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La insignia
24 de marzo del 2002


Libros

Una ciudad edificada por la escritura


Ariel Ruiz Mondragón


Elogio de la calle. Biografía literaria de la Ciudad de México, 1850-1992
Quirarte, Vicente

México, Cal y arena, 2001. 720 p.


La historia de nuestra centenaria ciudad de México ha sido abordada desde muy diversos enfoques. En esta ocasión, Vicente Quirarte emprendió una ardua tarea: realizar un periplo literario por la gran urbe. Viaje amplio y prolongado no únicamente en el tiempo -casi ciento cincuenta años- y en el espacio -de la ciudad disputada por liberales y conservadores decimonónicos a la megaurbe de finales del siglo XX-, sino también en la gran cantidad de creadores que han hollado sus calles y que en sus obras las han nombrado, calles que a diario recorremos entre placeres y sufrimientos. El libro trata acerca "de los que en nuestra literatura sucede debido a la ciudad de México, y lo que ésta provoca en la vida o la obra de sus escritores que más la han gozado y padecido."

El ombligo del país, la Muy Noble y Leal Ciudad de México, está constituido por una gran diversidad de elementos reales y míticos que han ejercido una gran fascinación sobre quienes en ella han vivido, sobrevivido y fenecido. La antigua Tenochtitlan no sólo es suma de calles y edificios, sino que en el tiempo adquirió vida propia con las acciones, las ideas y los quehaceres de sus habitantes, entre los que se cuentan, privilegiadamente, los escritores. De allí que sea importante la definición del inicio del período estudiado por Quirarte -1850-: es "cuando en nuestra literatura el cuerpo de la urbe deja de ser escenario para convertirse en personaje y exige su actuación en el teatro temporal que con los hombres comparte."

De tal forma, a través de este paseo literario por la ciudad aparecen sus calles, su arquitectura, sus achaques y dones naturales, los personajes que se han forjado en su seno, los olores que despide, los humores que expresa, los amores que le profesan, las voces que escucha, los sabores que ha degustado, los cambios que en su faz han dibujado las disputas por el poder, sus miserias y tragedias, y, fundamentalmente, sus esplendores. Debido a la extensa cantidad de temas y aspectos que podemos descubrir de nuestra ciudad, la lista de autores y creadores a los que Quirarte pasa revista -número ya de por sí impresionante, que va de Francisco Zarco a Juan Villoro pasando por clásicos del relato de la vida citadina como Guillermo Prieto, José Juan Tablada o Salvador Novo- abarca no sólo a cronistas, poetas, cuentistas y novelistas, sino también a quienes se dedican a otros oficios no menos nobles -y que también merecerían un libro aparte-: arquitectos, escultores, pintores, cineastas, músicos, litógrafos.

Un aspecto importante del libro que vale la pena destacar es que los escritores reseñados en el libro, e incluso el propio Quirarte, han recibido y asimilado profundamente la rica influencia de escritores extranjeros que también han escrito y descrito a sus bienamadas ciudades: así, desfilan los parisinos Charles Baudelaire, Balzac, Eugenio Sué, Emile Zola y el londinense Charles Dickens, entre otros.

Las muertes de grandes escritores conmocionaron a la urbe que tanto amaron: allí están los ejemplos del suicida Manuel Acuña, Manuel Gutiérrez Nájera -el gran Duque Job- y Ramón López Velarde. El impacto que tuvieron sus muertes nos muestran nítida y contundentemente que los escritores, sus obras y sus vidas, aún con limitaciones, también han hecho importantes contribuciones en la construcción y transformación de la ciudad, principalmente en el imaginario colectivo.

La tarea lectora y escritora que acometió Quirarte es inabarcable y, por supuesto, forzosamente inconclusa -¿puede ser de otra manera cuando el objeto de estudio es tan infinito como la ciudad de México?-. Pese a su gran extensión, la amplitud del libro no fue suficiente para dar cuenta de muchas otras lecturas, versiones e interpretaciones de la ciudad, entre las que cabe destacar la crónica urbana contemporánea. Por ejemplo, y como bien lo sabe el autor, las crónicas de Carlos Monsiváis -"un hombre llamado ciudad", como bien lo denominó Adolfo Castañón- son un tema obligado que fácilmente da para un libro entero. Ojalá pronto Quirarte pueda publicar pronto la "poética de la crónica urbana de la segunda mitad del siglo XX" que nos promete en el libro.

Sin duda, la ciudad de México es muy bella, pero también tiene grandes y complejos problemas que la hacen cada vez menos habitable- ¿Qué es lo que mantiene hechizados a tantos que, pese a que la padecen, se empeñan en vivir en ella? No se sabe a ciencia cierta. Como buen ejemplo de esto, Quirarte rescata en un epígrafe de un texto de Fernando Curiel la exacta síntesis de ese misterio: "Ningún psicólogo social o antropólogo urbano o historiador de las mentalidades o economista de coyuntura o tecnócrata de la anexión podrá explicar, razonablemente, cabalmente, por qué carajos permanecemos aquí, retrepados a dos mil y pico de metros de altura sobre el nivel del mar, sofocados en su invierno, al borde de un estiaje total, respirando toneladas de mierda, sobre un suelo arcilloso que o se anega o resquebraja o hunde o trepida. Simplemente nos empuja una visión."

Es cierto: tal vez sea un atavismo de la reyesiana visión de Anáhuac. Para aclararla, pocos libros como éste que nos llevan a un gozoso paseo por los recovecos escritos de la gran ciudad. Leyéndola la preservamos, ya que, como bien escribe Quirarte, "la ciudad no caerá mientras tú, su lector, sostenga el reino de la imaginación y así defiendas tu espacio de los nuevos mandarines que desde sus restiradores, sus fortalezas o redes Internet formulan la demolición de nuestros sueños."



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