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La insignia
28 de marzo del 2002


Apuntes radicales

Retrato de Olga


José Marzo


Olga está sentada en un sofá de tres plazas de brazos de madera. Está recostada sobre un codo y ha subido las piernas al sofá. Se acaricia el tobillo. "Llevo todo el día de pie", explica.

El apartamento es pequeño y oscuro, pero, sin necesidad de encender la luz, al poco rato los muebles, los vasos, las figuras de plástico y porcelana van perfilándose y cobrando color. "Para dos es suficiente", dijo cuando llegamos, como disculpándose. Lo comparte con su hija, que estudia economía y por las tardes trabaja de camarera en un restaurante.

Olga tiene el pelo moreno, las piernas largas, los ojos castaños. Su hija también. "Estoy orgullosa de ella", dice, "es una luchadora". Su mirada no expresa sólo orgullo, sino también calma; tanta calma como esa luz lechosa que se cuela por el resquicio entre las cortinas y resbala por el techo y la pared.

Le pido que escoja una de estas tres actividades: atención al cliente, representación sindical, un paseo por el campo. "Cambia el orden y ya está", me dice. La apremio a escoger una. "No podría", contesta, "una lleva a la otra, y si quitas una, las otras pierden sentido. Me encanta caminar por el campo los domingos, pero precisamente porque sólo es un día a la semana".

Luego le pido que se defina con una palabra. Dice varias entre dientes, sonriendo para sí, pero finalmente se decanta por una, "agua". ¿Agua? "Sí, eso es, agua", dice, "me gusta el agua". Sonríe de nuevo, se acerca el vaso a los labios y bebe.

Hablamos de deportes (le gusta el fútbol), de política y del trabajo, de la primavera. Atardece y el cuarto se oscurece aún más, pero no encendemos la luz, ni siquiera cuando saca del estante el ejemplar de Resurrección, de Tolstói, que le presté. Antes de devolvérmelo, lee en voz alta un fragmento del comienzo: "Por mucho que cientos de miles de personas, reunidas en un corto espacio de terreno al que se han apegado, se esfuercen en llenar el suelo de piedras para que no crezca nada en él; por mucho que limpien ese terreno hasta de la última brizna de hierba; por mucho que impregnen el aire con el humo del carbón y el petróleo, por mucho que corten los árboles y obliguen a marcharse a todos los animales y aves, la primavera, hasta en la ciudad, siempre es primavera."

Cierra el libro y me lo extiende.

"Esta vez, la primavera será nuestra", dice desde la puerta, y me lanza un beso con la mano.



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