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La insignia
14 de octubre del 2002


El colorido precio de la indiferencia


Mario Roberto Morales
Siglo Veintiuno. Guatemala, 12 de octubre.


Los escritores, artistas e intelectuales cooptados por el Estado suelen asumir la indiferencia política como divisa de su actitud "inteligente" ante la vida, cuando no defienden y justifican la corrupción de los funcionarios estatales o escriben panegíricos para presidentes que ofrecen discursos democráticos y ofician prácticas delincuenciales mientras sonríen con alegre cinismo de nuevos ricos. Son la escoria cultural oficialista.

Pero la indiferencia no ataca sólo al oficialismo y sus lacayos culturales. Agobia también al hombre y la mujer de la calle, educados como están ya en los mandatos del Mercado que los medios masivos se encargan de insuflar en la conciencia de sus consumidores. A propósito, no concuerdo con Gustavo Berganza cuando, luego de delinear la manipulación ideológica de las masas y sus identidades religiosas --por medio del Papa, el Hermano Pedro y Escribá de Balaguer-- ante el pertinaz fraude político y la resultante decepción nacionalista, dice (El Periódico 8/10/02) que: "En este sentido, los medios reflejan lo que la sociedad siente". Qué va, los ejemplos y el razonamiento de Berganza ilustran precisamente lo contrario: que lo que la sociedad siente es ya un mero reflejo de lo que los medios le insuflan con criterios y valores del Mercado, cuestión que, dicho sea de paso, fue la meta que los mercadólogos y publicistas de Madison Avenue se fijaron en los años 50, y que alcanzaron en los 90.

Pero, volviendo a la indiferencia insuflada desde fuera, viene al caso recordar aquí -sobre todo ante el demencial proyecto de dominación planetaria de Bush-- aquel inquietante poema de Niemöller en el que uno de esos indiferentes "apolíticos" expresa con impactante sencillez su triste condición de insensato ante el criminal arrastre del fascismo en Europa. El texto dice así:

"Primero agarraron a los comunistas,
y yo no dije nada por que no era comunista.
Luego se llevaron a los judíos,
y no dije nada porque yo no era judío.
Luego vinieron por los obreros,
y no dije nada porque no era ni obrero ni sindicalista.
Luego se metieron con los católicos,
y no dije nada porque yo era protestante.
Y cuando finalmente vinieron por mí,
ya no quedaba nadie que pudiera protestar".

El precio de la indiferencia puede ser, de hecho, el propio pellejo. O el alma, cuando se la ha vendido por el consabido plato de lentejas que perennemente le ofrece el poder al insensato, a cambio de que se vuelva indiferente. A propósito, me dicen que el VIII congreso de escritores guatemaltecos se realizará pronto, financiado por el Presidente de la República, quien graciosamente accedió a asumir el papel de Mecenas con la condición de que el cónclave se realice en su pueblo natal, Zacapa (¡Ajúa!), y gire en torno a su querida Asociación Zacapaneca de Contadores de Cuentos y Anécdotas (AZCA), de sonados humorismos populacheros al estilo de Meme Taraluta, el colorido personaje y alter ego del señor Presidente, al que suele acudir para hacerse simpático cuando lo asalta uno de sus conocidos accesos compulsivos de contar chistes sin parar durante horas. El congreso, pues, más que de escritores será de narradores orales, por lo que la "oralitura" y no tanto la literatura, debiera ser el referente justificatorio de lo que, desde ya, se perfila como un alegrísimo despelote lleno de intenso campechanismo presidencial y desbordado cachondeo "cultural". El asunto viene a cuento porque de lo que se trata es de permanecer o no indiferente ante la manipulación de las instituciones en las que los escritores se organizan, para hacerlas jugar un papel propagandístico en la campaña presidencial de Ríos Montt. Por ello, los escritores que piensen asistir a este pachangón de miedo, bien harían en leer y releer el poema de Niemöller hasta entenderlo de una buena vez, para sacar de su comprensión la fuerza moral para optar concientemente por la indiferencia o por la dignidad.

Oficialismo, manipulación ideológica, cooptación e indiferencia. Estos son los componentes del "estupor profundo" en el que se hallan los cultores de este "pequeño y horrendo país", que ahora más que nunca necesita de escritores e intelectuales críticos que, además, tengan todavía un poco de vergüenza y les hierva la sangre en las venas cuando quieren verles las caras de pendejos.



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