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La insignia
17 de enero del 2003


El nuevo filtro americano


Russell Mokhiber y Robert Weissman (*)
Focus on the Corporation. EEUU, enero del 2003.

Traducción para La insignia: Berna Wang


He aquí una apuesta segura: obsesos de la política jóvenes, bien parecidos e informados y de próxima aparición no van a morder la mano de quienes les dan de comer.

Si un grupo de política pública celebra en Washington D.C. una conferencia o una reunión informativa para la prensa patrocinada por grandes empresas, apenas se hará mención a las grandes empresas, ni su papel como causa de problemas, ni soluciones que puedan afectar negativamente a esas grandes empresas. Pueden creernos.

Un ejemplo:

Esta semana, en el Club Nacional de Prensa, la revista

Atlantic Monthly y la Fundación Nueva América copatrocinaron un acto titulado «¿Cuál es el estado real de la Unión?».

Entre los materiales figuraba un ejemplar del número de enero/febrero de la revista Atlantic Monthly, recién salido de la imprenta.

La revista y la Fundación reunieron a 14 expertos, miembros de la Fundación Nueva América, y les pidieron que reflexionaran y escribieran sobre los problemas que afronta el país.

Por ejemplo, Jerediah Purdy aportó una ponencia sobre la confianza (un exceso de confianza puede ser en realidad algo negativo: un sistema de gobierno de imbéciles no es mejor que una nación de cínicos); Shannon Brownlee, una ponencia sobre atención médica (uno de nuestros mayores problemas en atención médica es que hay demasiada atención médica; reducir el exceso podría ahorrar lo suficiente para cubrir a todas las personas que actualmente carecen de seguro); Margaret Talbot, una ponencia sobre la delincuencia (la consecuencia inevitable del elevado índice de encarcelaciones es un índice elevado de excarcelaciones; y los reclusos que salen a la calle suelen ser más violentos y antisociales que antes de entrar) y bienestar y pobreza (podría ser el mayor logro político de la historia reciente: en la última década, un número significativo de mujeres de raza negra que dependían de la asistencia social se han incorporado al mundo laboral. Pero, ¿qué ocurre con los varones de raza negra?).

Junto con los materiales hay una nota de una página firmada por Ted Halstead, el presidente de la Fundación Nueva América, y Elizabeth Baker Keffer, editora del Atlantic Monthly.

«Terminamos con una nota de agradecimiento a cada uno de nuestros anunciantes y su apoyo a nuestro esfuerzo por crear una plataforma para entablar un diálogo serio sobre el auténtico estado de nuestra Unión. En concreto, damos las gracias a Shell, Lockheed Martin, ADM, TIAA-CREF, Microsoft, The Hartford, Hewlett Packard y al Instituto de Energía Nuclear.»

Lo que se celebró en el club de prensa fue una jornada. Y en la primera sesión de la tarde, apenas se había mencionado la palabra censurada «empresas».

Esto nos pareció un sencillo caso de la norma: no se debe morder la mano de quien te da de comer.

Y no mordieron.

Una de las sesiones vespertinas estuvo moderada por Jim Fallows, corresponsal nacional del Atlantic Monthly y presidente de la Fundación Nueva América.

Uno de los ponentes de la mesa redonda de esa sesión fue el senador John Breaux (demócrata por Luisiana).

El senador, aparentemente ajeno a una pancarta que colgaba detrás de él, en la que destacaban los logotipos de las empresas que patrocinaban la conferencia, incluida la concha amarilla de Royal Dutch Shell, comenzó a contar una historia sobre el debate sobre las perforaciones petrolíferas en el Refugio Natural Nacional del Ártico, cómo él sostenía que las perforaciones causarían un daño mínimo al medio ambiente, y cómo otros senadores demócratas le dijeron en privado que estaban de acuerdo con él, pero no podían alinearse con él públicamente debido a los «grupos de interés»: léase grupos ecologistas.

Sí, el problema eran los grupos de interés.

Son un obstáculo para alcanzar un acuerdo razonable, dijo Breaux.

Durante el turno de preguntas, Fallows nos invitó a intervenir.

Bueno, observamos, ¿no es curioso que el senador Breaux ignorara totalmente a los grupos de interés que patrocinan la conferencia?

Es decir, ahí está el logotipo de Shell Oil, brillando sobre el hombro izquierdo del senador, y sólo sabe hablar de los grupos ecologistas, como si las compañías petroleras no tuvieran nada que decir sobre el asunto.

¿A quién estamos engañando aquí?

Y el hecho de que el senador no reconociera el elefante en la sala, ¿no es todo un síntoma?

Aquí están la Fundación Nueva América y el Atlantic Monthly aceptando dinero de Shell y de ADM, y de Lockheed Martin, de The Hartford y del Instituto de Energía Nuclear para escribir sobre la situación real de la Unión, y ustedes ignoran el poder de las empresas: ¿ni siquiera hablan de ello?

Llegados a este punto, uno de los jóvenes de la Nueva América nos arrebató el micrófono de las manos.

Lo recuperamos y seguimos dirigiéndonos a Fallows.

En la ponencia sobre la delincuencia, ¿por qué no se dice nada de la delincuencia empresarial y se dedican sólo a la delincuencia callejera, ignorando que la delincuencia y la violencia de las empresas causa muchos más daños a la sociedad que toda la delincuencia callejera en conjunto?

Y en la ponencia sobre bienestar, ¿por qué se centran únicamente en los estadounidenses de raza negra e ignoran las prestaciones sociales que reciben las empresas, que cuestan más que todas las prestaciones sociales individuales juntas?

Y la respuesta de Fallows es: «bueno, para dirigir una revista no se puede depender sólo de los ingresos por suscripciones.»

Bueno, sí, pero tampoco tienen que ignorar totalmente el tema del poder empresarial.

Y no tienen que hacer publicidad gratuita a sus anunciantes encargando una pancarta con sus logotipos estampados en la parte de abajo para transmitirlo por la televisión nacional vía C-Span.

Y devolvimos el micrófono.

Y entonces Michael Lind, un tipo de la Nueva América, nos dice que si hubiéramos leído su ponencia (sobre la unidad nacional: ciudades superpobladas en las costas, comunidades rurales que se mueren en el interior. La forma de salvar ambas podría ser crear un centro post-agrario), nos habríamos enterado de que en realidad reclama un recorte de las subvenciones agrícolas y no habríamos hecho esta «estúpida pregunta».

En realidad, Michael, no fue una pregunta estúpida.

Sólo porque escribieras unas palabras de pasada sobre el recorte de las subvenciones agrarias no significa que se haya abordado la cuestión del poder de las empresas, la delincuencia empresarial y las prestaciones sociales de las que se benefician las empresas.

Los expertos de la Nueva América son jóvenes, están bien informados y están con ella.

The Economist dice que son «los pensadores americanos menores de 40 años más brillantes». El New York Times dice que «se salen de las categorías tradicionales de liberal y conservador». El Washington Post llama a la Fundación Nueva América «gabinete estratégico para La Siguiente Generación».

Parece más como si los hubieran comprado y pagado.

Y, a cambio, filtran cualquier debate sobre el poder de las empresas.

Llámenlo el Nuevo Filtro Americano.


(*) Russell Mokhiber es editor de Corporate Crime Reporter, con sede en Washington D.C. Robert Weissman es editor de Multinational Monitor, con sede en Washington, D.C. Ambos son coautores de Corporate Predators: The Hunt for MegaProfits and the Attack on Democracy (Monroe, Maine, Common Courage Press, 1999).

(c) Russell Mokhiber y Robert Weissman
(c) de la traducción: Berna Wang, 2002.



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