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La insignia
21 de marzo del 2002


El compromiso del escritor


Enrique Páez


El primer compromiso de un escritor tiene que ver directamente con la independencia, honestidad, sinceridad y calidad de su escritura. Es una primera e ineludible postura ética. Sin ese objetivo, todos los demás están de sobra. Pero el escritor también es una persona que vive en este mundo, y tiene algunas responsabilidades sobre las que debería reflexionar: su voz es una voz pública, que en mayor o menos medida influye en su entorno. Si tiene libertad para escribir, es un privilegiado cultural y social. No todos tienen la instrucción, la sensibilidad y la audiencia necesaria como para hacer valer sus derechos. Son un ejército innumerable de los sin voz. ¿Quién habla por ellos? Ningún autor está obligado a defender a las mujeres afganas, a los desaparecidos, a los presos, a los inmigrantes sin papeles, a los derrotados o a los secuestrados. Pero si ninguno lo hace, porque a ninguno le parezca necesario hacerlo, con la omisión permanente se estará colaborando en la construcción de una sociedad definitivamente injusta y deshumanizada. Si hay un tiempo para la risa, y hay un tiempo para las lágrimas, también hay un tiempo para la solidaridad.

No se le puede pedir a nadie que escriba una historia sobre la degradación del medio ambiente, los niños abandonados o el conflicto palestino si esa preocupación no está firmemente asentada en su interior. La impostura ética de un autor que escribe sin auténtica convicción, para "quedar bien" ante los lectores, es una forma extrema de hipocresía. Pero si la escritura supone un ahondamiento sincero en la esencia del hombre, será cuando menos extraño que a un escritor no le preocupe nada que no tenga que ver directamente consigo mismo. En todo caso habría que informar a más de un autor de que existe vida más allá de su ombligo, y de que existen dudas razonables acerca de que el centro del universo esté en el salón de su casa.

El no plantearse el dilema no nos exime de nuestras responsabilidades, desde luego. No ser conscientes, y hasta no querer ser conscientes de los problemas de nuestro entorno no justifica el delito de insolidaridad por omisión. El mundo, la historia, es frecuentemente injusto, pero hay momentos y lugares donde esa injusticia clama. El escritor conformista puede vender su silencio al gobierno, y callar vergonzosamente por miedo, por comodidad o por ceguera, pero un escritor es una voz pública, y con su garganta y su pluma debe a veces dar voz a los que les ha sido negada, arrebatada o censurada (la educación, la economía y la policía son tres elementos de control).

Un escritor o escritora es una persona que vive en el mundo, y que se ve sometido a las mismas estrategias de manipulación que se ejercen sobre todos los demás. La manipulación invisible, la que se da en el exterior de la consciencia, es la más peligrosa y duradera. Y el escritor (al igual que los profesores y los padres), sin saberlo, puede actuar como correa de trasmisión de estas manipulaciones ideológicas. El sexismo, racismo e intolerancia son más potentes y dañinos cuando se hacen invisibles y actúan desde lo más íntimo del subconsciente. Una de las tareas del escritor es ver más allá, desentrañar lo oculto y denunciarlo en voz alta y clara. Quizás tenga que ser un aguafiestas, como dice Wislawa Szymborska: "Tal vez sea tu tarea desvelar las farsas, desnudar las generalizaciones dogmáticas, criticar los abusos establecidos...; contribuir -en la medida de tus posibilidades- a cambiar aquello que debería cambiar."

El compromiso del escritor, por fin, no debe entenderse como una necesaria postura política, sino ética. Un compromiso consigo mismo, con los lectores y con el mundo. Una vocación que tiene que ver con la profundización en la esencia de hombre en todas sus vertientes: la soledad, la violencia, la injusticia, la solidaridad, la denuncia y la identidad misma del ser humano.



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