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La insignia
3 de marzo del 2002


Constructores de enfermedades


Juan Soto Ramírez
Los Lunes en la Ciencia, suplemento de La Jornada. México, marzo del 2002.


Supongamos que de pronto usted siente un "algo" en la garganta que reconoce como "dolor" o "molestia". Ya que ha confiado durante muchos años en determinadas prácticas sociales (como ir con un "especialista" cada vez que identifica un "malestar" en su cuerpo), y en los profesionales que cuentan con un conjunto de "saberes" acumulados que se encargan de eliminar las molestias que siente, así como en la "efectividad" y "eficacia" de dichos profesionales, entonces usted decide ir al médico para eliminar el dolor de garganta. Usted entra al consultorio con un simple dolor de garganta que se va a transformar en otra cosa. Cuando sale del consultorio ya no tiene ese "dolor de garganta" sino una "bronquio faringitis aguda".

En ese pequeño espacio de interacción social llamado consultorio han ocurrido varias cosas: a) su dolor se ha profesionalizado (que es como si hubiese ido a la universidad); b) usted ha adoptado el punto de vista del médico y ha abandonado el propio; c) el discurso médico ha cambiado su discursividad; d) el dolor se ha convertido en enfermedad, en un padecimiento que ya no puede atacarse con "remedios caseros" sino que debe eliminarse por medio de la administración de sustancias "especializadas" para el mal que padece.

El tránsito por el consultorio, en este ejercicio imaginario, pero también en la vida real, implica adoptar un punto de vista profesional que termina por cambiar nuestra discursividad. Los cambios en nuestro discurso tienen injerencia en nuestras prácticas sociales y en la forma de concebir la realidad que vivimos. La realidad antes del consultorio no es la misma después del consultorio. El cambio en las prácticas discursivas, que son relaciones sociales, cambian la forma de ver el mundo, de pensarlo y la manera de vivir en él.

La realidad para un paciente después de salir del consultorio se transforma. Después de una consulta el paciente tiene que renunciar a su vieja forma de ver el mundo y adoptar una nueva que no le pertenece, pero que es socialmente aceptada y reconocida. Su realidad se complejiza mientras sus prácticas sociales se complican. Esta modificación en el discurso no sólo trae consigo nuevas complicaciones sino que también simplifica muchas cosas. Simplifica buena parte de la "realidad" del paciente porque una vez categorizada la complicación entonces se puede hacer algo en contra de ella. Pero también complica la "realidad" del paciente porque si no sigue las indicaciones del profesional, entonces el paciente correrá el riesgo (en el caso más extremo), de pagarlo con su vida.

Supongamos que usted no cree en la medicina occidental y que opta por las soluciones chamánicas, tibetanas u homeopáticas. De cualquier modo le sucedería lo mismo. Para curarse tendría que adoptar algún discurso que le permitiera identificar el mal, controlarlo y eliminarlo. No importa si lo maneja como enfermedad o alguna otra cosa relacionada con sus energías femeninas o masculinas. Para curarse necesitaría de uno o varios guías y de uno o varios universos simbólicos donde pudiera problematizar su "padecimiento" con la finalidad de buscar las soluciones ahí mismo. En la vida diaria se toman elementos de distintos universos simbólicos e incluso se escuchan diferentes opiniones. A la gente le da por combinar los remedios caseros con los alópatas y homeópatas. Según la óptica con que se construye la "enfermedad", también se da tratamiento a la misma. Entre la fase de diagnóstico y la prescripción, por ejemplo, hay un abismo. Ambas son producto de la interpretación. Alguna vez Heinz von Foerster dijo que Pasteur no había descubierto la rabia sino que la había inventado. También dijo que en La Biblia debería decir: "hágase la visión" y la luz se hizo. ¿Deberíamos pensar entonces que las enfermedades se construyen? La decisión es suya.


(*) Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa.



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