Portada Directorio Debates Buscador Redacción Correo
La insignia
30 de julio del 2002


La ronda y la experiencia*:
Editar a los clásicos mexicanos


Antonio Saborit (1)
La Insignia. México, 30 de julio.


En marzo del año pasado, René Solís me invitó a imaginar la colección que hoy lleva por título Ronda de Clásicos Mexicanos. En resumen, su idea original era muy parecida a lo que tenemos ante nosotros: libros en pequeño formato, entre las sesenta y las noventa páginas, con una o varias obras de los principales escritores mexicanos, desde el siglo XVI hasta mediados del siglo XX.

Si a primera vista las peculiaridades físicas de la colección excluían las obras amplias y planteaban algunas interrogantes no menos serias -como la de qué hacer con novelas como Astucia de Luis G. Inclán, por ejemplo, o con libros de memorias como Ulises Criollo de José Vasconcelos-, lo cierto es que el formato también comportaba el desafío de ensayar un paseo distinto por la expresión literaria mexicana. Así lo entendí y de inmediato empezamos a discutir autores, géneros, contenidos, tipografía, cajas, notas, portadillas, apéndices. Desde la primera reunión de trabajo acordamos que el propósito general de la colección era este: llevar de ronda al lector por las principales estaciones temáticas, genéricas y estilísticas que han marcado a la experiencia literaria mexicana a través de los siglos, en compañía de algunos de los responsables de esa celebración de la expresión escrita.

El formato de los libros, lejos de ser una limitación, empezó a mostrar sus virtudes y sugerir distintos itinerarios a la ronda. Es y no es un azar que echemos a andar con La estación violenta de Octavio Paz, un libro que por supuesto debía estar en una colección con las características de la Ronda de Clásicos Mexicanos, pero que además incluye uno de los grandes poemas de Paz, "Mutra", que este año celebra su primer cincuentenario. Tampoco es y no un azar que la Visión de Anáhuac de Alfonso Reyes complete la ambición de esta salida. No se trata de un azar porque así lo decidimos desde el comienzo mismo de nuestras discusiones, y sí lo es porque en el vértigo del trabajo en todos estos meses sí pudimos haber perdido la noción del tiempo y de hecho nos sumergimos en la obligación de dar solidez al contenido de esta colección.

Desde el comienzo nos ocupó el deseo de ofrecer un conjunto de escritos que al lector le permitieran apreciar el desarrollo de la prosa en México en el espacio del ensayo, la novela, el cuento, la memoria, la crónica y el diario, en donde ha quedado el registro de algunos temas familiares: la experiencia del Nuevo Mundo, la escena urbana, la violencia social, la presumida armonía de la naturaleza, las paradojas de la historia, el individuo. No creemos que sea poco lo que añada a estos desarrollos la selección de poetas y dramaturgos, toda vez que en ellos se cumple el ciclo de la tradición y la ruptura por la que se significa nuestra cultura. Asimismo nos ocupó -y preocupó- el que la Ronda de Clásicos Mexicanos pusiera en circulación no sólo escritos valiosos por ellos mismos, sino que además de sugerir en conjunto una suerte de polifonía, fueran en algunos casos toda una novedad para los lectores. De ahí entonces que decidiéramos aprovechar, en el mejor de los sentidos, el trabajo realizado por los especialistas de nuestra literatura y que tomáramos nuestra selección de escritos de las obras completas con las que ya se cuenta -como las de Sor Juana Inés de la Cruz, Juan Ruiz de Alarcón, Fernán González de Eslava, José Joaquín Fernández de Lizardi, Guillermo Prieto, Manuel Payno, Ignacio Manuel Altamirano, Salvador Díaz Mirón, Manuel Gutiérrez Nájera, Martín Luis Guzmán, Mariano Azuela, Julio Torri, Renato Leduc, Ramón López Velarde, José Gorostiza, Efraín Huerta y el mismo Paz-. De ahí también que decidiéramos tomar otros escritos de la colección de sus primeras ediciones, cuando no sacándolos directamente de la hemeroteca y el archivo -como fue el caso de José Antonio de Alzate, Carlos María de Bustamante, Heriberto Frías, Daniel Cosío Villegas, Manuel Gómez Morin, Edmundo O'Gorman, Luis Spota, Carlos Fuentes-. Nos cabe la confianza -porque así lo he sentido en mis conversaciones con René Solís, Jesús Anaya, Patricia Mazón y Andrés Ramírez- que el conjunto de autores y escritos reunidos en esta Ronda de Clásicos Mexicanos tiene su novedad y que ofrece mucho bueno que leer. Así lo han creído también nuestros colegas en el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, sin cuyo respaldo el alcance de esta iniciativa se habría visto muy limitado. Por último, mas no por ser menos, advierto que anotamos mínimamente muchos de estos escritos -las más de las veces para traducir al español las expresiones en otras lenguas o bien para señalar la procedencia de algunas citas- y que en algunos casos en los que su brevedad nos lo permitió formamos un apéndice con algunas de las reacciones que estos escritos provocaron en sus primeros lectores.

