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La insignia
16 de mayo del 2005


Grandes científicos (V)

El primero fue Leonardo da Vinci


__Sección__
Diálogos
Manuel Calvo Hernando (*)
La Insignia. España, mayo del 2005.



"Mi Leonardo -escribe Michael White en la introducción al libro Leonardo, el primer científico- es un hombre de vivos contrastes, un excéntrico indomable, un hombre audaz; un hombre que bordeó la herejía y la necromancia; un hombre tan dotado para tantas cosas, que le era casi imposible centrarse en ninguna de las que le fascinaban. Pero, por encima de todo, mi Leonardo es Leonardo: el primer científico".

En este libro, las ideas científicas de Leonardo tienen prioridad. Pero el estudio muestra que sus ideas fueron, literalmente, aisladas de la sociedad y trágicamente desperdiciadas, perdidas durante siglos, mientras el mundo se ponía a su altura y descubría lo ya descubierto. En muchos aspectos, era un hombre como los demás, pero extraordinariamente tolerante y humano, y su estilo de vida y conducta personal eran, en casi todo, discordantes con la idiosincrasia de la época en que vivió, una época cruel y oscura, en la que la vida humana era casi siempre algo sin valor.

Al margen de todo esto, las motivaciones de Leonardo eran completamente inusuales, y esto es lo que le hacía único. En Leonardo, el ego parece quedar sofocado por una necesidad casi neurótica de descubrir, de desentrañar el misterio de la vida.


Su bibliografía científica

La parte más importante de su legado la formaban unas trece mil páginas de notas, muchas de ellas atadas con cordel y cintas, otras guardadas en cuadernos de piel y carpetas.

Leonardo no fue en absoluto el único gran sabio de su tiempo. Una generación antes que él, Leon Battista Alberti intentó unificar todas las áreas del saber; Filippo Brunelleschi creó verdaderas maravillas mecánicas, y puso los cimientos de la moderna arquitectura y la ingeniería estructural, y otro compatriota suyo, Pico della Mirándola, nacido diez años después que Leonardo, demostró, en opinión de muchos, un genio comparable. Pero murió tan joven que no pudo llegar a desarrollar todo su potencial. Lo que hace único a Leonardo es que durante medio siglo trabajó en relacionar y vincular distintas ramas, gracias a una mente que sabía expresarse por igual como artista, experimentador, ingeniero y diseñador.

Leonardo era un amasijo de contradicciones y conflictos, un hombre que rara vez cumplía un encargo; viajaba mucho para su tiempo; un hombre que quería vivir plenamente y llegar al fondo de todos los fenómenos, explicar las cosas, hacer todo lo que pudiera y anotar todo lo que presenciaba.

Se ha gastado mucha tinta a lo largo de los siglos para interpretar a Leonardo en tanto que artista. Pero se ha escrito mucho menos acerca del Leonardo ingeniero, y apenas se ha dicho nada de sus importantes ideas científicas. Einstein hacía bien en ver con recelo la mitificación de que era objeto Leonardo, y a aquellos que deseaban atribuirle prácticamente toda invención y descubrimiento científico. Pero no se puede ignorar que Einstein formaba también parte del establishment científico y que velaba por la imagen de su profesión. Además, en este caso, Einsten carecía de todos los datos relativos al legado científico de Leonardo.

Aunque Leonardo nada sabía de física nuclear ni de teorías unificadas, también él buscó respuestas a las grandes preguntas mediante la amalgama de arte y ciencia. Su conocimiento de la anatomía le ayudó a representar mejor la imagen de personas y animales. Utilizaba sus conocimientos de óptica para mejorar su utilización del sombreado, el contraste y la perspectiva, y se apoyaba en sus conocimientos de geografía y geología para mejorar la precisión y realismo de sus paisajes. En Leonardo podemos apreciar el maridaje de lo que muchos consideran polos opuestos del intelecto humano. En Leonardo, arte y ciencia confluyeron en una gestalt, que nos proporcionó verdadero arte y verdadera ciencia, en una relación sinérgica enriquecedora.

Quinientos años después de la época estelar de Leonardo, los datos sobre su vida siguen siendo escasos. Los más recientes datan de 1965, cuando un manuscrito, que desde entonces se llama Códice de Madrid, se encontró en la Biblioteca Nacional de la capital de España. El documento contiene información sobre la vida de Leonardo en Milán, una serie de mapas, dibujos de artilugios mecánicos asombrosamente detallados y diseños para la estatua ecuestre en bronce. Pero aunque nada sustancial se ha exhumado desde entonces, no debemos perder la esperanza de que en años venideros otros hallazgos arrojen más luz sobre la vida e ideas de Leonardo.

Actualmente la reputación de Leonardo como pintor es vigorosa como lo fue siempre. Y a medida que nos afanamos por crear un mundo cada vez dominado por el progreso científico y el perfeccionamiento tecnológico, su rango como ingeniero y pensador científico original crece en lugar de disminuir.


Michael White, Leonardo, el primer científico. Ed. Plaza Janés.



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