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La insignia
12 de febrero del 2003


El suicidio de Sylvia Plath

Cuarenta años después


Rocío Silva Santisteban
La Insignia. EEUU, febrero del 2003.


"Morir / como todo / lo hago extremadamente bien". Pero no era tan cierto. No. Esa vez, en su helado departamento de Londres, no lo hizo "extremadamente" bien porque murió. Era un día del invierno más cruel: el 12 de febrero de 1963, después de dejar reposar su cabeza durante horas bañándose de gas en el horno, Sylvia Plath dejó de existir. Algunos dicen que esperaba que la nueva niñera de sus hijos llegara puntual a las 10 de la mañana y la salvara del precipicio. Pero la niñera llegó tarde, cuarenta y cinco minutos tarde, los suficientes para dejar empapados sus pulmones y su cerebro del gas letal. "Lady Lazarus", la protagonista de su famoso poema, no pudo resucitar como lo había planeado. No hubo mano que la socorriera. No hubo perfección. Todo se convirtió en un sueño suave y moroso que la desconectó para siempre.

Sólo los optimistas se suicidan. Los pesimistas sabemos que este mundo es imperfecto y esperamos de los seres humanos sólo en la medida de sus posibilidades. Los optimistas, en cambio, esperan demasiado de los otros y adhieren sus esperanzas a gestos mínimos de los demás. Una palmadita en el hombro, un beso en la frente. Al final se arrinconan en medio de la nada cuando no reciben la respuesta que esperan. Eso le sucedió de alguna manera a José María Arguedas, de una manera muy diferente también le sucedió a Sylvia Plath. Ella, la muchacha estrella de Boston, la estudiante brillante de un college sólo de señoritas, la entrevistadora de la exclusiva revista frívola Mademoiselle, la esposa del poeta perfecto, guapo, joven y laureado, Ted Hughes, no pudo soportar la presión a la que han sido -y siguen siendo- sometidas muchísimas mujeres por mantener una imagen de extrema corrección. Una inviable imagen de éxito.

En el momento de su suicidio Sylvia Plath atravesaba un proceso de divorcio y de ninguneo por parte del crudo establishment británico. "Una mujer divorciada en esa época era una puta o una estúpida -dice una de sus amigas, la escritora Clarissa Roche, en un documental para ABC-. Era muy difícil vivir en Londres así, sobre todo, si ella era la ex de uno de los más brillantes escritores del momento. Ella ambicionaba demasiado…" Parece que lo de la ambición, esa terrible carrera cuyo premio es sólo otra carrera, marcó su vida y sus propias relaciones sentimentales. Eso lo recuerda el propio Hughes en uno de los poemas de "Cartas de Cumpleaños" -titulado "Ouija"- que le escribió a ella. En el poema la voz poética y "la esposa" llaman a un espíritu a través de una ouija y le preguntan por el futuro de ambos, sobre todo, si van a ser famosos. El espíritu les contesta: "No puedes ver, la fama lo arruina todo […] Si, la fama va a llegar, especialmente para ti./ La fama que no puede ser cancelada. Y cuando venga / La pagarás con tu propia felicidad, / Con tu esposo y con tu vida".

Su amigo y crítico, A. Álvarez, autor de uno de los libros más intensos sobre el suicidio, afirma que Plath "estaba absolutamente segura de su propia creatividad y de su capacidad como poeta […] Durante los últimos días ella estuvo escribiendo de una manera compulsiva". Luego de la separación, ella y sus dos hijos se trasladaron desde Devon hasta el centro de Londres para comenzar una nueva vida. Pero el fantasma de la depresión la correteaba con la misma intensidad que el fantasma de la creación. Para Clarissa Roche, Sylvia había caído en una depresión psicótica. Para A. Álvarez "el suicidio es sólo otra opción".

Es cierto que antes de esa vez definitiva, a los 32 años, lo intentó dos veces. Una a los diez para llamar la atención de su madre frente a la muerte de su padre. Otra a los 21 para llamarse la atención a sí misma frente a tantas metas impuestas y forzadas a las que se sometía. Ella, la rubia americana perfecta, se convertía en una santa del siglo XV que hacía todo lo posible por mortificarse más y más. Este proceso lo llevo a la ficción en su novela "La campana de cristal" y en varios de sus cuentos.

Desgraciadamente la inteligencia y creatividad que demostraba escribiendo poesía no pudo aplicarla a su propia vida emocional. Ella, que declaraba para una emisión de la BBC de Londres que "mis poemas han sido trabajados desde una experiencia emotiva pero hay que manipular las experiencias de una manera inteligente para que se conviertan en poesía" no pudo manipular sus propios fracasos para que se conviertieran en vida.

¿O, como dice Álvarez, el suicidio es sólo otra opción? Quizás, tal vez, en esa ocasión Sylvia Plath lo hizo muy bien, extremadamente bien. Como todo.



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