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La insignia
15 de enero del 2005


El complejo arte del pronóstico económico (I)


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Diálogos
Jürgen Schuldt
La Insignia. Perú, enero del 2005.


Como cada año, generalmente entre Navidad y bajada de Reyes, despierta el diminuto Nostradamus (1) que habita en cada uno de nosotros. Entonces, en la más estricta intimidad, calibramos nuestras perspectivas para el año venidero en lo que se refiere a los deseos y acciones que más podrían influir en nuestra seguridad y felicidad personal: la familia y las amistades, el trabajo y el ocio, los negocios y las loterías, la economía y la política, e incluso el clima y los desastres naturales que podrían afectarnos.

En contraste, los únicos que salimos al ruedo y hacemos públicos nuestros pronósticos somos los economistas. Sin sonrojarnos, con el ceño fruncido y en tono ceremonial, damos a conocer -a una audiencia ávida- la tasa de crecimiento, la inflación, el tipo de cambio, el déficit externo, etc. que habremos de esperar hacia fines de año.


Los concursos de belleza y los pronósticos para 2005 (2)

En ese serio ejercicio de prospección -¡no vaya usted jamás a decir que se trata de uno de adivinación!- compiten entre sí los más prestigiosos prestidigitadores, expertos radicados en universidades y centros de investigación económica, en bancos y consultoras privadas, entre otros, sin olvidar las instancias especializadas del propio gobierno y de los organismos internacionales.

Curiosamente, lo que va a encontrar usted revisando tales pronósticos para el presente año -o cualquiera del pasado- es la extrema similitud de los resultados a que llegan los técnicos en la materia, marcándose diferencias que apenas llegan a unas pocas décimas de un punto porcentual o a unos cuantos cientos de millones de dólares. Con lo que usted se preguntará inmediatamente a qué puede deberse tal coincidencia, tan atípica entre peruanos en otros ámbitos. Como usted considera que los economistas son los científicos sociales más serios, ciertamente no tanto como nosotros mismos nos consideramos, asumirá que poseemos todos el mismo modelo macroeconómico y la misma base de datos, marcando las milimétricas diferencias de pronóstico una que otra magnitud de alguna variable exógena. Y, en efecto, si bien unos poseen un modelo macroeconométrico y otros apenas un buen olfato, las divergencias entre tales modelos prospectivos es enorme, por no hablar de las que existen entre las narices. ¿Cómo explicar entonces las sorprendentes coincidencias?

Son varias las hipótesis que a ese respecto se podrían plantear, pero una de las que más nos gusta es la que tiene relación con una famosa metáfora de la Teoría general de Sir John Maynard Keynes (capítulo 12), la que parafrasearemos y sacaremos evidentemente de contexto. Se trata de un símil que ese gran economista planteara en torno a la selección que los jurados ('concursantes') adoptan para determinar "las seis caras más bonitas entre un centenar de fotografías".

A ese respecto Keynes nos dice que cada miembro del comité elige, "no los semblantes que él mismo considere más bonitos, sino los que crea que serán más del agrado de los demás (...). No es el caso de seleccionar aquella que, según el mejor juicio propio, son realmente las más bellas, ni siquiera las que la opinión general cree que lo son efectivamente". Es decir, "dedicamos nuestra inteligencia a anticipar lo que la opinión promedio espera que sea la opinión promedio" (3).

De manera que se otea (¿olfatea?) al vecino: los académicos a los informes de los bancos, éstos a los de la banca de inversión o al revés, todos a los organismos internacionales, los que a su vez consultan a economistas y empresarios de su confianza y así sucesivamente. Nadie quiere quedar mal o, en todo caso, siguiendo ese criterio todos saben que quedarían igualmente mal si fallan los pronósticos. Además, cada cual puede hacerlos -más o menos irresponsablemente- porque sabe bien que nadie se tomará la molestia de comprobar su errores dentro de un año (como haremos más adelante, impertinentemente).

