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La insignia
13 de marzo del 2002


En el principio fue el grito (*)


John Holloway
Brecha. Uruguay, marzo de 2002.


Cuando escribimos o cuando leemos es demasiado fácil olvidar que en el principio no fue la palabra, sino el grito. De cara a la destrucción de vidas humanas por el capitalismo un grito de tristeza, un grito de horror, un grito de rabia, un grito de rechazo: NO. El punto de partida de la reflexión teórica es la oposición, la negatividad, la lucha. Comenzamos desde el desacuerdo. El desacuerdo puede tomar muchas formas: un murmullo inarticulado de descontento, lágrimas de frustración, un grito de furia, un rugido confiado. Un desasosiego, una confusión, un anhelo, una vibración crítica.

Como una intuición, tal vez, sentimos que éstos no son fenómenos aislados, que hay una relación entre ellos, que son parte de un mundo "fallado", de un mundo que está equivocado de alguna manera fundamental. Vemos más y más gente pidiendo en la calle, mientras el mercado de valores rompe nuevos récords y los salarios de los directores de las compañías aumentan en forma desmesurada y sentimos que los errores del mundo no son injusticias casuales sino parte de un sistema que es profundamente erróneo. Las películas de Hollywood, quizás sorprendentemente, casi siempre comienzan con la presentación de un mundo fundamentalmente injusto, antes de continuar reafirmándonos que la justicia para el individuo puede ser ganada por medio del esfuerzo individual. Nuestro desacuerdo está directamente en contra de esa equivocación, de esa no-verdad del mundo. Cuando experimentamos o vemos algo particularmente horrible, levantamos las manos horrorizados y decimos: "¡No puede ser! No puede ser verdad!". Sabemos que es verdad, pero sentimos que es la verdad de un mundo no-verdadero.

¿Cómo sería un mundo verdadero? Podríamos tener una vaga idea: sería un mundo de justicia, un mundo en el que las personas pudieran relacionarse entre sí como personas y no como cosas, un mundo en el cual la gente podría modelar su propia vida. Pero no necesitamos tener una imagen de cómo sería un mundo verdadero para sentir que hay algo radicalmente equivocado en el mundo que existe. Sentir que el mundo está equivocado no significa, necesariamente, que tenemos la imagen de una utopía para poner en su lugar. Ni tampoco esto implica una idea romántica del tipo "algún día vendrá mi príncipe", aunque las cosas están mal ahora un día llegaremos a un mundo verdadero, a una tierra prometida, a un final feliz. No necesitamos la promesa de un final feliz para justificar nuestro rechazo a un mundo que sentimos equivocado.

Ése es nuestro punto de partida: el rechazo de un mundo que sentimos equivocado, la negación de un mundo que sentimos que es negativo. A esto es a lo que debemos asirnos.

Asirnos, en efecto, porque hay demasiado para contener nuestra negación, para enmudecer nuestro grito. Mientras nuestra furia se alimenta constantemente de nuestra experiencia, cualquier intento de expresión de nuestra furia se encuentra con una pared de algodón absorbente. No nos encontramos sólo con el problema de cómo articulamos nuestra negatividad, sino también con muchos argumentos que parecen bastante razonables. Hay tantas maneras de que nuestro grito rebote hacia nosotros, de mirarnos y preguntarnos por qué gritamos, de hacer de nuestro grito un objeto de análisis. ¿Es por nuestra edad, por nuestros antecedentes sociales o sólo por algún desajuste psicológico que somos tan negativos? ¿Es que no entendemos la complejidad del mundo, las dificultades prácticas de implementar un cambio radical?

Entonces nos urgen a (y nosotros sentimos la necesidad de) estudiar teoría política y social. Y algo extraño ocurre. Cuanto más estudiamos la sociedad, más de nuestra negatividad se disipa o se desliza, como si fuera irrelevante. Si embargo, ninguna de las cosas que nos enfurecía cuando empezamos ha desaparecido. Tal vez hemos aprendido cómo encajan todas juntas como partes de un sistema de dominación social, pero, de cualquier manera, nuestra negatividad ha desaparecido de la escena. Cuando comenzamos a estudiar, aprendemos que la manera de comprender es perseguir la objetividad, poner a un lado nuestros propios sentimientos. No es tanto lo que aprendemos, sino cómo lo aprendemos lo que parece enmudecer nuestro grito. Es una estructura entera de pensamiento lo que nos desarma.

