo sabe que no puede llegar fácilmente a final de mes. Algo en lo que no cayó Homero, excesivamente preocupado por los chicoleos de una tal Helena con el troyano Paris.

 

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