Esta es la hora también de las aprensiones. Con la ayuda de Patricia Mazón y Andrés Ramírez, procuré mantener a raya al Maligno de las erratas que, como buen ilustrado, nos repite al oído la frase de Malebranche: "El error es el origen de la miseria de los hombres". Es verdad que enmendamos muchos viejos errores, reiterados de reimpresión en reimpresión, como era nuestro deber. Pero no dudo que en la impredecible aglomeración de detalles que supuso formar esta Ronda de Clásicos Mexicanos se haya colado el frío de nuevas erratas, y en verdad lo siento. Confío en que el lector sabrá enmendarlas en el trayecto y que me creerá si le digo, también con Malebranche, que se trabajó para evitar los errores en aras de lograr la mayor felicidad de esta falible empresa humana. Por otra parte sé que un acierto insoslayable está en la misma Ronda de Clásicos Mexicanos. Y no me refiero a la estrategia y las decisiones que la respaldan, sino estrictamente a la textura de los escritos que ella presenta, a la seriedad de sus autores, y, finalmente, a la apuesta a favor de la lectura misma.

La otra gran pieza de este acuerdo es el lector, pues en él se cumplen todos y cada uno de estos escritos, y en él se cierra el ciclo. Frente al gran surtidor de irrelevancias de la vida contemporánea -la irrelevancia del dolor o la irrelevancia de la muerte-, hoy más que nunca la lectura es toda una iniciación. Ya se ha dicho que lo que nos ha salvado de ser unos canallas perfectos ha sido lo que se nos ha dado en forma de cultura. Quizá debiéramos creerlo. Sólo así la lectura cancela nuestra inocencia, al abrir la experiencia de cada uno a las partes más oscuras de la vida, enseñándonos de paso a no trabar ningún tipo de complicidad con la máquina de aplastar y humillar que es el mundo. Cuando creemos en sus promesas, la lectura asimismo cancela nuestra inocencia al abrir la misma experiencia individual a las partes más luminosas de la vida y su gozo, como es el conocimiento del otro y de los otros, en la ecuación comunitaria, creativa y excepcional que se cumple en el amor. Esta es la materia de la que está hecha nuestra experiencia literaria.


Notas

* Texto leído el 25 de julio de 2002, durante la presentación de la colección Ronda de Clásicos Mexicanos -editada por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y Grupo Planeta-, en la que se publicarán, en formato breve y accesible para casi todos los bolsillos, obras de varios de los narradores, novelistas, poetas, historiadores y ensayistas más importantes de las letras mexicanas.

(1) Director de la colección e investigador de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia.



Portada | Iberoamérica | Internacional | Derechos Humanos | Cultura | Ecología | Economía | Sociedad
Ciencia y tecnología | Directorio | Redacción