¿Quiénes somos "nosotros", después de todo, este "nosotros" que tan vehementemente nos afirma a nosotros mismos al comienzo de lo que pretende ser un libro serio? Los libros de teoría social serios comienzan habitualmente en tercera persona, no con aseveraciones de un "nosotros" indefinido. "Nosotros" es una palabra peligrosa, abierta al ataque desde todos lados. Algunos lectores ya estarán diciendo: "Gritá si te gusta, compañero, pero no me cuentes como una parte de tu 'nosotros'. No digas 'nosotros' cuando deberías decir 'yo', porque entonces estás usando el 'nosotros'". para imponerle tus puntos de vista a los lectores. Otros no dudarán en objetar que es bastante ilegítimo empezar con un inocente "nosotros" como si el mundo recién hubiera nacido. El sujeto, se nos dirá, no es un punto de partida legítimo para comenzar, dado que en sí mismo es un resultado y no un comienzo. Es equivocado comenzar desde un "nosotros gritamos" porque primero debemos entender el proceso que lleva a la construcción social de ese "nosotros" y a la constitución de nuestro grito. Y aun así, ¿desde qué otro lugar podríamos comenzar? En tanto escribir y leer es un acto creativo, es inevitablemente el acto de un "nosotros". Comenzar en tercera persona no es un punto de partida neutral, puesto que ya presupone la supresión del "nosotros" del sujeto de la escritura y la lectura. "Nosotros" está aquí como punto de partida porque no podemos, honestamente, comenzar desde ningún otro lugar. No podemos comenzar desde ningún otro lugar que no sea el de nuestros propios pensamientos y nuestras propias reacciones.

Somos moscas atrapadas en una tela de arañas. Comenzamos desde un desorden enmarañado porque no hay otro lugar para comenzar. No podemos comenzar simulando que estamos afuera del descontento de nuestra propia experiencia, pues hacerlo sería mentir. Como moscas atrapadas en una red de relaciones sociales que están más allá de nuestro control, sólo podemos tratar de liberarnos a nosotros mismos cortando las cuerdas que nos aprisionan. Sólo podemos intentar emanciparnos a nosotros mismos, alejarnos, negativamente, críticamente del lugar en que estamos. No es porque estamos mal adaptados que criticamos, no es porque queramos ser difíciles. Es sólo que la situación negativa en la que existimos no nos deja otra opción: vivir, pensar, es negar de cualquier manera que podamos la negatividad de nuestra existencia. "¿Por qué tan negativa?", pregunta la araña a la mosca. "Sé objetiva, olvida tus prejuicios." Pero no hay forma en que la mosca pueda ser objetiva, por más que quiera serlo: "Mirar la tela de araña objetivamente, desde afuera, qué sueño -musita la mosca- qué sueño vacío y decepcionante". Por el momento, cualquier estudio de la telaraña que no comienza por la mosca atrapada en ella, simplemente no es verdadero.

El propósito de este libro es fortalecer la negatividad, tomar el lugar de la mosca, teorizar el grito. Conscientemente comenzamos por el sujeto o, al menos, por una subjetividad indefinida, previendo todos los problemas que ella implica. Comenzamos por aquí porque empezar por otro lado, simplemente, no es verdadero. El desafío es desarrollar una manera de comprender el mundo capaz de construir críticamente desde el inicial punto de partida negativo, una manera de comprender el mundo que niegue su no-verdad. No se trata sólo de ver las cosas desde abajo o desde el fondo hacia arriba, porque esto implica, frecuentemente, la adopción de categorías preexistentes, una mera inversión de los signos positivo y negativo. No sólo se debe atacar una perspectiva que va desde arriba hacia abajo, sino todo el modo de pensar que deviene de y sostiene tal perspectiva. Al tratar de cortar de alguna manera una de las cuerdas que nos atan, que es la teoría social, sólo una brújula nos guía: la fuerza de nuestro propio "¡no!".

Pero, ¿cuál es el punto? Nuestro grito es un grito de frustración, el descontento de quien no tiene poder. Pero, si no tenemos poder, no hay nada que podamos hacer. Y si intentamos volvernos poderosos fundando un partido, o levantándonos en armas, o ganando una elección, no seremos diferentes del resto de los poderosos de la historia. Entonces no hay otro camino, no hay rupturas en la circularidad del poder. ¿Qué podemos hacer?

Cambiar el mundo sin tomar el poder.

¡Ja, Ja! Muy gracioso.


(*) Fragmentos del prólogo del libro Cómo cambiar el mundo sin tomar el poder.



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