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La insignia
6 de junio del 2005


De caricias y manipulaciones (I)


__Sección__
Diálogos
Salvador López Arnal
La Insignia*. España, junio del 2005.



Para Víctor Ríos y Jordi Mir, quienes, brechtianamente, con mimo y para los hombres
(y mujeres) futuros, acarician sin manipular los deslumbrantes elementos del tesoro.


«(...) En Estados Unidos, las comisiones se convirtieron en laboratorios y los laboratorios en las fábricas más grandes jamás vistas. Algunos años después, al recordar esos días, Einstein reflexionaba sobre los aspectos éticos de aquello a lo que él mismo había contribuido a poner en marcha, primero con las especulaciones de un joven empleado en la oficina de patentes y, más tarde, siendo el más famoso científico del mundo:
Cometí un error cuando firmé aquella carta al presidente Roosevelt dando a entender que la bomba atómica debía ser construida. Pero tal vez se me pueda perdonar por ello, porque entonces todos pensábamos que había una alta probabilidad de que los alemanes estuvieran trabajando en el tema y de que llegaran a tener éxito y utilizaran la bomba atómica para convertirse en la raza dominante.
Cuando a Einstein le preguntaban por qué, en su opinión, había sido posible descubrir los átomos, pero no la forma de controlarlos, respondía: Muy sencillo, amigo mío: porque la política es más difícil que la física».
-Peter Galison, "La ecuación del sextante E = mc2", en Graham Farmelo (ed),
Fórmulas elegantes. Grandes ecuaciones de la ciencia moderna, pp. 78-79. -

«(...) >Lo que intento decir es que la búsqueda honesta del conocimiento a menudo requiere permanecer en la ignorancia durante un período indefinido. En lugar de llenar los huecos por mera conjetura, la ciencia auténtica prefiere asimilarlos; y no tanto por escrúpulos conscientes sobre la legitimidad de las mentiras como por la consideración de que, por fastidioso que sea el vacío, su superación mediante impostura elimina el imperativo de perseguir una respuesta admisible.»
-Erwin Schrödinger (1948), La naturaleza y los griegos, p.23-

«(...) El ciudadano puede exigir cuentas a la clase política, ustedes son responsables ante mí (...) El ciudadano puede desvelar las maquinaciones de todo los regímenes del mundo mediante la desobediencia civil (...) Una acción como la mía enseña a los demás que el propio razonamiento, el de todo individuo, no es menos importante que el de los jefes. Estos se sirven de la fuerza y sacrifican a millares de personas en el altar de su megalomanía. No les sigáis a ciegas.»
-Mordejai Vanunu (En: Juan Goytisolo, "El preso de conciencia desconocido". El País, 2-2004) -


I. Asuntos descontrolados

Desde mediados de los años sesenta cuando impartió una conferencia en la Asociación de Humanidades Médicas de Barcelona que llevaba por título "Una visión externa de la crisis de la práctica médica en occidente", y por subtítulo "Parece que ya no basta con el estetoscopio", y acaso con mayor intensidad, preocupación y dedicación a partir de 1974, mientras preparaba la edición de la biografía de Gerónimo de S. M. Barrett, fue creciente el interés de Manuel Sacristán por temas de sociología y política de la ciencia. Cuatro temas complementarios alimentaban su interés.

El primero nos sitúa en los peligros que representan ámbitos de investigación y aplicación de la tecnociencia contemporánea guiados, básica y ciegamente, por el productivismo incontrolado y la consigna allenista "toma el dinero y corre". Un ejemplo al que el propio Sacristán se refirió reiteradamente en conferencias, entrevistas y en sus clases de metodología de las ciencias sociales puede ilustrar este punto. Alrededor de los años cincuenta, y durante más de dos décadas, trabajadores portuarios de Barcelona empezaron a manipular amianto y asbesto procedentes de Canadá y Sudáfrica. No fueron sometidos ni a revisiones ni a controles médicos porque la legislación de aquella época sobre trabajos de riesgo no incluía estas sustancias. Decenas de estos trabajadores, con baja por indisposición o ya jubilados, han enfermado de cáncer de pulmón o de pleura y sufren fibrosis pulmonar. El asbesto, mineral de composición y caracteres semejantes a las del amianto, actúa por acumulación. Las fibras de pequeño tamaño, la denominada fracción respirable, llegan al pulmón, se acumulan en los alvéolos y producen fibromas. Sabemos hoy que las personas con mayor riesgo de contraer asbestosis son las que han respirado esas partículas durante largo tiempo. Algunas de ellas han fallecido en los últimos años sin ni siquiera conocer el origen de su enfermedad. El amianto fue definitivamente prohibido en 2002, siendo España el último Estado de la Comunidad europea que desterró su uso. A pesar de ello, y según documentadas fuentes sindicales, la tardía prohibición no impedirá la muerte en las próximas décadas de unos ¡500.000 trabajadores europeos!, de los que la décima parte son españoles (1) .

