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1 de febrero del 2003 |
Bandidos rurales:
Hogo Montero
La historia del asalto contra el imperio símbolo de la explotación campesina en el Chaco, organizado por los dos bandidos más buscados de Argentina: Juan Bautista Vairoleto y Segundo David Peralta, alias Mate Cosido.
Molesto por el calor agobiante de la mañana, o quizás ansioso por lo inminente del desenlace, el caballo del bandido amagó con corcovear. Oculto entre la maleza, rodeado de moscas y de sudor, el bandido acaricio al pingo en el cogote hasta lograr calmarlo. En ese momento, como cortando a duras penas el calor de la ruta, crecía el sonido del coche acercándose al lugar.
Todo estaba listo, la mano en el Winchester, las miradas que se cruzan en la penumbra, la señal convenida. Cuando el auto esperado se disponía a cruzar el Puente Tirol, la camioneta de los bandidos se cruzó intempestivamente en la ruta.El jinete dejó atrás el escondite y apuntó el rifle con una sola mano. Los disparos se cruzaron por escasos segundos, pero el gerente de Quebrachales Fusionados S.A., Wenceslao Ward, se supo perdido y disuadió al chófer de continuar con la inutil resistencia. Los bandidos los bajaron del coche y tomaron el maletín con los trece mil personajes; el gerente acababa de extraer de la cuenta de la empresa en la sucursal del Banco Nación de Resistencia. Sin perder la calma en ningún momento, los bandidos emprendieron la huida. El último en escapar fue el jinete con el Winchester, que permaneció apuntando su rifle hasta el último segundo, cubriendo la retirada de sus secuaces. Un minuto después, una nube de polvo cubría la ruta chaqueña como epílogo para un golpe perfecto.
El encuentro Un par de meses antes de la escena relatada, muy lejos de allí, en una casona del barrio porteño de Barracas, se ultimaban los detalles para el ansiado encuentro. Juan Bautista Vairoleto entró despacio en la casa, recorriendo con la vista cada detalle, alerta ante cualquier movimiento sospechoso. Adentro lo esperaban. Un par de viejos conocidos aprovecharon para estrecharle la mano al bandido con orden de captura en La Pampa, San Luis, Mendoza, Río Negro y Neuquén. Hombre de pocas palabras y mucha acción, Vairoleto se abrió paso casi sin hablar. El relato de sus andanzas en las pampas había llegado hacía tiempo a Buenos Aires, y su fantasma era pesadilla de terratenientes y hacendados. Amigo de los peones y chacareros, protector de los hacheros del monte y de los indios de la meseta, respetado por los agitadores anarquistas -con quienes compartió años de calabozo-, la figura de Vairoleto se había transformado en un mito, en el heredero de la fama de Juan Moreira, de Santos Vega, de Hormiga Negra. También era una espina clavada en el orgullo de la policía, un bandido popular cuya libertad representaba una burla humillante para los uniformados. Vairoleto lo sabía ya de joven: disputándose una mujer, había matado de tres balazos a un gendarme en Castex, su pueblo natal, y desde entonces supo para siempre lo que significaba sufrir el acoso de los milicos. Desde entonces, el monte sería su casa y la noche su refugio. Aquellas horas lo volvieron el compañero inesperado y generoso en la humilde mesa de cualquier ranchito perdido en la llanura, la visita que pagaba con creces la amistad de la gente y se preocupaba por sus problemas. Pero esa tarde en Barracas se sentía incómodo, Buenos Aires nunca le agradó demasiado. Lo esperaban para hacerle una oferta que no podría rechazar. Así conoció a Segundo David Peralta, el mítico Mate Cosido, apodo que recibió gracias a la enorme cicatriz que recorría su frente, producto de un machetazo en sus años mozos. A Mate Cosido también lo rodeaba una fama muy particular, también lo perseguía la policía y también andaba a la pesca de algún golpe importante para retirarse definitivamente del negocio. "No soy un delincuente nato, ni creo que mis sentimientos sean malos. Soy una fabricación de las injusticias sociales que, siendo muy joven, ya comprendí por las persecusiones gratuitas de una policía inmoral y sin escrúpulos", escribió Mate Cosido en una carta enviada a la revista Ahora tiempo después Los movimientos de Mate Cosido, el bandido que tuvo que dejar a su madre y elegir el delito como camino obligado ("ya que la policía no me dejaba otra alternativa, y la sociedad me negaba vivir al lado de ella, iba a vengar las lágrimas de mi madre con otras lágrimas", explico luego), eran padecidos por la compañía Dreyfus, por la Bunge & Born, y cada vez más conocidos por la policía del litoral. Esa tarde, por fin, los dos bandidos más buscados del país se veían frente a frente, listos para cerrar el asalto más importante en los últimos tiempos. El objetivo no era otro que el colosal imperio de La Forestal. "Argentina termina donde empieza La Forestal", se decía no sin razón para describir el poderío de la empresa dueña monopólica del negocio del tanino, el tesoro oculto en las entrañas del quebracho colorado. La Forestal, el gigante de accionistas ingleses, llegó a ser propietaria, en el áre boscosa de Santa Fe y del Chaco, de dos millones de hectáreas. Pueblos enteros con sus autoridades y su policía, cientos de fábricas líneas de ferrocarril, puertos y barcos, habían nacido al compás de la explosión del negocio del tanino, y ese Estado que dentro de otro Estado contaba con bandera y moneda propia, defendía sus ganancias a