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La insignia
3 de marzo del 2002


Revista de prensa

De Dalí a Valéry


Francisco Umbral
El Mundo. España, 2 de marzo.


Siempre en la misma línea fina y didáctica que utiliza para sus ensayos, García Trevijano ha escrito un interesante artículo en La Razón a propósito de la exposición de Dalí en Valencia. García Trevijano es para mí un insospechado seguidor del pintor catalán, digo insospechado porque la osatura intelectual y política de Trevijano tiende más bien a un rigorismo mental y de estilo clásico que no se enmarida bien con las imaginaciones libérrimas, pura eclosión, de Salvador Dalí. Lo que pasa es que, para quienes hemos estudiado un poco a Dalí, el genial artista parte siempre de un rigor inspirado en los clásicos e incluso en los académicos, y ese material perdurable es el que fragmenta y hace estallar en su obra, proporcionándonos una sensación posterior de caos creativo y fecundo. Por ahí supongo que le ha cogido Trevijano. De cualquier manera, siempre le alegra a uno que las esbeltas huestes de la imaginación se abran para recibir a una mente valiosa. Mayormente, en este principio de siglo, que parece un final, en que la filosofía ha muerto, la política se ha emputecido y el arte es un vertedero que se llama ARCO. Esta corrupción, este cansancio del racionalismo viene a coincidir por otro lado con el propio cansancio de uno mismo, cansancio intelectual que es la consecuencia de haber sostenido durante muchos años la fe en el rigor, la disciplina, el método y la propia estimación.

Pero Juanito defrauda en Salt Lake City, hay un cura que no sólo abandona el celibato sino que pide dinero a sus feligreses para mercarse a la chorba que le impacienta, y los socialistas van a la UE a partirse en cuatro porque son ya una familia mal avenida entre la pulcritud de Zapatero y la astucia de González. Con toda esta movida, comprenderán ustedes que uno se vuelva a los felices campos del irracionalismo surrealista, y ahí es donde me encuentro con Trevijano, o sea el Trevi, el hombre más austero de España, con bigote matachín, defendiendo las esculturas de Salvador Dalí, que efectivamente superan muchos modelos españoles, ya que España ha dado muy buena pintura pero flojea un poco en la escultura, y ahí está Berruguete, que donde le fallaba el color abultaba la forma y donde le fallaba la forma espesaba el color. Una chapuza genial.

Dijeron los sabios que la honradez de la pintura es el dibujo y digo yo que la honradez de la escultura también es el dibujo. A este respecto, Salvador Dalí, que era un dibujante en la línea de Leonardo, no podía resultar sino un gran escultor. Pasada la moda franquista de menospreciar a Dalí porque pintó a las infantas, hasta Trevijano se decide a proclamar la grandeza del catalán. La próxima semana voy a ir al Congreso de los Comunistas para no perder mis viejos y entrañables amarres. Pero también voy a ir a una cena con Giscard d'Estaing, que conviene estar a la última de la derecha ya que Aznar es tan hermético hasta con quienes le admiran como uno. Muerto Fernández de la Mora y caídos los fanatismos intelectuales, que nos den una temporada de vacaciones pagadas en las lejanías del surrealismo, el anarquismo, la libre invención, los desnudos de Dalí y esa película entrañablemente mala que está dando la tele sobre aquel comunista impar y gongorino ingenuo que fue Miguel Hernández.



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