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La insignia
16 de junio del 2005


De caricias y manipulaciones (III)


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Diálogos
Salvador López Arnal
La Insignia. España, junio del 2005.



III. Prioridades metafísicas

Para el autor de Las ideas gnoseológicas de Heidegger (16), el filosofar tradicional sobre los problemas asociados a las actividades científicas había discurrido básicamente por dos líneas diferenciadas aunque no siempre excluyentes (17). La primera se había centrado en la relación entre la ciencia y la cultura en general, entre el conocimiento científico y la comprensión global del mundo y de la vida o, en el supuesto de que el término de comparación con la existencia no estuviera visto positiva sino condenatoriamente, de la relación entre ciencia y alienación. Recordaba Sacristán en este punto el fragmento 40 de Heráclito -"El haber aprendido muchas cosas no enseña a tener entendimiento"-, aforismo que posiblemente fuera la formulación más antigua que conocemos de la contraposición matizada entre el estricto conocimiento positivo y la necesidad de un saber global, más totalizador, necesario para poder vivir, para aspirar a la vida buena.

Tal era la antigüedad de este primer enfoque. Goethe era visto por Sacristán como otro clásico de esta vía reflexiva pero en su vertiente más negativa, condenatoria (18): lo que estaba detrás del malestar goethiano ante la operativa ciencia moderna o de su misma oposición a teoremas y experimentos enunciados en la Óptica newtoniana, era su temor a que esta forma analítica, parcial y reductiva de enfrentarse a la realidad no permitiera nunca tener comprensión de cualidades globales, visión de conjunto, composición de estructuras. Este tipo de conocimiento corría el peligro, en opinión del autor de Contribución a la Óptica, de poseer una gran finura analítica y de no tener, en cambio, ninguna capacidad sintética. No era el caso en opinión de Sacristán. Sabíamos ya que el temor de Goethe estaba injustificado. Más allá de su probada operatividad, desde el estricto punto de vista de la construcción u obtención de concepciones globales, de sistemas filosóficos de conjunto, la herencia de Newton había sido enormemente fructífera.

A este tipo de consideraciones Sacristán proponía enmarcarlo con el rótulo de "problemática o planteamiento epistemológico". Empero, existía además otra línea de reflexión, cuyos antecedentes situaba en el idealismo alemán o incluso en Leibniz, que proponía considerar la relación entre lo científico y lo filosófico, entre la ciencia y la reflexión metacientífica, en términos mucho más ontológicos. Heidegger era citado por él como representante destacado de este segundo sendero. Para el que fuera rector de Friburgo en tiempos nada apacibles, la ciencia era la derivación última de lo que llamaba "metafísica" y entendía como un destino del Ser, como una concepción del Ser en la que el ente se singularizaba, básicamente, por la seguridad con que estaba a disposición del sujeto. La ciencia moderna, este destino que era la ciencia para Heidegger, se fundaba en la esencia de la técnica y esta esencia no era sino la provocación y explotación del ente. De este modo podían entenderse algunas de las provocativas afirmaciones heideggerianas como aquella que sostenía que mucho antes del estallido de la bomba atómica "el ente había sido ya destruido" por este destino del ser que culminaba en la ciencia contemporánea. Sacristán hacía notar, finalmente, que incluso en este filosofar donde podían encontrarse los acentos más negativos, críticos y pesimistas del planteamiento ontológico de las cuestiones metacientíficas, la reflexión acababa con un intento de armonización. En El amigo del hogar, la que fuera la propuesta final de Heidegger, el camino de salvación pasaba por aquel Ser que se inclinara de "igual modo y con igual fuerza al edificio del mundo construido por la técnica y al mundo como casa de un habitar más esencial".