El segundo tema está directamente relacionado con los desajustes, cuya peligrosidad es cada día más visible, entre el crecimiento económico y el deterioro ecológico (2), sin duda una de las preocupaciones centrales del Sacristán tardío. Dos ejemplos, entre muchos posibles, nos servirán para ilustrar este punto.

Desarrollada en los años sesenta, la teoría de las catástrofes investiga situaciones en las que una alteración gradual produce rupturas drásticas, o, si se prefiere, la interrelación entre cambios continuos y discontinuos. Complementariamente, la teoría del caos construye modelos de situaciones de incertidumbre e impredictibilidad en las que hechos aparentemente nimios, como el batir de alas de una mariposa, pueden desencadenar efectos insospechados -un tornado, por ejemplo- en lugares muy alejados. Sherry Rowland y Mario Molina, ganadores del Nóbel de Química junto a Paul Crutzen en 1995, fueron los primeros científicos que ya en 1973 observaron que los clorofluorocarbonados (CFC11 y CFC12) (3), ampliamente usados en refrigeración y en aerosoles, destruían el ozono de la vulnerable atmósfera terrestre. Si a principios de los años cincuenta, la emisión de estos elementos no superaba las 40 mil toneladas, entre 1960 y 1972, en apenas 12 años, se arrojaron a la atmósfera más de 3,6 millones: ¡90 veces más!. Veinte años más tarde, la existencia de grandes agujeros en la capa de ozono era ya de dominio público y la única investigación sensata que cabía desarrollar intentaba conocer con qué rapidez se podía agotar la capa ozónica, cuándo podía rebasarse su capacidad de recuperación natural y qué medidas podíamos y debíamos tomar urgentemente para superar la situación y no proseguir nuestra irracional ascensión a cumbres abismales.

El segundo caso transita por la misma senda: las moléculas de PCB fabricadas en una planta sureña de Estados Unidos recorren de este a oeste el país americano, remontan los Grandes Lagos, descienden al mar de los Sargazos, alcanzan el interior del Círculo Polar Ártico y ascienden a lo largo de la cadena alimentaria: de la grasa de una pulga de agua a una gamba, un eperlano, una trucha de lago, una gaviota argéntea, un cangrejo, una anguila, un copépodo, un bacalao ártico, una foca con ocelos y, finalmente, un oso polar de la isla Kingsoya, a 79 grados de latitud norte, que se alimenta de focas, morsas y peces y que ve fuertemente alterada su reproducción ya que, en la ascensión por la cadena trófica, la concentración de PCB se ha multiplicado por ¡3,109! (tres mil millones veces) (4).

El tercero de los temas nos sitúa en las crecientes y masivas implicaciones militares de la tecnociencia contemporánea. El 6 de agosto de 1945, a las 20:15, una bomba atómica, insignificante arma mortífera en los actuales arsenales imperiales, mató a 100.000 personas en Hiroshima. El infierno se repitió pocos días después en Nagasaki. En 1946, el periodista John Hersey (5), alejado de todo sensacionalismo, narró la vida de seis "supervivientes" -H. Nakamura, los doctores Sasaki y Fujii, el padre jesuita Kleinsorge, Toshiko Sasaki y Kiyoshi Tanimoto- antes, poco después y en los meses siguientes al bombardeo atómico. Unos veinte años más tarde, Dean Acheson, ex-secretario norteamericano de Estado, recordaba en el New York Times de 11 de octubre de 1969 la vez que acompañó al que fuera director del proyecto Manhattan y posterior portada del Time con el pie de foto "Riesgo para la seguridad nacional", J. Robert Oppenheimer, a la oficina del presidente Truman. Durante el trayecto, señaló Acheson, Oppenheimer se retorcía las manos mientras exclamaba nervioso que las tenía manchadas de sangre. Después del encuentro, proseguía el ex-secretario de Estado, Truman le llamó y le ordenó con voz tronante que no volviera a traerle jamás "a ese maldito cretino". No fue Oppenheimer quien lanzó la bomba, "fui yo -exclamó Truman-. Estos lloriqueos me ponen enfermo".

