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La insignia
8 de febrero del 2003


Lo que hay detrás de las cortinas


Mario Roberto Morales
Siglo Veintiuno. Guatemala, febrero del 2003.


La mañana del jueves 6 de febrero me levanté a eso de las siete de la mañana y, como de costumbre, bajé las gradas hacia el primer piso de mi casa para desactivar la alarma, que emitió los dos sonidos breves y ruidosos de siempre. Recogí los diarios del piso y de pronto vi estupefacto que las enormes y pesadas cortinas que cubren el amplio ventanal de la sala se habían esfumado. La noche anterior las había cerrado antes de activar la alarma y subir a mi cuarto. Lo primero que pensé fue que se habían entrado los ladrones (otra vez), pero de inmediato me di cuenta de que las cortinas no eran nada de valor para los ladrones y que todo estaba intacto en la casa. Un nítido trabajo de profesionales, pensé, sólo posible entre especialistas de la inteligencia militar de este país, la CIA y la inteligencia israelí.

Inmediatamente pensé en qué había escrito últimamente que pudo provocar este claro mensaje intimidatorio en el que se me hace ver que quienes se llevaron las cortinas pueden entrar a mi casa burlando las alarmas y sin que yo me dé cuenta, y que así como sustrajeron esos enormes y pesados trapos, pueden sustraerme a mí sin dejar huella. Debo admitir que me sentí bastante ridículo en medio de mi sala, ahora rebosante de la luz de la calle, tratando de imaginar cómo pudieron entrar y llevarse ese pesado bulto sin valor. ¿Entraron por la puerta de calle? ¿Tenían llave de la puerta? Si hubiesen tenido la clave de la alarma yo hubiera escuchado los dos sonidos breves pero fuertes que la bocina emite cada vez que el sistema se activa y desactiva. ¿Cómo se neutraliza una alarma para que los sensores de las puertas no funcionen y los ojos electrónicos no detecten el movimiento?

El último artículo de análisis político que escribí tenía que ver con la guerra en Irak y con la coyuntura mundial en la que la ultraderecha republicana promueve ese mercado de armas, incluyendo la crisis palestino-israelí, sobre la que he escrito anteriormente posicionándome en contra tanto del terrorismo de Yasser Arafat y los grupos que a menudo se le van de las manos, como de la política israelí de ocupación y los métodos genocidas de Ariel Sharon. Sobre el tema sostuve una agradabilísima conversación con el embajador de Israel hace unos meses, en la que él me explicó la perspectiva de su gobierno y la suya propia, y me proporcionó información sobre la situación en el Medio Oriente a fin de que enriqueciera mis juicios sobre el conflicto. Nos despedimos cordialmente y me quedé con una grata impresión de él por el impecable respeto que mostró hacia mis criterios y la amabilidad con que me expuso sus ideas. Quedamos en volver a conversar pero no lo hemos hecho. En todo caso, me parece que le quedó claro que mi crítica a Sharon no tiene que ver con nada parecido a una animadversión de mi parte hacia el pueblo o el Estado de Israel, de los que pienso que tienen tanto derecho a un territorio autónomo como los palestinos.

También he escrito sobre los planes guerreristas de la ultraderecha republicana que controla el actual gobierno estadounidense y me he posicionado contra la guerra desde mucho antes que se organizara la ola de protestas que tiene lugar actualmente en todo el mundo. Igualmente, he criticado con dureza al actual gobierno de Guatemala, a la derecha y a la izquierda riosmontistas y al llamado portillismo por haber hundido al país hasta convertirlo en un sumidero del quinto mundo.

No cabe duda de que a quienes entraron a mi casa para llevarse las pesadas cortinas de la sala, les molesta algo de lo que escribo. ¿Qué será? ¿Mis análisis de la situación mundial, de la ultraderecha republicana, de la crisis en el Medio Oriente, de la corrupción y la impunidad oficiales en Guatemala? Lo ignoro. Sólo sé que mis indeseables huéspedes no son ladrones comunes sino profesionales muy tecnificados que ejecutan con impecabilidad su trabajo, y que los mensajes que envían llegan clarísimos a quien los recibe. También sé que si desafío a los poderes que deciden quién vive y quién muere en estos dorados tiempos, hallaré tras las pesadas cortinas de mi sala una evaporación tan rápida y certera como la de ellas, y que no habrá asociación de periodistas ni organización de derechos humanos alguna que haga nada por mis pedazos, sobre todo porque yo no canto en ningún coro. Éste es el país y el mundo en que vivimos.



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