Proseguía Sacristán señalando que el primer planteamiento, el referente al valor gnoseológico del conocimiento científico, era una línea que filosóficamente siempre estaría viva por la propia definición y autoconciencia del pensar científico, que se sabía inseguro, revisable, provisional, necesitado de corrección y pulimento y modestamente limitado. Pero, aun suponiendo y admitiendo que estas cuestiones gnoseológicas eran inextinguibles, Sacristán sostenía que tenían hoy una importancia secundaria, acaso menor, y que perdían y debían perder peso respecto a los temas y reflexiones enmarcables en la segunda línea, en la metaciencia de matriz ontológica, por una razón sustantiva de carácter político-moral: por la potencial peligrosidad, incluso para la misma existencia de la especie humana, que representaban numerosas líneas de investigación de la tecnociencia moderna, fundamentalmente, señalaba, en los ámbitos de la física atómica y de la biotecnología molecular.

Fue en una conferencia de diciembre de 1976 (19), cuando Sacristán empezó a referirse a la crisis que, en su opinión, acechaba tanto a la filosofía clásica de la ciencia como a las políticas científicas de carácter meramente progresista o desarrollista, defendidas en aquel entonces con entusiasmo casi universalmente compartido a derecha e izquierda. No negaba Sacristán valor a la epistemología clásica de la ciencia ni creía que fuera prudente declararla caduca o desprovista de interés. Aún más, predijo, con prognosis acertada, que aquella crisis podía ser beneficiosa para la epistemología de inspiración formalista e introducir en su seno olvidadas u orilladas motivaciones de orden histórico y social. Sin embargo, la situación exigía ya un esfuerzo de reflexión en un campo, sino abandonado, ciertamente poco cultivado como era entonces el de la política de la ciencia, ámbito que Sacristán acotaba como aquel en el que se reflexiona sobre la toma de decisiones o para influir en tomas de posición que pudieran favorecer unas determinadas prácticas científicas, unas concretas líneas de investigación que se creían mejores, más justas o más convenientes para la comunidad, para un mejor desarrollo social.

La situación de crisis afectaba directamente al corazón del progresismo clásico, formulado con parcial o total coherencia a lo largo del siglo XIX y desarrollado, tanto por entidades públicas como por organismos privados directa o indirectamente vinculados con los gobiernos, con feliz y casi total euforia durante toda la primera mitad del siglo XX. Las pocas excepciones, opuestas a este optimismo desarrollista, podrían estar representadas por la conocida (y reconocida) reacción de Einstein poco después del lanzamiento de la bomba atómica y por su insistencia en subrayar los aspectos decisionales y valorativos de la práctica científica. La fe progresista en que toda acumulación científica y todo avance tecnológico eran buenos en sí mismos, indiscutido lugar común en aquel entonces, estaba tambaleándose.

La situación era netamente dependiente del carácter operacionalista de la ciencia moderna, del estrecho hermanamiento cuando no identificación entre la aventura de la ciencia y la empresa de la técnica. Sacristán nunca sostuvo que fuera razonable una solución en negro que defendiera, sin más matices, una desvinculación de ambas y una consideración del ideal científico con mirada estrictamente contemplativa y separado drásticamente del ámbito tecnológico. Y no sólo, aunque también, por lo que esta renuncia pudiera tener de irreal, sino porque, en su concepción gnoseológica, el hacer tecnológico era parte imprescindible del avance científico ya que era esa práctica la que daba, en última instancia, intimidad al conocer.

