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La insignia
22 de noviembre del 2002


Cristito


Marcos Winocur
La Insignia. México, noviembre del 2002.


El nieto de Dios y de María, conocido como Cristito, era fruto del romance que usted puede imaginar. Breve romance, por cierto, pues Dios no tardó en descubrirlos: "no te puse en la Tierra para eso, ¡qué caray!"- vociferó. Pero ¿quién sino Él era el responsable de la doble naturaleza de su Hijo? Y viendo a Magdalena, se entiende que la parte humana se haya impuesto, ya qué. Dejémoslo así, acá no ha pasado nada. ¿Nada?

¿Y el Nietecito? Con su cuarto de sangre divina en las venas, pronto se reveló excepcional. Desde los cuatro años, su inclinación fueron las matemáticas. Decía que eran el lenguaje de su Abuelo escrito en el libro de la naturaleza, abierto para quien fuera capaz de ir más allá de las nieves del invierno y las florecillas de la primavera. Así, Cristito se planteó el que dos milenios más tarde sería conocido como el teorema de Fermat y, lo que es más, resolviéndolo de una manera simplificada que todavía hoy nadie imagina.

Era un milagro, claro, no tan sensacional como resucitar muertos o instantáneamente curar leprosos, pero ojito: el milagrito de Cristito no era pequeñito, ito, ito, ito. Desde luego, nadie estaba entonces en condiciones de apreciar el golpe de inteligencia dado, aun cuando otras condiciones del Nieto no pasaron inadvertidas. Había heredado la convicción absoluta en sus ideas, propia del Abuelo, el carisma de su Padre, el halo de santidad de su abuela María, llena eres de gracia; y la belleza de su madre Magdalena. Con tales cualidades personales y tan brillante prosapia, era apreciado entre el pueblo de Israel. No desde luego por el poder, que había crucificado a su Padre.

El Abuelo finalmente se enterneció y quiso conocer a su Nieto. "Mándame a Cristito", envió un recado a su nuera. Claro, ya no estaban los tiempos del Viejo Testamento, cuando el Abuelo, apoyado en poderosos altavoces, tronaba desde los Cielos; tampoco para mandar una tromba de fuego sobre los sodomitas o un diluvio a la Tierra, no, ya no. Dios, adelantándose a David Copperfield, hizo aparecer una computadora sobre la mesa de cocina de Magda para que ésta se comunicara con Él, le despachara un God-mail. "Mándame a Cristito para acá arriba". "Ni modo -contestó su nuera- ¿por cuál escalera va a subir?". "Bueno, Yo haré que alguien vaya a buscarlo, digamos... dentro de un mes". Y fue entonces que el Nieto de Dios se enfermó. Y nadie acertaba a su cura. Y tampoco a diagnosticar su mal. Y al mes, alguien vino por el Nieto. Y era naturalmente la señora Noojos, también conocida por la Pelona.

Y con esto se cumplieron las Escrituras: "El Mesías será Hijo de Dios e Hijo del hombre, y dejará su progenie en la Tierra. Pero no pasará de la segunda generación para que la raza humana se las arregle como pueda, sin milagros ni milagritos, qué caray."

- ¿A poco? -exclamó Dios- ¿Ya estaba escrito?

Y agregó:

- Tendré que comprarme lentes. O un tónico para la memoria.

Desde entonces, Cristito permanece junto a su Abuelo en los Cielos. No sentado a la diestra, allí se encuentra su Padre, que es el Hijo. Entonces ¿está el Nietecito sentado a siniestra? Tampoco, ese lugar está ocupado por la abuela María. Y aunque se lo cediera por un rato, no podría quedarse quieto, siempre inventando cosas, siempre bajo la vigilante mirada del Abuelo, la dulce mirada de María y la permisiva mirada de Cristo.

¿Y qué fue de Magda? Está en la cocina celestial lavando los platos. Cuando termine, deberá barrer y trapear la casa celestial.

Todo en orden.



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