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La insignia
12 de septiembre del 2002


Chile: 1973-2002

Entre el amor y el odio


Virginia Giussani
La Insignia. Argentina, 11 de septiembre.


Me resisto a transformar este día en un duelo internacional. Permítanme elegir los recuerdos. Prefiero recordar la vida, más que la muerte. Prefiero recordar la alegría, aún con sus pinceladas trágicas, que revolcarme en el sufrimiento. Prefiero recordar la fuerza de aquellos que lucharon y luchan por un mundo más digno, más que asumir la opresión como un destino inexorable.

Quizás hoy más que nunca merece ser recordado otro acontecimiento que también ocurrió un 11 de septiembre. El asesinato de un presidente constitucional por parte de las fuerzas armadas y con absoluto apoyo, por acción u omisión, de algunos países desarrollados que proclaman el estado de derecho. No recuerdo bloqueos económicos frente a ese genocidio, ni tampoco sanciones internacionales contra el sanguinario gobierno de facto instalado esa fría mañana de invierno. Me refiero al golpe de estado perpetrado en Chile el 11 de septiembre de 1973.

No me detendré a reflexionar sobre sus motivaciones que, a esta altura, son harto conocidas. Quiero, sí, rendir homenaje a un pueblo y un presidente que dignifican la condición humana.

En este inicio de milenio convulsionado y frente a decisiones fundamentales para el futuro de la humanidad, bien vale la pena detenerse un instante y recordar no sólo el dolor, sino también el amor de pueblos y personas que a través del tiempo luchan por la libertad.

Salvador Allende conserva el enorme privilegio de ser un hombre de coraje, consecuente con los ideales de dignidad y justicia que defendió hasta su hora final. Para un hombre de tamaña grandeza, su vida era, simplemente, un eslabón enhebrado a los de sus semejantes. Para Allende, de nada habría servido salvarse si no podía salvar a su gente:

«Compatriotas: es posible que silencien las radios, y me despido de ustedes. En estos momentos pasan los aviones. Es posible que nos acribillen. Pero que sepan que aquí estamos, por lo menos con este ejemplo, para señalar que en este país hay hombres que saben cumplir con las obligaciones que tienen. Yo lo haré por mandato del pueblo y por la voluntad consciente de un presidente que tiene la dignidad del cargo..» (*)

Luego de negarse, enérgicamente, a los reiterados llamados de generales golpistas, que le ofrecieron salvoconductos y un avión especial para dejar el país, dio orden de defender la Casa de la Moneda. Se encontraban con él un grupo de seguridad personal, más numeroso de lo habitual, así como ministros, subsecretarios, personal administrativo, técnicos, gente de prensa y de radio que no quisieron abandonar el edificio. Hasta que lo silenciaron definitivamente tuvo gestos claros y ordenes precisas. No claudicar, resistir hasta el final:

«Yo no voy a renunciar. Colocado en un tránsito histórico pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos no podrá ser cegada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen, ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.»

Armado con un fusil y junto a los compañeros que quedaban, combatió hasta la muerte. Quienes salieron de la Casa de la Moneda antes del bombardeo final, no lo hicieron por voluntad propia; lo hicieron ante la exigencia del presidente, que no quería sacrificios inútiles. En las calles de Santiago y por todo el país comenzaban los combates entre un pueblo decidido a defender su libertad,y un ejército brutal, implacable, que gozaba finalmente del éxtasis de sangre y muerte que genera el odio.

El golpe de Estado en Chile y la defensa heroica de su primer mandatario, el presidente Salvador Allende, nos dejaron, sin duda, la enseñanza del grado de barbarie que puede generar la ambición de poder. Pero más aún, nos dejaron la lección del grado de amor que puede tener un hombre y un pueblo por defender su futuro y la elección de su propio destino.

En estas horas donde se hace dramáticamente urgente recuperar lazos de solidaridad, dignidad y coraje para luchar por los derechos fundamentales, es preciso recordar y tomar ejemplo del único presidente de Latinoamérica que en su momento final decidió no hacer un viaje hacia el exilio, sino emprenderlo hacia la libertad: Esa libertad que llegará -golpeada, maltrecha- con toda la fuerza y la alegría de quienes dejaron sus vidas en el camino.

«Trabajadores de mi patria: Tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres el momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.»


(*) Fragmentos del discurso final transmitido por Salvador Allende a las 9.03 de la mañana por radio Magallanes.



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