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La insignia
16 de abril del 2002


Venezuela

El enredo caraqueño


__SUPLEMENTOS__
Golpe en Venezuela

Alberto Piris (*)
Centro de Colaboraciones Solidarias. España, abril del 2002.



Una vez más, las vías electrónicas de comunicación no controladas por los poderes -públicos o financieros- han permitido a los ciudadanos que a ellas tenemos acceso (una ínfima parte de la población mundial) eludir parcialmente el asfixiante cerco informativo que ha rodeado a los recientes sucesos de Venezuela. Diversas redes de información "alternativa" advertían ya desde el pasado jueves, 11 de abril, que lo que la mayoría de las cadenas de televisión difundían sobre el golpe de Estado en Venezuela era información distorsionada y manipulada para apoyar al grupo de militares y empresarios que derrocaron al presidente Chávez, aunque sólo fuese temporalmente.

Resultaba ya, desde un principio, bastante extraño que como consecuencia de una "amplia reacción popular" fuera derribado un presidente populista -"estrafalario" según los medios de comunicación hegemónicos, pero democráticamente elegido- y se designara para sustituirle a un destacado directivo empresarial, quien pronunció su alocución inicial a la nación rodeado de altos mandos militares. Que los corrompidos dirigentes sindicales recibieran alborozados la nueva situación, que EEUU la aplaudiera sin disimulo y que la Bolsa neoyorquina reaccionara al alza venía a corroborar las iniciales sospechas. Un golpe militar derechista, puro y duro, al más genuino estilo latinoamericano, no hubiera producido efectos muy distintos.

El día 9, antevíspera del golpe, escribía desde Caracas Gregory Wilpert, especialista norteamericano en sociología del desarrollo: "La alternativa más inmediata y probable a Chávez es ahora un golpe militar o una intervención de EEUU, porque él no va a dimitir y puede ejercer legalmente el poder hasta el año 2004". Y concluía así: "la opinión progresista mundial debería apoyar al gobierno de Chávez si desea evitar otro golpe al estilo chileno". Argumentaba lo anterior diciendo que, a pesar de sus numerosos errores en el ejercicio de la presidencia, Chávez era la única alternativa frente a un retorno a la situación anterior, en la que las clases adineradas, junto con ciertos sectores del sindicalismo y de la burocracia estatal, y con la complicidad eclesiástica y militar, se repartían el gran pastel de los ingresos petrolíferos, abandonando a su suerte a los sectores más empobrecidos, que constituyen las tres cuartas partes de la población venezolana.

Cuantiosa es la factura que, no obstante, Chávez tendrá que pagar si regresa al palacio presidencial caraqueño con visos de permanencia. Aparte de sus tendencias procastristas o sus visitas a Sadam Husein y Gadaffi, muy mal vistas desde Washington, es cierto que su popularidad fue decreciendo desde un 80% inicial en 1998 hasta menos de un 30% actual. Pero es difícil analizar si esta pérdida de prestigio en la opinión pública se debió a la lentitud para llevar a cabo las reformas anunciadas y la erradicación de la corrupción y la pobreza, o al incesante ataque mediático que ha sufrido su Gobierno, aunque lo más probable es que obedezca a una combinación de ambas causas. No hay que olvidar que salvo un canal de la televisión publica, entre media docena de grandes canales privados, y quizá uno de cada diez periódicos principales, los medios de comunicación son acerbamente hostiles al Gobierno de Chávez.

Lo que hoy no puede ignorarse -y ha sido silenciado por muchos medios de comunicación- es que Chávez alcanzó el poder en 1998 con una abrumadora mayoría que apoyó su "revolución bolivariana". Desde entonces se dedicó a abatir a los poderes tradicionales, que durante cuarenta años habían gobernado Venezuela bajo una ficción de democracia basada en la alternancia de dos partidos hegemónicos. Reformó la Constitución, haciéndola una de las más avanzadas del mundo. Las viejas élites fueron apartadas del poder durante varias elecciones celebradas entre 1998 y el 2000. Pero los antiguos poderes sindicales, el sector de los negocios, los medios de comunicación y la Iglesia han venido haciendo todo lo posible para dificultar la acción de un Gobierno que no les era favorable.

No se puede, por otra parte, ignorar el rechazo que ha producido el estilo autocrático de Chávez, que le ha hecho perder muchos de sus iniciales seguidores, hasta en los sectores más democráticos. La eliminación de quienes desde dentro de su círculo más próximo se oponían a algunas de sus reformas produjo inestabilidad en su Gobierno y creó dificultades para ejercerlo. Sin embargo, a pesar de su retórica inflamada, la oposición jamás ha podido demostrar que Chávez haya violado la Constitución de Venezuela.

Al escribir estas líneas, la situación sigue siendo confusa y la posibilidad de conocerla con exactitud desde el exterior, casi nula. Cualquier inestabilidad en Venezuela se agrava por el hecho de ser el tercer proveedor de petróleo de EEUU, donde Condoleezza Rice, la consejera de seguridad del presidente Bush, no ha perdido tiempo para exigir a Chávez "respeto por los procesos constitucionales". Lo que es difícil de entender cuando el anticonstitucional golpe de Estado fue benévolamente aceptado por la Casa Blanca.

Chávez retoma el poder en un país dividido y sumido en una agria lucha de clases, donde la pobreza y el paro agravan todavía más la situación. Militar al fin y al cabo, y golpista él también en el pasado, será consciente de que fueron generales los que le depusieron y generales también los que le rescataron y le devolvieron el poder. El factor militar sigue siendo pesando mucho, y mientras esto suceda, la verdadera democracia tardará en arraigar.


(*) General de Artillería en la Reserva del Ejército español. Analista del Centro de Investigación para la Paz y del Centro de Colaboraciones Solidarias.



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