Evidentemente esa táctica tinkera (4) funciona muy bien en un entorno tranquilo y si predomina el optimismo o el pesimismo, heredado del año inmediatamente anterior, pero fracasa rotundamente cuando se da una reversión de tendencias. Que bien podría darse este año... así como podría no darse. Y ese es el gran problema del momento actual, porque el 2005 -a pesar del optimismo generalizado reinante- se presenta extremamente complejo, dada la incertidumbre que existe en los ámbitos económico y político, tanto interno, como externo. Respecto a este último, ¿quién puede decir si el precio del petróleo subirá o bajará? ¿quién se atreve a afirmar que Bush permitirá la aplicación de una política drástica de ajuste de sus déficit gemelos? ¿Quién si China revaluará o no el yuan? Etc. Obviamente, nadie nos pedirá que incluyamos en nuestras adivinanzas choques externos intra, supra o extracontinentales, como epidemias, guerras o el aterrizaje de OVNIS.

En el ámbito interno las dificultades son de similar magnitud: quién podría afirmar si el gobierno iniciará el tradicional 'ciclo político de la economía' en vistas a las elecciones del 2006; quién puede prever en qué medida aumentarán las movilizaciones sociales; quién si se seguirá o no revaluando el sol respecto al dólar, si se firmará o no el TLC con EEUU, si se mantendrán las concesiones de Michiquillay, Santiago de Poto, puertos, hidroeléctricas y similares, etc. (al margen de otras eventualidades que, por lo demás, están interconectadas asimétricamente entre sí). Por supuesto, nadie espera que pronostiquemos terremotos, lluvias de langostas, el incendio del Congreso y demás acontecimientos que podrían acabar con todo pronóstico, por más empeño que se disponga para su elaboración.

Aunque los economistas (casi) siempre nos equivocamos en nuestras proyecciones, las seguimos ejercitando afanosa y puntualmente, año a año. A medida que pasan los meses vamos haciendo los ajustes para llegar a pronósticos adecuados, los que generalmente se cumplen ex post... durante el último mes del año pronosticado. Como la memoria de nuestro público es estrecha, nadie nos pedirá cuentas. Con lo que, y para parafrasear el dictum que sobre los metereólogos emitiera el físico ruso Lev Landau, los economistas "a menudo están en el error, pero no en duda" (5). En efecto, gozamos hoy en día del respeto que en la Antiguedad tenían los filósofos y en la Edad Media los teólogos. El problema es que nos hemos creído que podemos sustituirlos. Felizmente, las amas de casa -que son muchas y bastante más sabias- todavía no confían en nosotros.

A pesar de todos esos peros, siempre es muy útil realizar proyecciones, de cuyos errores muchos aprenderemos (aunque otros seguirán con la costumbre de siempre, enterrando el pico, al estilo avestruz). Solo así dejaremos de lado los amañados concursos de belleza keynesianos y podremos mejorar los modelos macroeconómicos que albergamos en nuestras computadoras o en nuestras fosas nasales. Además, estos ejercicios resultan inevitables por el requerimiento perentorio de empresarios, gobiernos y periodistas, quienes exigen nuestras proyecciones para poderse ubicar -aunque sea ilusamente- en el horizonte económico. Por lo demás, nunca hay que olvidar, que "los políticos, así dicen, utilizan a los economistas como los borrachos a los faroles: no buscan la luz sino sostén" (6).


Notas

(1) Su nombre verdadero fue Michel de Notredame (1503-1566), francés, médico personal de Carlos IX y astrólogo. Sus oscuras profecías perviven hasta nuestros días.
(2) Esta sección fue originalmente publicada en la columna diaria de Humberto Campodónico (La República, enero 12, 2004).
(3) Es ilustrativa la actitud de nuestro Ministerio de Economía: a principios de diciembre pasado pronosticaban un 6,5% de crecimiento para el 2005, el que ajustaron para abajo una vez que -como los estudiantes copiones en los exámenes finales- bizquearon la vista a las predicciones de otras entidades como la CEPAL, la CAF y otras nacionales. Finalmente, 'se decidieron' a remendar el guarismo hacia abajo, fijándolo en 4,5%.
(4) La 'Tinka' es una lotería que usted puede jugar bisemanalmente por tres soles y en la que -dado que tiene que adivinar seis números de 45 posibles- tiene la posibilidad de ganar con un micromillonésimo de probabilidad (proceda a hacer el cálculo: divida 1 entre la combinatoria de 45 a la sexta), que es bastante superior a la que poseen los pronósticos económicos de acertar.
(5) Citado por Paul Ormerod, The Death of Economics. Londres: Faber and Faber, 1994; p. 93.
(6) Bernhard Felderer y Stefan Homburg, Macroeconomics and New Macroeconomics. Heidelberg: Springer-Verlag.



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