Aceptada esta estrecha relación entre ciencia y técnica, la situación provocaba graves problemas de orden moral y político. Algunos científicos empezaban a cuestionar abiertamente aspectos de los programas de investigación en los que estaban inmersos, por parecerles dependientes de intereses nítidamente militaristas, o bien por ver en ellos posibles derivaciones sobre cuya legitimidad moral lo prudente era la suspensión provisional de todo juicio conclusivo (20). La situación, inevitablemente, afectaba al sistema de decisiones y elecciones que deberían tomarse en el campo de la política de la ciencia, hasta el punto que Sacristán consideró que la rectificación exigida presuponía un cambio axiológico de tal envergadura que no era concebible sino con importantes cambios sociales, con alteraciones sustanciales en la naturaleza del poder, en las estructuras económicas que regían y regulaban nuestras comunidades y en nuestra misma civilización. El cambio de política económica exigido por la necesaria reorientación en el ámbito de la política de la ciencia conllevaba el abandono de valores dominantes, y al tiempo dominadores, como el de competitividad desenfrenada, o el mismo concepto de éxito o de rendimiento sin restricción. Nos enfrentábamos, pues, a una auténtica ruptura cultural y política que afectaba a aspectos básicos de las necesidades y finalidades de las sociedades industriales. Repárese, por otra parte, señalaba Sacristán, que tratándose de investigación económica tan científico y vindicable podía resultar el estudio de la maximización de la producción -línea usualmente transitada- como la búsqueda de la minimización de costos. Por consiguiente, concluía, "no es verdad que un programa de revisión de valores consumistas y degradantes de la naturaleza sea necesariamente un programa de frenos a rajatabla".

Pero si la potencial peligrosidad de la situación era debida a las características intrínsecas del conocimiento científico, si la ciencia, su génesis, elaboración y aplicación, presentaban delicadas y arriesgadas aristas, ¿no exigía la situación el simple y urgente abandono de senderos cognoscitivos que acaso podían conducirnos al mayor desastre concebible? ¿No era razonable aspirar a otro tipo de conocimiento, a un saber de otro orden, mejor, más sustancial, más sosegado, menos operativo y, por consiguiente, con menos infiernos internos? ¿No había que dejar orillado el discreto encanto del conocimiento operativo de la época burguesa?


Notas

(16) Sacristán presentó su tesis doctoral sobre Heidegger -Las ideas gnoseológicas de Heidegger- en 1959, tres años después de finalizar sus estudios de posgrado en el Instituto de Lógica Matemática y Fundamentos de la Ciencia de la Universidad de Münster. Francisco Fernández Buey preparó una edición de este reconocido ensayo de Sacristán para Crítica en 1995, que acompañó con una magnífica y documentada Introducción. Sobre la aproximación de Sacristán a Heidegger pueden verse, igualmente, "Verdad: desvelación y ley", "La filosofía desde la terminación de la Segunda Guerra Mundial hasta 1958" y "Martin Heidegger", en Papeles de filosofía. Panfletos y materiales II. Barcelona, Icaria 1984, pp. 15-55, 106-115 y 427-431 respectivamente.
(17) Sigo en este apartado la conferencia "Reflexión sobre una política socialista de la ciencia", impartida por Sacristán el 17 de mayo de 1979 en la Universidad de Barcelona. Pere de la Fuente publicó una transcripción de la misma en realitat, nº 24, 1991, pp. 5-13. Puede consultarse otra versión en un anexo de la tesis doctoral de Miguel Manzanera sobre la obra de Manuel Sacristán.
(18) Manuel Sacristán "La veracidad de Goethe", Lecturas. Panfletos y materiales IV. Barcelona, Icaria 1985, pp. 87-132. Igualmente puede consultarse los apuntes de las clases de metodología de ciencias sociales de los cursos 1981-1982 y 1983-1984, estos últimos transcritos por Joan Benach.
(19) "De la filosofía de la ciencia a la política de la ciencia". El 3 de noviembre de 1976 Sacristán impartió una conferencia con este título en la Facultad de Ingenieros Superiores de la Universidad de Barcelona, dentro de un ciclo en el que también participaron Jesús Mosterín y Javier Muguerza. Una segunda versión de esta conferencia fue dictada, con pequeñas variaciones, el 14 de diciembre de 1977 en la Universidad de Salamanca, esta vez con el título. "Filosofía de la ciencia y política de la ciencia hoy". Se conserva una grabación de su intervención en ETSIB cuya transcripción he usado en este apartado.
(20) Sobre este punto puede verse un interesante desarrollo en Antoni Domènech, "La ciencia moderna, los peligros antropogénicos presentes y la racionalidad de la política de la ciencia y de la tecnología", Arbor enero 1986.



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