Un apunte más sobre la bomba y sus efectos. Poco después de doctorarse en 1943 en la Universidad de Princeton bajo la supervisión de John A. Wheeler -un científico veterano del proyecto Manhattan-, Richard Feynman, premio Nóbel de Física en 1965 y tal vez uno de los mayores físicos del siglo XX, se unió también al equipo de Oppenheimer en Los Álamos. Entrevistado en 1981 (6) para el programa BBC Horizon, reflexionaba sobre su participación en el proyecto en los siguientes términos:

"[...] La razón original para poner en marcha el proyecto, que era que los alemanes constituirían un peligro, me involucró en un proceso que trataba de desarrollar este primer sistema en Princeton y luego en Los Álamos; que trataba de hacer que la bomba funcionase [...] Y una vez que uno ha decidido hacer un proyecto como éste, sigue trabajando para conseguir el éxito. Pero lo que yo hice -diría que de forma inmoral- fue olvidar la razón por la que dije que iba a hacerlo; y así, cuando la derrota de Alemania acabó con el motivo original, no se me pasó por la cabeza nada de esto, que este cambio significaba que tenía que reconsiderar si iba a continuar en ella. Simplemente no lo pensé " [la cursiva es mía]

Al recordar el 6 de agosto de 1945, el día en que la bomba arrasó Hiroshima y sus pobladores, Feynman añadía :

"[...] La única reacción que recuerdo -quizá yo estaba cegado por mi propia reacción- fue una euforia y una excitación muy grandes. Había fiestas y gente que bebía para celebrarlo. Era un contraste tremendamente interesante lo que estaba pasando en Los Álamos y lo que al mismo tiempo pasaba en Hiroshima. Yo estaba envuelto en esta juerga, bebiendo también y tocando borracho un tambor sentado en el capó de un jeep; tocando el tambor con excitación mientras recorríamos Los Álamos al mismo tiempo que había gente muriendo y luchando en Hiroshima" [la cursiva es igualmente mía] (7) .

El último de los temas apunta a la reflexión de Sacristán sobre algunas aproximaciones globalmente críticas, y acaso poco informadas, al saber científico y al hacer técnico, con la pérdida de encaje clásico, tradicional en el movimiento revolucionario de matriz marxista o anarquista, entre el espíritu o la actividad científica y la práctica humana en general y, más en concreto, la práctica social transformadora. Se trataba propiamente, denunciaba Sacristán en 1968 (8), del olvido de la naturaleza filosófica de la ciencia, de la decisiva importancia que el conocimiento científico positivo puede tener para aspectos filosófico-existenciales de la vida humana, para la estimación de las finalidades básicas de cada individuo. Todo ello, además, con neto desprecio -incluyendo en ocasiones la condena sin restos- de la civilización científica y de la misma cultura técnica. Las tesis y consideraciones poliéticas de etnólogos estructuralistas de aquellos años eran ejemplos llamativos de esta ausencia de matiz.

Con ello no menospreciaba Sacristán un tema político-ideológico de radical importancia: la protesta, en su opinión justificadísima, contra la crueldad que suponía arrancar violentamente a poblaciones indígenas de sus propias raíces culturales por vías de explotación económica, sin darles posibilidad alguna de un desarrollo autónomo de cambio. Sin duda, desde el punto de vista de la indignación moral, a los etnólogos estructuralistas les sobraban razones, pero, añadía Sacristán, una de las mayores amenazas de nuestra época provenía de la confusión mental. Había que intentar ser claros, había que buscar nitidez en las posiciones y formulaciones, había que señalar, consistentemente, que uno estaba "a favor del indígena cruelmente arrancado a su mundo y su naturaleza y en contra de que se diga que la ignorancia es conciencia. ¿Que esto es más complicado que ser unilateralmente cientificista o anficientificista? De acuerdo, pero me parece que el problema de nuestra sociedad y nuestra cultura ha llegado ya a tal grado de complicación que hay que empezar a no ser simplistas y aceptar, a la vez, que uno tiene que jugárselas por los indios de Brasil y también por la conciencia científica del espíritu revolucionario".

