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La insignia
6 de julio del 2007


__Especial__
España, 1936-1939
España, 1936-1939: Brunete

Nombres para el olvido


José Sandoval Moris
De Una larga caminata. Memorias de un viejo comunista
Muñoz Moya Editores Extremeños (España, 2006).



(...) La primavera vino aquel año [1937] cargada de amenazas para la zona republicana del norte, con el peligro, tras la caída de Bilbao, del desplome de nuestras posiciones en la cornisa cantábrica. Para aliviar la presión adversaria en aquellos frentes emprendió el ejército republicano una serie de operaciones en el centro, en la Sierra de Guadarrama y en tierras de Toledo. A este sector fue enviada la Once División, para detener al enemigo, que había roto el frente sur del Tajo.

Costó varios días de combate detenerlo, recuperar los pueblos ocupados, en primer lugar el pueblo de Arges, y forzarle a replegarse a las posiciones de partida. Fue una operación cruenta, pero rápida, que nos permitió luego convivir unos días con la gente de aquellos pueblos: Mora, Polán, Gálvez y Guadamur, cuyas simpatías estaban mayoritariamente con el ejército popular, en el que muchos vecinos tenían un hijo, un hermano, pues bien sabido es que infinidad de combatientes republicanos eran hombres del campo, como la mayoría de la gente de aquellas tierras toledanas, de modo que enseguida se trabó una relación de confianza por las dos partes. -"Cuando se acabe la guerra venir a vernos alguna vez" -nos dijo el dueño de la casa donde Rico y yo nos alojamos. Le prometimos que sí, claro, que iríamos y les echaríamos una mano en la recogida de la cosecha, sin barruntar lo larga que sería la guerra y lo imposible de cumplir nuestra promesa.

Donde sí, en cambio, ayudamos de veras a la recolección fue en Hortaleza, un pueblo de Madrid donde acampamos mientras nos preparábamos para la próxima operación. El caso es que faltaba mano de obra, los mozos estaban en la guerra, como nosotros, pero lejos de allí, y la República necesitaba pan. Nuestros soldados dejaron por unos días sus fusiles y empuñaron las hoces: también lo hicieron Líster y Santiago, con todos sus galones. Así se ganaban el nombre y la fama de Ejército Popular.

A todo esto, ni la operación Toledo ni otras emprendidas en Guadarrama y en Huesca alcanzaron a detener la ofensiva de los sublevados en el norte: urgía una operación de más fuste y fue la que la historia conoce como maniobra o batalla de Brunete.

En la víspera de aquel combate nadie durmió en la Once. El ataque lo iniciamos antes del amanecer del día 6 de julio, ganamos Brunete por sorpresa y continuamos avanzando hasta la altura de Sevilla la Nueva y aún más allá, hasta avistar Navalcarnero. Pero allí recibimos órdenes de detenernos pese a que las líneas franquistas habían sido desbaratadas. Líster estaba de un humor de mil diablos. "El Campesino (jefe de la 46 división) sigue cubriéndose de gloria en Quijorna", le oí decir. Fuese o no el "Campesino" el culpable de aquel frenazo, el quid de la cuestión estaba en que, con el enemigo resistiendo en Quijorna por la derecha y en Villanueva de la Cañada por la izquierda, el mando republicano no quería que la Once se metiera en una bolsa sin salida, si continuaba el avance. Y hubo que parar. Nuestro ataque había obligado a los generales facciosos a suspender su ofensiva sobre Santander, pero el parón de la ofensiva republicana les permitió acumular fuerzas para el contraataque.

En Brunete los republicanos pasamos de atacantes a resistentes. El 18 de julio 1937, comenzó una durísima contraofensiva enemiga; fue la fase de la batalla en la que dicen que llegaron a concentrarse, sumando las tropas de uno y otro lado, hasta 120.000 hombres en un cuadrilátero de quince kilómetros de frente por otros tantos de profundidad: una gran batalla para un pequeño escenario, sobre el cual descargaban su furia toneladas de bombas y proyectiles. Y a este infierno de fuego y hierro aún había que sumar el calor y la sed imposible de saciar. Se habló de un total de 30.000 muertos y heridos de uno y otro bando, en sólo veinte días de combates. En este espacio de tiempo, la Once había tenido casi un 50% de bajas. Allí perdí otra vez a entrañables amigos y camaradas de combate, cuyos nombres caerán para siempre en el olvido.

Yo caí herido. Creo que fue el 23 de julio, dos días antes de que la ofensiva franquista terminase con la reconquista de Brunete. Aquel día, a esa hora en que la tierra parecía arder bajo un sol implacable, se produjo el repliegue desordenado de nuestros batallones. Intentamos contener la escapada: Líster, Santiago Álvarez, la gente del estado mayor -Martín, Iglesias-, todos acudimos a detener a los que huían, a tranquilizarlos. La mayoría se detenía, volvía a las trincheras. Otros no atendían a razones, ni ruegos ni conminaciones; estaban enloquecidos por la sed, por el sol, por los bombardeos incesantes de la aviación, la artillería día y noche, los combates ininterrumpidos y las noches sin sueño, por todo lo que había convertido los campos de Brunete en un averno llameante.

Para aumentar la confusión del momento abrió fuego sobre nosotros la artillería de tiro rasante. Un proyectil estalló a pocos pasos de mí y me lanzó violentamente contra el suelo. Me levanté aturdido, no sentía dolor, pero me di cuenta de que sangraba de un desgarrón en el brazo derecho, de modo que me vendé como pude y fui en busca de un puesto de socorro. En el camino me salió al paso una patrulla enviada desde la segunda línea para contener el repliegue; el sargento que la mandaba -requemado del sol, nervioso, vociferante me dio el alto. "¡Atrás o te dejo seco en el sitio!". Lo miré sin pestañear: "Me acaban de herir", le dije. Aún porfió, me metió el cañón del fusil en el pecho, tardó en darse cuenta de que llevaba la guerrera empapada de sangre. Creo que pasé la noche en un hospital de campaña en El Escorial.


Transcripción para La Insignia: C.B.



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