punta de rifle. A mediados de la década del 30, la situación para los trabajadores allgodoneros y forestales de la zona era terrible: la explotación sufrida por chacareros, obreros de las hachas y jornaleros indígenas era otro signo inequívoco de la capacidad de La Forestal para acumular riquezas, al mismo tiempo que devastaba el pequeño monte chaqueño con su acción depredadora. Los huelguistas eran perseguidos o anotados en listas negras, la policía era el terror de la peonada y la red de comercios limitaba cualquier compra de los trabajadores a los negocios de la firma. Aquel hombre petiso, algo pasado de peso, leal hasta la muerte con sus amigos pero implacable con sus delatores, había sorprendido a Vairoleto con la invitación a un asalto donde se mezclaba la dosis perfecta de audacia y de ideales libertarios que ambos compartían, más por intuición que por otra cosa. Mate Cosido siempre se ocupó de reconocer la gratitud de los anarquistas de la FORA en varios de sus golpes; y Vairoleto recordaba siempre con respeto y admiración a su amigo, el carpintero Juan Chiappa, quien le hablaba de la crisis de sobreproducción en el campo, de la defensa armada y libertaria, de Bakunin y su aprecio por los bandoleros, a los que definía como "los vengadores del pueblo". Conocedor de la pobreza del campo, de la usura que sufrían sus amigos los chacareros, de la tristeza frente a la sequía destructiva, Vairoleto escuchaba a Chiappa y repartía panfletos anarquistas entre paisanos y jornaleros, analfabetos en su mayoría. Panfletos que hablaban de quemar el dinero, de sublevarse contra la explotación de hacendados y arrendatarios, y que recorrían de punta a punta el río Salado. Pero Vairolero no tenía tiempo para sueños, debía escapar, montar su pingo, y escapar, como siempre...
La ruptura El asalto al gerente de Quebrachos Fusionados S.A., la fábrica taninera más grande del Chaco y subsidiaria de La Forestal, había resultado perfecto. Las recomendaciones impuestas por Mate Cosido previo al golpe se habían respetado: no hacer fuego si no era imprescindible, evitar la exposición y abandonar el lugar ante cualquier problema, pues cualquier demora habría puesto en alerta a toda la policía. Pero a la hora de repartir el botín, las cosas no pintaron tan claras. Los gastos se incrementaron, los colaboradores se multiplicaron y Vairoleto terminó con muy poco dinero en sus manos, descontados también sus gastos de estadía en el Chaco. La frustración de Juan era notoria y comenzó a dudar de la honestidad de su cómplice a la hora de afinar el lápiz. Vairoleto estaba decidido a dar otro golpe inmediatamente, pero Mate Cosido desestimó la idea porque toda la policía de la zona los buscaba y sus nombres aparecían como principales sospechosos en la prensa. Pero la impaciencia del pampeano tuvo un límite y el 10 de mayo de 1938 se mandó a la caza del núcleo administrativo de La Forestal , ubicado cerca de Cotelai. El saldo del robo fue desastros: la seguridad del lugar se había reforzado, respondieron a los tiros y un mayordomo cayó víctima de las balas de los bandidos. La ira de Mate Cosido al enterarse de los detalles se hizo incontenible: estaba claro que la banda no podía mantener dos cabezas y Vairoleto fue el primero en dar un paso al costado. Una calurosa mañana de mayo, montó su pingo y se marchó rumba a llanuras más conocidas, perseguido por una multitud de uniformados y también por el recuerdo de aquel último golpe nefasto. Solo con su banda, Mate Cosido decidió dejar enfríar las cosas. Se dedicó entonces a aclarar las mentiras policiales en la prensa y también, de paso, a burlarse de sus perseguidores: "Estoy enterado de la oferta de dos mil pesos que la gendarmería promete por mi captura. Lástima que mi detención haya sido cotizada tan a bajo precio, yo creía que a estas horas mi vida valía mucho más. Mis amigos chaqueños se ríen de la oferta y yo, confiado, duermo a veces en sus hogares, en la certeza de que no seré vendido así nomás". Y así fue, Mate Cosido jamás pudo ser aprendido por la policía y, según se dice, murió como un anciano respetable en Salta, allá por 1970, con una multitud acompañándolo hasta el cementerio. Vairoleto, en tanto, menos histriónico, fue apagando de a poco los ecos de su fama. El nacimiento de su primer hija, Juanita, revolucionó su vida y se dispuso a abandonar para siempre el derrotero del fugitivo. Intentó en vano buscar las maneras de vivir como un chacarero más, en una humilde finca a orillas del río Atuel. Pero su destino estaba escrito y una fría madrugada de 1941, botoneado por un ex compinche, una veintena de policías rodeó su chacra y disparó a mansalva sobre la frágil casilla. Un Vairoleto cansado, harto ya de escapar y de dormir bajo la luz de las estrellas, miró por última vez a Telma y a sus pequeñas hijas en la pieza y se tiró de cabeza hacia la cocina para protegerlas. Desde allí, resistió como pudo. Cuando se supo perdido, le quitó a los esbirros de uniforme la satisfacción de verlo ultimado por sus disparos y se pegó un tiro en la frente. Dicen los que conocen el campo que algunas noches, las noches de bruma, algunos humildes chacareros escuchan el galope de un caballo conocido. Dicen también que la sombra del jinete no asusta ni a los chicos. Esa noche, cuentan, en los ranchitos del monte el hambre golpea un poco menos porque un amigo se invitó la cena... |
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