Admitiendo y aceptando, pues, el creciente, decisivo e incluso contradictorio papel de la ciencia y de la tecnología en las sociedades contemporáneas, ¿qué consideración filosófica tenía Sacristán del conocimiento positivo y de sus estrechas relaciones con las técnicas de base científica? ¿Qué posiciones metacientíficas sostenía el autor de "El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia" (9) en torno a las construcciones científicas y a sus aplicaciones tecnológicas?


Notas

(*) Texto perteneciente al curso "Ciencia, Tecnología y Sustentabilidad", de la Universidad de Verano de El Escorial (Madrid). Julio del 2004.

(1) Josep Maria Cortés y Laura Sali, "Las viudas del amianto", El País, 15/9/2002, p.30. Sacristán comentó detalladamente la negativa reacción de los sindicatos alemanes ante el intento de prohibición de la industria del amianto por el gobierno socialdemócrata de Alemania Occidental, a inicios de los años ochenta, en las clases de metodología de las ciencias sociales de los cursos 1981-1982 y 1983-1984. Transcripciones de tas grabaciones de estas clases pueden consultarse en Reserva de la Universidad de Barcelona, fondo Sacristán (RUB- FMSL).
(2) Véase, por ejemplo, el magnífico volumen J. M. Naredo y A. Valero (dirs), Desarrollo económico y deterioro ecológico. Madrid: Fundación Argentaria-Visor 1999.
(3) Erik Hobsbawm, Historia del siglo XX. Barcelona: Crítica 1995, p.544. Igualmente, Aisling Irwin, "Un cuento de hadas medioambiental. Las ecuaciones de Molina-Rowland y el problemas de los CFC", en Graham Farmelo (ed), Fórmulas elegantes. Grandes ecuaciones de la ciencia moderna. Barcelona: Tusquets 2004, pp. 319-348.
(4) El ejemplo está extraído de Joaquín Nieto y Jorge Riechmann (coords), Sustentabilidad y globalización. Flujos monetarios, de energía y de materiales. Alzira (Valencia): Germanía 2003, p.13.
(5) John Hersey, Hiroshima. Madrid: Turner 2002. En 1967, el mismo Hersey mostraba una sentida preocupación por el periodismo entregado: "(...) Cualquier periodista conoce la diferencia entre la distorsión que viene de restar los datos observados y la distorsión que viene de inventar datos. En el momento en que el lector sospecha adiciones, la tierra comienza a temblar debajo de sus pies: es aterrador el hecho de que no haya manera de saber lo que es verdadero y lo que no lo es."
(6) Richard P. Feynman, El placer de descubrir. Barcelona: Crítica 2000, pp. 20-21.
(7) Ibídem, p.21.
(8) Algunas actitudes ideológicas contemporáneas ante la ciencia".
Sacristán impartió una conferencia con este título en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Valencia el 25 de abril de 1968, con motivo de una semana de Renovación Científica que había organizado el Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad. Francisco Hernández Sánchez, uno de los asistentes, grabó y transcribió, junto con otros estudiantes, la intervención de Sacristán. A su gentileza y cuidado debemos el texto que ahora puede consultarse en RUB- FMSL
(9). Este texto, surgido de una conferencia impartida por Sacristán en la Fundació Miró de Barcelona en 1978, acaso uno de los mejores trabajos del autor, puede verse en: Manuel Sacristán, Sobre Marx y marxismo. Barcelona: Itaca 1983, pp. 317-367. El coloquio que acompañó a la conferencia está recogido en Manuel Sacristán, Escritos sobre El Capital (y textos afines). Barcelona: El Viejo Topo 2004, pp. 307-326.



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